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Mohamed Mohand: “En la Guardia Civil sólo he encontrado compañerismo y nunca me he sentido discriminado por ser musulmán”

Mohamed Mohand en su domicilio

Mohamed Mohand Al-la, melillense de nacimiento y corazón, se jubila esta semana y deja su querido cuerpo de la Guardia Civil al que ha dedicado 44 años y del que se marcha dejando a “grandes compañeros”. Afirma que son muchas las vivencias que acumula y deja claro que en ningún momento se sintió discriminado por ser musulmán, y de hecho, fue el primero en acceder a la Benemérita desde su fundación. Reconoce que ha vivido momentos duros en sus años de servicio, pero deja claro que se queda sólo con los buenos recuerdos. Mohamed Mohand Al-Lal nació en Melilla un 17 de mayo de 1955. Afirma que tuvo una infancia feliz y recuerda su paso por el desaparecido Colegio García Valiño en Batería Jota. Ese niño melillense que se crio en el populoso barrio de Cabrerizas, llegaría con el tiempo a ser el primer musulmán que accedía al cuerpo de la Guardia Civil, del que se ha despedido esta semana después de más de cuarenta años de servicio.

Familia militar
Según relató, su bisabuelo llegó a Melilla en 1920 procedente de la zona del Rif. “Eran los tiempos de las revueltas de Abdelkrim y mi familia estaba en contra de los guerrilleros porque les quitaban las pocas cosas que tenían para subsistir, por eso cuando una avioneta del Ejército español cayó en el campo, mi bisabuelo rescató a los heridos y los ocultó para que no fueran descubiertos. Después, sobre unos mulos, los llevó al acuartelamiento español de Nador”, cuenta.

Las autoridades, en agradecimiento, “le dieron refugio, una casa y un terreno”, explica. Años después, el abuelo de Mohand, se alistó en el Ejército, donde alcanzó la graduación de sargento primero e incluso participó en la Guerra Civil. “Recuerdo que cuando se celebraban los actos por el 18 de julio, mi abuelo tenía un asiento en primera fila, donde se sentaba con su típica chilaba y las condecoraciones recibidas en guerra”, rememora.

Siguiendo la tradición familiar, un joven Mohamed Mohand ingresaba en el Ejército en 1973, en el arma de Regulares, a la que había pertenecido su padre, su abuelo y su tío. Allí estuvo durante tres años, donde llegó hasta el grado de cabo primero, pero el sueldo “era muy exiguo”, por lo que solicitó el ingreso en la Guardia Civil.

Tras seis meses en la academia de Úbeda, su primer destino fue Barcelona, en concreto la zona portuaria, donde prestaba además labores como intérprete con el servicio de información. Estuvo destinado en el cuerpo que sería el germen de la actual GEAS de la Guardia Civil. “Vestíamos de azul, con el emblema del cuerpo. Subíamos a los barcos de mercancías para evitar el contrabando y se realizaban muchas aprehensiones de tabaco y de productos de otra índole. Allí estuve tres años. Se vivía muy bien, pero como a otros muchos agentes, me mandaron de forma forzosa al País Vasco durante un año”, recuerda.

Distintos destinos
Como paso previo a su destino en Euskadi, estuvo en el centro de adiestramientos especiales de Madrid donde se le instruyó, durante dos meses, en nuevas técnicas y procedimientos que le serían de gran utilidad en una época en la que el terrorismo de ETA castigaba a la sociedad española y se cebaba, de forma especial, en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.

Su destino fue la zona que abarcaba la Amorebieta y Durango. Según cuenta, “en aquella época había atentados casi todas las semanas y rara era la ocasión en la que no caía algún compañero”. De ese tiempo recuerda que fue “muy duro, porque no podías salir a la calle con normalidad, sino que tenías que irte, por ejemplo, a Bilbao, para poder ir a una cafetería y tomarte algo”.

Los atentados estaban a la orden del día, como “cuando lanzaron una granada contra el despacho del capitán en Durango”. En su caso, le resultaba fácil pasar desapercibido por sus rasgos, y más si se dejaba el pelo largo, con lo que pudo introducirse “en sitios donde el resto de compañeros no podían”.

Tras el País Vasco, fue destinado a Alicante durante un año, donde además vive familia de su esposa que se dedica a la exportación de mercancías. Posteriormente fue enviado a Canarias, donde logró desarticular varias organizaciones de narcotraficantes dedicadas a la introducción y distribución de hachís. Su conocimiento de idiomas le ayudó en sus pesquisas. “Estos narcotraficantes utilizaban no solo una mezcla del Tamazight y del árabe del sur de Marruecos, sino que también se servían de jerga y nombres en clave para sus operaciones. Me llevó meses poder dar con las claves”, explica. Estos éxitos le granjearon el respeto de compañeros y superiores, y por eso lo mismo trabajaba con la policía judicial que con información. Por este éxito, fue felicitado por las autoridades y condecorado.

Vuelta a casa
Tuvo que esperar hasta 1987 y la derogación de una ley de incompatibilidades, para poder regresar a su Melilla natal. Su primer destino fue el perímetro fronterizo. “Teníamos que evitar la entrada de los contrabandistas que antes pasaban por cualquier lado, golpeando incluso a los agentes que se lo impedían”, relata.

Desde entonces, ha prestado servicio en distintas unidades del cuerpo desde guardias en Delegación del Gobierno a labores de intérprete. “He tenido muy buenos compañeros, con los que he trabajado codo con codo y de todos estos años guardo muchas anécdotas y momentos buenos y malos”, asegura.

Manifiesta que se decidió a entrar en la Guardia Civil porque le atraía la vida militar al ser algo que había visto en su familia, y también porque, aunque tenía el título de bachiller y la oficialía industrial en Maestría (FP), su familia no contaba con recursos para poder enviarlo a cursar estudios universitarios. “Éramos cinco hermanos y mis padres no podían pagarme una carrera, porque bastante tenían con intentar sacarnos adelante cada día y que nunca nos faltara de nada, pero no podían costearme una carrera y la vida militar era una salida válida porque además me atraía”, afirma.

Del ejército, al que ingresó con 20 años y llegó a ser cabo primero, dio el salto a la Guardia Civil porque “me gustaba como trabajaban siempre con seriedad y respeto y, la verdad, que no me he equivocado, porque he sido muy feliz y se me han pasado volando los años, 44 años de servicio que se dicen pronto”, añade.

Deja de manifiesto que el hecho de ser musulmán no le supuso ni privilegios ni ser motivo de discriminación. Recuerda que en la academia “ahí nadie sabía si eras musulmán o no, porque todos recibíamos un trato exquisito”. Cuando llegó a Melilla, a mediados de los 80, sí que encontró “a alguno” que lo miraba con recelo por ser musulmán, pero nunca pasó nada y de hecho, supo ganarse el respeto de todos los compañeros. “Nunca me he sentido discriminado y además eso tampoco lo permite el estamento, porque aquí todos somos respetados”, apostilla Mohand.

Lo cierto es que Mohamed Mohand abrió brecha para futuras generaciones, como lo demuestra el importante número de agentes que profesan la religión islámica en la Benemérita. Para su familia siempre “fue un motivo de orgullo que fuera guardia civil”, un respaldo que ha encontrado también por parte de la comunidad musulmana melillense. “Recuerdo que Aomar Mohamedi Duddu (líder de los musulmanes melillenses en la década de los 80), estaba muy contento con que yo fuera guardia civil y casi presumía de ello”, dice.

Vivencias
En estos 44 años reconoce que ha vivido momentos duros y situaciones complicadas. En el País Vasco “perdí al menos a tres compañeros de la comandancia, pero al día siguiente tienes que salir a la calle porque debes seguir haciendo tu trabajo; y cuando eres joven, no piensas en el miedo”.

En Barcelona, “tenía a un compañero de Almería que estaba muy ilusionado porque se acababa de comprar un coche y estando en el control del puerto de Barcelona, lo atropelló un torito y perdió la vida. Eso fue duro, y mucho más observar como la familia se llevaba sus enseres personales”.

En otra ocasión, también en el puerto catalán, vio como unos contrabandistas agredían con una cadena a su compañero. “Lo vi en el suelo chorreando sangre, pero aun así, entre los dos, logramos detener a los tres maleantes y es que mi compañero Juan era una persona muy preparada”, afirma.

Considera Mohand que la mejor etapa ha sido la de Melilla. “Me he reído mucho, he trabajado mucho y puedo decir que la Guardia Civil ha experimentado un cambio radical desde 1990 hasta ahora, porque los medios son mejores y se incorporan compañeros preparadísimos, con unos conocimientos impresionantes. Se ha cambiado, a mejor, la forma de trabajar y se es ahora más efectivo”, apostilla.
“He tenido mucha suerte en mi profesión y acumulo muchas vivencias en el cuerpo que son maravillosas. Echaré de menos a los compañeros, los cafés, los almuerzos, el estar juntos. Es duro marcharse después de tantos años, sobre todo porque he disfrutado de mi trabajo. Dejo una Guardia Civil que no se parece en nada a la que conocí cuando entré, que había que llevar tricornio con la esclavina y la capa”, apuntó.

Compañerismo y jubilación
Se declara feliz de su experiencia, y asegura que si volviera a tener 21 años ingresaría de nuevo en la Guardia Civil, “aunque ahora te exigen más”. Lo que nunca le ha faltado es que “siempre ha habido mucho compañerismo en la Comandancia de Melilla y la convivencia hace que se conviertan en tu familia, y somos una gran familia”. El cuerpo ha cambiado en estas cuatro décadas, y dice que en su momento también había “el clásico trepa que intentaban mejora a tu costa, pero eso quedó atrás hace ya mucho tiempo”.

Desde hace varias décadas la Guardia Civil participa en operaciones internacionales y realiza labores de formación y entrenamiento en distintos países, lo que supone que “contamos con un importante reconocimiento internacional”.

Esta semana Mohamed Mohand ha dicho adiós a su comandancia de Melilla y a 44 años de servicio y tiene que claro que aprovechará su jubilación para pescar, jugar al dominó con los amigos, estar más con la familia y a regentar un bar-restaurante familiar que tuvo que cerrar por el Covid-19 pero que volverá a abrir sus puertas. También quiere disfrutar de tiempo con su mujer, con la que poder viajar y descubrir nuevos lugares, aunque su mayor tesoro son sus cuatro hijos y sus dos nietas, a los que desea que tengan el mejor de los futuros posibles, aunque ninguno de sus vástagos tendrá la suerte de seguir sus pasos en lo que ha sido su gran pasión: l

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J.A.M

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