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La Medalla de Oro

Parece como si el mérito de la Medalla de Oro fuera la autoría de la propuesta y no el receptor, cuando en absoluto es así. Esta actitud deja ver un posible intento por su parte de sacar rédito político partidista de una pandemia que se ha cobrado más de 27.000 muertos en España, dos de ellos en Melilla No sabemos cómo estaremos dentro de algo más de tres meses y medio, cuando a Melilla le toque en el calendario celebrar el aniversario de su españolidad. Una fecha reservada para la entrega de las Medallas de Oro, la máxima distinción de la Ciudad Autónoma, una de las cuales recaerá este año en el personal sanitario. Merecedísima, y no solo por el papel que estos profesionales han desempeñado en la crisis sanitaria del coronavirus. Antes de que la pandemia hiciera acto de presencia, ya venían demostrando una entrega y profesionalidad dignas de elogio, aun soportando una presión asistencial enorme, con escasos medios y malas condiciones laborales en su mayoría. Carencias que siempre han procurado que no recaigan en los pacientes, que bastante tienen con lo suyo, aunque la mayoría de las veces eso sea inevitable.
La Medalla de Oro de Melilla les llegará tras haberse puesto en primera línea de batalla de la pandemia, sin prácticamente recursos y con demasiados miedos a contagiarse ellos y ser una fuente de infección para el resto, incluidos sus seres queridos. Su trabajo, principalmente, ha permitido que esta ciudad sea de las pocas que hay en España libres de coronavirus. Eso no podemos olvidarlo y por ese motivo la Medalla de Oro que se les va a entregar con toda seguridad, aunque aún no esté aprobada, es tan merecida.
Lo que no se merecen estos profesionales es el bochorno de ver cómo algunos se disputan el “mérito” de haberlo propuesto antes que nadie. Asistimos a ello el mes pasado, cuando el diputado no adscrito anunció su petición y al presidente de la Ciudad Autónoma le faltó tiempo para salir corriendo a aclarar que no hacía falta que lo pidiera, porque ya lo había hecho él, aunque hasta entonces no lo hubiera comunicado públicamente. Ahora volvemos a asistir nuevamente a una escena similar, cuando el consejero de Salud Pública, que ha sido la cara visible de la gestión de la pandemia, pidió públicamente la Medalla de Oro para el personal sanitario y sociosanitario. El presidente de la Ciudad Autónoma, nuevamente y sin ningún reparo, afeó el gesto a su compañero de Gobierno y socio. Pero fue incluso más allá porque, además de recordarle con urgencia en las redes sociales que la propuesta era suya y llegaba tarde, le dijo, además, que no se enteraba, puesto que la petición ya había sido abordada en el Consejo de Gobierno y en los medios de comunicación.
Independientemente de si es verdad o no que el presidente fue el primero, resulta bochornoso que, en vez de congratularse de que sean cada vez más los que se unen a la propuesta para que tenga mayor fuerza, se obsesione con que quede claro que la idea partió de él. Parece como si el mérito de la Medalla de Oro fuera la autoría de la propuesta y no el receptor, cuando en absoluto es así. Esta actitud deja ver un posible intento por su parte de sacar rédito político partidista de una pandemia que se ha cobrado más de 27.000 muertos en España, dos de ellos en Melilla, y en la que el papel que ha asumido como presidente ha sido objeto de muchas críticas y limitado prácticamente a fotos entregando material sanitario, hasta el punto de que algunos ya lo apodan en las redes como el repartidor de Amazon. Ciertamente, los repartidores de mensajería hacen un trabajo muy digno y también expuesto en esta emergencia sanitaria, pero se espera mucho más de un presidente que no ha tenido reparos en asignarse, con el apoyo de sus socios, el sueldo más alto que le permite la norma.

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