He comentado alguna vez, a través del tiempo y mis Cartas, fragmentos del extraordinario libro de Daron Acemoğlu y James Robinson “Por qué fracasan los países”. La conclusión final de los dos autores del libro es que los países pobres lo son porque quienes tienen el poder toman decisiones que crean pobreza; y lo hacen a propósito. Y citan un par de ejemplos: la ciudad de Nogales, que son dos ciudades; la del Norte está en Arizona, Estados Unidos; la de Sur en Sonora, Méjico. Misma ubicación geográfica, misma etnia, casi igual historia, pero la renta per cápita de Nogales del Sur no llega a un tercio de la del Norte. Algo parecido, invirtiendo la situación Norte-Sur, ocurre entre Corea del Sur y Corea del Norte, cuya renta media no llega a la décima parte de la de su vecina sureña. O, puestos a mirar cerca, la diferencia de renta entre España y Marruecos, que también tienen fronteras comunes, en Ceuta y Melilla. El PIB per cápita, en dólares de Marruecos, en 2019, fue de 3.440 dólares; el de España 31.910, casi diez veces más.
Otro dato importante: el Producto Interior Bruto medio per cápita en los países considerados como más liberales es de 63.588 dólares; el de los países socialistas 7.716 dólares, ocho veces menos. La conclusión, según la revista Libre Mercado: “La historia demuestra que, a mayor libertad económica, más crecimiento, más riqueza, más democracia y más progreso social”.
No se trata, como denuncia el premio Nobel de Economía en 2001 Joseph E. Stiglitz, de “proponer una nueva religión -el fundamentalismo del mercado- como reemplazante de la antigua (en la URSS) -el marxismo- que había demostrado ser tan defectuosa. El Gobierno y el sector privado deben complementarse. El mercado, como la democracia, no es la perfección ni puede serlo. Ambas, democracia y mercados -que están íntimamente relacionados- son, como dijo Churchill, los dos sistemas menos malos de los conocidos y experimentados. Tiene razón Stiglitz, que fue asesor del presidente demócrata Clinton, cuando escribe: “La mayoría de los países mejorarían si los Gobiernos se concentraran más en proveer servicios públicos esenciales que en administrar empresas que funcionarían mejor en el sector privado, y por eso a menudo la privatización es correcta”.
Si los países, o las ciudades, son pobres porque los que los dirigen toman decisiones que crean pobreza, en España -también en Melilla- tenemos un ejemplo muy evidente. ¿Puede gobernar bien un psicópata? ¿Nos gobierna en España un psicópata? La respuesta, según el doctor Joaquín Sama, especialista en Psiquiatría, es afirmativa: Pedro Sánchez “cumple los criterios diagnósticos para ser tipificado, sin la menor duda, como psicópata narcisista, tiene un trastorno narcisista de la personalidad. La “imperiosa necesidad de ser admirado”, su motor vital, la cumple -aunque para él solo parcialmente, “por ser insaciable y desorbitada su necesidad de sentirse importante”- al ostentar un puesto, la presidencia del Gobierno, que jamás pudo imaginar que alcanzaría.
Pedro Sánchez, nos recuerda el doctor Sama, “no es el primer psicópata que llega a la cumbre del poder de un país”. Hitler y Fidel Castro también tenían un trastorno narcisista de la personalidad, también fueron psicópatas: El primero, que llegó al poder a través de las urnas -como Sánchez- hundió a su país, que ahora se ha recuperado. El segundo -que además de psicópata era extraordinariamente inteligente, no como Sánchez- sumió a Cuba en la pobreza extrema, de la que aún no ha salido. Como nos ocurrirá a nosotros, los españoles, si el tándem Sánchez-Iglesias continúa mucho tiempo más en el poder. Como ocurrirá en Melilla, ya al borde del abismo e inmersa en la pobreza, si no hay pactos políticos que, para empezar y por encima de cualquier otra consideración, aparten a Eduardo de Castro de la presidencia de la Ciudad.
