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Carta del Editor

Personas tóxicas

Pasemos de la anécdota -detalle o suceso accidental y de escasa importancia- a la categoría – posición, grado de jerarquía dentro de un orden. O, como dijo Ortega y Gasset, pasemos del estar -un estado de circunstancia- al ser -un estado de permanencia. Cuando un determinado político, con mucho peso en el panorama político melillense, se quejaba de una ínfima referencia que yo había hecho de su partido -por otra parte, completamente acertada- le contesté que se fijaba en la anécdota, no en la categoría. Probablemente no entendió nada, como los hechos están demostrando. Un vivo afán de saber es lo que diferenciaba a los dirigentes políticos atenienses de sus vecinos, especialmente de los lacedemonios, de ahí el predominio histórico ateniense y el legado inmortal que nos dejaron, hace tantos siglos. Me temo que la inmensa mayoría de nuestros políticos no solo no tienen demasiado afán de aprender, ni van a dejar una herencia parecida, sino que tampoco han aprehendido mucho del legado histórico ateniense. Y, quizás por eso, no tienen demasiado sentido democrático, sino una acusada carencia de tan necesario sentido.

En la política, como en cualquier escenario de nuestra sociedad humana, hay gente tóxica, un tipo de persona que afecta y empeora, todo lo que puede, el clima colectivo. La gente tóxica reúne siete características fundamentales: 1/ Son egocéntricos, se consideran el centro de todo. 2/ Son pesimistas, todo lo critican, de todo se quejan, todo lo ven negro. 3/ Adoptan el rol de víctimas, para llamar la atención y culpar a otros de sus males. 4/ Padecen una total falta de empatía, no quieren a nadie, excepto a sí mismos. 5/ Son envidiosos, desean lo que no tienen y odian a quienes tienen lo que ellos anhelan. 6/ Como consecuencia, son infelices y están permanentemente frustrados. 7/ Sufren con los logros ajenos y disfrutan con los fracasos de otros, reales o por el tóxico inventados.

En política hay numerosas personas tóxicas, gafes monumentales incluidos. En los deportes, el golf entre ellos, también los hay y, parafraseando a Joaquín Sabina, pongamos que hablo no de Madrid, sino de un tal Manuel, personajillo profundamente tóxico, de gran e injustificado concepto de sí mismo, al que le cuadran muy bien esas siete características que antes describí, aunque quizás le falte una: la cobardía. La cobardía de no dar la cara y utilizar a un tonto útil para que, si hay problemas derivados de sus iniciativas tóxicas -como ocurrirá- le rompan, metafóricamente, legalmente, la cara a él, al tonto útil que no sabe nada, que no tiene experiencia sólida de nada y que, como consecuencia, cree que lo sabe todo. Allí donde habite un perfil tóxico, no crece nada, leo. Allí donde se mezcla política partidista y antidemocrática con gestión, deportiva o de lo que sea, tampoco puede crecer nada. Así, de mal, nos va. Y repito, la amistad declarada y repetida que algunos cargos públicos declaran tener hacia mí, debería transformarse en hechos, no quedarse solo en buenas palabras.

Posdata
“Un gestor financiero -Mimon El Khalaoui Mansouri-se suma a la iniciativa de la Comunidad Musulmana y ofrece otro donativo de 5.000 € para esclarecer el caso del sepulturero del cementerio” (portada del MH del martes). El primer donativo, también de 5.000 €, lo ofreció Jimmy Ahmed Moh, presidente de la Comunidad Musulmana. Parece solo una curiosidad, pero es mucho más que eso. Está en juego el control de las mezquitas melillenses y lo que eso implica.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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