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Carta del Editor

Así no se puede seguir

“Cerrar la brecha entre la retórica y la realidad. Que se establezca un equilibrio entre los intereses de acreedores y deudores. Tienen que cambiar las instituciones y los esquemas mentales. Los países en desarrollo necesitan Estados eficaces, con un poder judicial fuerte e independiente, responsabilidad democrática, apertura y transparencia y quedar libres de la corrupción que ha asfixiado la eficacia del sector público y el crecimiento del privado. El desarrollo consiste en transformar las sociedades, mejorar la vida de los pobres, permitir que todos tengan la oportunidad de salir adelante y acceder a la salud y la educación. No es fácil cambiar el modo de hacer las cosas; la burocracia, igual que las personas, incurren en malas costumbres”. Son frases del último capítulo del libro “El malestar en la globalización”, de Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, que compré en la Feria del Libro de Madrid el 5 de junio de 2002, libro al que el liberal y gran escritor Mario Vargas Llosa dedicó un gran artículo en el diario El Mundo el 26 de mayo de 2002.

Cerrar la brecha entre la retórica y la realidad, un mal eterno ahora actualizado. Un último ejemplo: Esther Donoso afirma, y demuestra, que el des-Gobierno tripartito (dos partidos más un tránsfuga real) “hace todo lo contrario de lo que anunció”. Esa no es la excepción, es, desgraciadamente, la norma. Basta fijarse en el consejero Rachid Bussian, como un ejemplo estruendoso más del abismo que separa lo dicho de lo hecho.

Los equilibrios, en general, son imprescindibles para el progreso. Si se rompen, si los abusos del Ejecutivo, de la Administración pública se convierten en la norma -como es el caso melillense- la pobreza y la pasividad son inevitables.

El cambio en las instituciones y en los esquemas mentales es, en un mundo profunda y aceleradamente cambiante, imprescindible. En Melilla, hace poco más de un año, se votó por el cambio y había ilusión por él. El resultado, un año después, no puede ser peor. Así no se puede seguir.

Quedar libres de la corrupción que ha asfixiado la eficacia del sector público y el crecimiento del privado no ha ocurrido solo en las grandes instituciones del mundo globalizado -a las que se refería Stiglitz- sino también en las ciudades como Melilla. Una administración pública corrupta o pasiva (hay muchas formas de corrupción) impide el crecimiento, e incluso la propia existencia del sector privado, sin el cual no hay puestos de trabajo productivos. Melilla es un ejemplo paradigmático de eso.

El desarrollo consiste en cambiar el modo de hacer las cosas, en evitar las malas costumbres. En Melilla las malas costumbres, que existían, se han cambiado: ahora son mucho peores y con tendencia a seguir empeorando, aunque pueda parecer ya imposible. ¿Hay solución? Sí, haberla, hayla, pero….

A lo que no se pone solución es al excesivo peso de lo público en España: ya hay casi 4 millones de parados, y creciendo el fatal número, al que habrá que sumar una buena parte de los 3 millones de españoles afectados por los ERTE, que pasarán al paro. La reacción del gobierno socialcomunista ha sido, como era de esperar y de temer, una masiva subida de impuestos, unida al mantenimiento de unos gastos públicos ya disparatados. Y Melilla mantiene el lamentable récord de tener el más alto paro porcentual de España y el mayor peso de lo público.

Un cambio sí se ha producido en la triste escena económica de nuestra ciudad: ya hay nueva representación oficial de los empresarios, ya hay nueva directiva en la Confederación de Empresarios de Melilla (CEME), a partir de ahora presidida por Enrique Alcoba, que fue durante más de veinte años el vicepresidente de la anterior Asamblea, presidida por Margarita López Almendariz. Los otros siete miembros del Comité Directivo sí son nuevos en la CEME. El primer discurso de Enrique Alcoba como presidente ha sido el tópico y tradicional de generalidades y buenas intenciones. Que la CEME sea útil para la economía melillense, algo muy deseable, dependerá de la capacidad de la nueva CEME de no plegarse, rendirse, asustarse (o cualquier otro sinónimo que se prefiera) ante el poder político. Si, por razones de interés personal (por muy legítimo que pudiera ser) o de incapacidad cognoscitiva, la representación de los pobres (en todo el fatal sentido de la palabra) empresarios melillenses se convierte en una pieza más de lo público, de la Administración, la CEME no servirá para nada, excepto para hacer de chivo expiatorio de los fracasos y las incompetencias políticas.

Posdata
Sostenga o no el envite la CEME, lo fundamental sigue siendo el cambio político local. Sin ese cambio, profundo y rápido, Melilla no tiene solución.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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