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Columna castrense

Hecho Histórico: La Defensa de Castelnuovo. El espíritu numantino de nuestros Tercios

<os dio más parte que os negó la tierra,
bien es que por trofeo de tanta guerra
se muestren vuestros huesos por el suelo. >>
Gutierre de Cetina «A los huesos de los españoles muertos en Castelnuovo»

Continuando con la campaña de divulgación promovida por el Centro de Historia y Cultura Militar y al objeto de dar a conocer hechos históricos relacionados con Melilla y la Milicia, se pone en conocimiento de los ciudadanos el sitio de Castelnuovo, defendido por el Tercio español de Sarmiento contra los Turcos de Barbarroja en 1539.

Aquí nos encontramos, veinticinco españoles, veinticinco esqueletos apenas vivos, atravesando los Dardanelos en un jabeque robado en la noche de Constantinopla. Ha querido la divina providencia darnos esta oportunidad y que las corrientes marinas del Bósforo y del mar de Mármara nos fueran propicias, para zarpar esquivando las naves enemigas.

Somos veinticinco almas supervivientes de Castelnuovo, carne esclava, carne para el látigo del cómitre en las galeras infieles, bogando lentamente hacia la muerte al son del tamborilete. Vamos costeando el estrecho por la ribera europea, atentos a poner pie a tierra y escapar ante cualquier eventualidad, navegando en la noche para evitar cruzarnos con cualquier nave. Rebasada Galípoli, esperamos salir al Egeo y llegar a la costa italiana o al Virreinato español de Sicilia.

Tumbado exhausto sobre la húmeda madera de cubierta, contemplo las estrellas. Recuerdo las murallas de Castelnuovo desde las que, un 18 de julio del año de Nuestro Señor de 1539, divisamos la escuadra turca del Kapudan Pasha Jeireddín Barbarroja.

Ya el 12 de junio se avistaron treinta galeras de las que desembarcaron unos mil turcos para reconocer el terreno: buscar pozos de agua; elegir zonas de vivaqueo; y capturar camaradas o lugareños en busca de información. Dos veces les presentamos batalla, la primera el capitán vizcaíno Machín de Munguía con tres compañías; la segunda el propio maestre Francisco Sarmiento. Los turcos huyeron a sus barcos dejando en el campo a más de quinientos muertos.

Ya el día 18, arribaron a la costa unos doscientos barcos con veintidós mil turcos, entre ellos, cuatro mil jenízaros. Nos pusieron sitio y aguardaron la llegada por tierra de otros treinta mil hombres comandados por el Ulema de Bosnia. Nuestro Tercio, con su maestre de campo el burgalés don Francisco Sarmiento de Mendoza, contaba con quince banderas: quince compañías de los Tercios de Florencia, de Nápoles, de Niza y del de Lombardía , el osado, el padre de todos los Tercios, mi Tercio, desmovilizado por amotinamiento en 1537. No llegaban las pagas, pero fuimos fieles a la consuetudinaria pauta de librar primero la batalla y resolver las cuitas tras el cese de las hostilidades.

Fuimos embarcados en la flota de la Liga Santa, que coaligaba en febrero de 1538 al Emperador con el Papado, la República de Venecia, el archiduque de Austria, y los Caballeros de Malta. Barbarroja asolaba el Adriático y había conseguido obtener para el Sultán Soleimán un tributo de un millar de mujeres jóvenes; mil quinientos jóvenes varones; doscientos adolescentes vestidos con capas de oro; paños, vasos de oro y cálices robados en las Iglesias cristianas; y cuatrocientas mil piezas de oro.

Tras sufrir nuestra Escuadra, un revés con el pirata argelino en la bahía de Preveza, tomamos rumbo a la costa dálmata para desembarcar y tomar la fortaleza de Castelnuovo en la Albania Veneciana . La idea era obtener una cabeza de playa desde la que hostigar al turco en la península balcánica.

Fuimos los españoles los que asaltamos el castillo. De ahí que el Emperador desoyera la petición de Venecia de restitución de la plaza. De ahí que quedáramos dos mil quinientos viejos soldados españoles aislados, solos, tal vez como castigo a nuestra anterior asonada. Así que allí nos vimos haciendo labores de fortificación y acopio de víveres para prevenir los ya que muy probables intentos de recuperar la plaza, siendo ya los otomanos dominadores del Mediterráneo Oriental.

Allí trabajábamos sin descanso bajo las órdenes de nuestros bravos capitanes: Machín de Munguía, Juan Vizcaíno y Mendoza, Luis de Haro, Sancho de Frías, Juan Pérez de Zambrana, Pedro Silva, Luis Cimbrón, Domingo de Arriarán, Juan Pérez de Bocanegra… españoles de una pieza, curtidos en mil batallas Y llegó el día del asedio. Fueron vanas las peticiones de ayuda: En España; en Sicilia; en Brindisi. Incluso desde Otranto,el almirante Andrea Doria recomendó la rendición. Nadie vendría en nuestro auxilio, pareciese que el Emperador Carlos mantuviera su castigo por los motines del Tercio.

Cinco días estuvieron los zapadores turcos, desbrozando el terreno para despejar el campo, cavando trincheras y construyendo rampas para cuarenta y cuatro cañones de asedio. Comenzaron los bombardeos de la fortaleza por diez cañones de las galeras enemigas.

No permanecimos impasibles. Una noche, daga vizcaína en mano y la camisa sobre la armadura – para identificarnos por la noche – salimos a obstaculizar los trabajos de cerco matando a Agi, el capitán favorito de Barbarroja. Otra, ochocientos de los nuestros acabaron en la encamisada – así llamábamos a estos “saraos”– con una multitud de jenízaros. El almirante turco prohibió encarecidamente el combate cuerpo a cuerpo esperando rendir con la artillería la fortaleza. Así bombardeó la plaza durante diez días seguidos lo que en vez de acobardarnos, nos enalteció. Realizamos una salida que llegó hasta la tienda del almirante, que tuvo que ser llevado en volandas por su escolta personal hasta su nave capitana en busca de refugio. Y no nos hubiéramos detenido a no ser por el Maestre Sarmiento que nos ordenó retirarnos. Ofreció el pirata una digna rendición, dejándonos partir en tránsito seguro hasta Italia con nuestras Banderas, nuestras armas y socorriendo con 20 ducados a cada soldado. Sarmiento reunió a sus capitanes, y claro quedó que todos preferíamos morir al servicio de Dios y de Su Majestad. En breve dio respuesta al Turco: “Vengan vuesas mercedes cuando quieran”
Probaron entonces los turcos con el soborno y tres desertores: un napolitano; Ocaña, un vil español; y un portugués que contestaba a Vásques; informaron de las debilidades de la defensa. Mil de los nuestros murieron en el castillo alto que fue tomado y reconquistado tres veces en el mismo día hasta su pérdida. Machín con dos capitanes más, un alférez y escasos heridos lograron alcanzar el castillo bajo. Y la fortuna pareció abandonarnos, mientras aguantábamos las acometidas de los turcos. Solo cayó una torre que Sarmiento ordenó derrumbar con una mina, pero una aciaga explosión sepultó a los nuestros. A día siguiente la lluvia, mojando la pólvora, silenció nuestros cañones y arcabuces. Nos batimos, incluidos los heridos, con espadas, picas y cuchillos rechazándoles de nuevo.

El 7 de agosto fue el día definitivo. Las murallas cedieron y Sarmiento, herido en el rostro, ordenó la retirada a los seiscientos supervivientes. Con orden y disciplina nos replegamos al castillo interior de la ciudad vieja. Sarmiento a caballo llegó a las puertas ya cerradas y apuntaladas por los ciudadanos que le ofrecieron una cuerda para escalar la fortaleza. “Dios nunca querría que yo me salvara y mis compañeros murieran sin mí” – dijo el maestre rechazando el ofrecimiento y volviendo grupas para unirse a las tropas españolas que morían espalda con espalda ante la avalancha turca.

La mayoría de nuestros camaradas, con Sarmiento a la cabeza, murieron al pie de las murallas. Otros fueron rematados en el campo y otros fuimos hechos prisioneros. Subidos a las galeras vimos bambolearse la cabeza del Capitán Machín de Munguía como trofeo de guerra, en el mascarón de proa de la nave capitana. Conocida su bravura, se le ofreció adjurar del Emperador y unirse a Barbarroja. Él lo rechazó tajantemente. Despierto de mis recuerdos y me encomiendo a Nuestro Señor para que después de tantas desventuras y sufrimiento, lleguemos a buen puerto y podamos relatar con orgullo las hazañas de nuestros hermanos. Era menester que su sacrificio no quedase en el olvido.

Esta es pues la historia de cómo un puñado de españoles se plantaron ante la adversidad y encontraron la gloria lejos de España, hallando un lugar en la eternidad, un puesto en los Campos Elíseos de los héroes caídos en combate. Demostraron que el espíritu numantino seguía vivo en los corazones de aquellos viejos soldados. Como Cervantes pondría en boca de la Fama, en el final de su obra el sitio de Numancia: << Que yo, que soy la fama pregonera…. / indicio ha dado esta no vista hazaña / del valor que en los siglos venideros / tendrán los hijos de la fuerte España/ hijos de tales padres herederos/……Hallo sola en Numancia todo cuanto / debe con justo título cantarse,/ y lo que puede dar materia al canto/ para poder mil siglos ocuparse:/ la fuerza no vencida, el valor tanto / digno de en prosa y verso celebrarse …>>

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