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FÚTBOL-OPINIÓN

Réquiem por un bigote inolvidable

Juan, esta es la última vez que vengo con explicaciones que darte. De mi despacho al tuyo había poco, apenas unos cinco metros. Menos cuando iba con excusas bajo el brazo. Entonces el camino se hacía largo, muy largo, pero nunca tanto como hoy. Ahora que ya no saldrás a recibirme, con el bigote y los brazos cruzados, quiero tener un último y modesto detalle contigo. Me apena que no puedas leerlo; esta vez no tengo excusas. Aunque era un gran aficionado a la fotografía, a Juan Molina García siempre fue difícil arrancarle un retrato. Le molestaban el brillo de los focos, los reconocimientos públicos y las palmaditas en la espalda. A Juan le gustaba lucirse entre bambalinas, de ahí que su labor no haya trascendido tanto. A pesar de ello, el tiempo lo pondrá en su sitio, estoy seguro, como lo que fue: uno de los mejores directivos y trabajadores de la historia de la U.D. Melilla.
Quizá muchos sepan que Luisma Rincón es el cerebro del club, pero no tantos que Juan Molina era el corazón. El ‘Comandante’ le devolvió el pulso a este equipo, bombeándole cariño y trabajo a tiempo completo. Era siempre el primero en llegar y el último en irse. Sin sus vitales funciones, a la entidad unionista va a costarle bastante reaprender a vivir.
Militar de formación y vocación, su imagen pública era la de un hombre recto, severo y exigente, si acaso algo arisco en sus maneras. Pero de puertas hacia dentro descubrías que todo aquello era una fachada. Juan era un tipo cariñoso y servicial, muy paternalista. Su felicidad estaba en la de los demás, costase lo que le costase. Él seguramente te lo negaría, pero fue siempre un hombre tierno y entrañable, dotado de una gran inteligencia emocional.
De su honestidad en el trabajo también hemos aprendido todos. Cuando Juan, jubilado, llegó a la U.D. Melilla, ya había tenido una prolongada carrera en La Hípica, donde le profesan tremendo cariño y respeto. La primera vez que lo vi pensé que era un señor mayor que, en sus momentos libres y para no aburrirse, iba a pasarse unas cuantas horas por el club. Qué iluso. Juan echaba más horas en el estadio que el reloj de la puerta. Todo pasaba por sus manos, de una manera u otra. Cuando tu jefe es el que más trabaja, y lo estás viendo cada día, ¿qué no vas a hacer tú para estar a la altura? Lo que le pedía a los demás no era más de lo que se exigía a sí mismo. Y es que Juan jamás negociaba con el esfuerzo, algo que hacía mejorar a las personas de su entorno laboral. De esto era plenamente consciente.
Últimamente, cuando muere una persona buena me apeno doblemente: primero por la pérdida y, como con Juan me pasa, por el reflejo egoísta de pensar que no coincidiré con otro como él. Tenía una escala de valores firme pero tremendamente honesta, labrada en piedra a base de golpes del destino. Nuestro querido ‘gruñón’ -así lo llamaban algunos de los futbolistas- nos enseñó que hay que ir de frente en la vida. Así iba él, desde luego, y así consiguió el principal objetivo con el que llegó al club: sanear la ingente deuda que encontró. Juan Molina, el de la moral incorruptible, no descansó del todo hasta ver que estaba cumplida su palabra. Cosas de caballeros.
Juan nos acompañará ya siempre a todos aquellos que lo conocimos. Yo, particularmente, recordaré sus chalecos y sus polos, su preocupación eterna por las personas de su alrededor, sus abrazos espontáneos, su sonrisa pícara, con dos paletas asomando por debajo del bigote. Una oficina pequeña, absurdamente llena de cosas, ordenada al milímetro. Papeles, más papeles: su eterna obsesión por dejar todo registrado, azul sobre blanco. ¡Por si acaso! El castañeteo de su antigua calculadora de contable, siempre en un sitio preferencial de la mesa. Muy previsor y maniático, las cuentas no podían fallar con Juan, ¡nunca fallaban!
A Juan Molina era difícil no quererle como a un segundo padre. Muchos lloraremos su pérdida, pero no tanto como su familia y su querido compadre Antonio (García Jáuregui), al que se le ha ido su icónica mitad. En cualquier caso, hemos de pasar pronto el luto y comenzar a mirar hacia delante, él lo hubiese querido así. Nunca le vi compadecerse por nada, y pretendo seguir haciéndole caso. Este es capaz de bajar, pegarme dos voces y ponerme en mi sitio. Valdría la pena, desde luego, por el abrazo cálido y sincero de después.
Juan, viaja tranquilo, has de estar orgulloso de tu legado.

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Javier Blanco

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