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Carta del Editor

Mezclar religión y política

“Las mascarillas fake de Castro no han sido destruidas. Se están vendiendo en el Rastro”. “Confirmado lo de la CIM. Aberchán y Uariachi están intentando por todos los medios que Mohandi sea el próximo presidente. Quieren aprovechar la buena relación que tiene con las demás asociaciones islámicas para unificarlas bajo la CIM y así poder controlarlas todas”. Son dos Whats App, dos mensajes, que me envió un amigo, no muy entusiasta de CpM ni del actual Gobierno melillense, evidentemente.
Sobre lo de las mascarillas, destacaría que es la nueva tortura a la que nuestros gobiernos leviatanes, como los definió Hobbes -Leviatán es el gran y poderoso monstruo marino descrito en el libro bíblico de Job- el nacional y el local, nos someten. No pretendo entrar en la polémica de si las mascarillas son imprescindibles en la lucha contra el coronavirus o no, incluso en el caso de Melilla, donde hay poca, casi nula difusión conocida de la pandemia. Sé que defender que no es imprescindible la obligatoriedad del uso de la mascarilla en los espacios abiertos, como yo creo, es una batalla perdida, porque el miedo y la repetición incesante de los casos de infección en cualquier sitio del mundo por los medios de comunicación, domina ahora los sentidos. Ya estamos casi todos asustados, ya no nos preocupamos, como deberíamos, de lo que hacen nuestros gobiernos, el nacional sociocomunista-separatista y el local desorientado, ineficaz y presidido por el político peor valorado de la ciudad (y del mundo, probablemente y si se hiciera tal valoración).

Pero al menos las mascarillas “fake”, las mascarillas falsas que compró Eduardo de Castro con nuestro dinero, sí van a servir para algo: para que algún comerciante del Rastro pueda mantener su actividad, aunque sea a base de un engaño, propiciado por De Castro, que puede poner en peligro la salud de aquellos que compren esas mascarillas y crean protegida su salud con ellas. Y aprovecho la ocasión para aclarar que yo no estoy de acuerdo con la desaparición del Rastro, que me parece un atractivo turístico de Melilla mal aprovechado, como tantas otras cosas más. Bien aprovechado, regulado y apoyado, el Rastro no llegaría ser el archifamoso Gran Bazar de Estambul, pero sí un importante atractivo turístico local, algo que Melilla necesita imperiosamente.

Sobre lo de la CIM, la Comisión Islámica de Melilla, ese oscuro objeto de deseo de algunos musulmanes melillenses, políticos incluidos. La Comisión la forman cuatro (¡cuatro!) Asociaciones, que se llevan fatal: el Consejo Religioso de Melilla, La Asociación Religiosa Badr, la Asociación Musulmana de Melilla y la Comunidad Musulmana de Melilla, esta última presidida por “JImmy” Ahmed Moh, hermano -no con buena relación-del presidente del partido político CpM, de tinte musulmán, Mustafa Ahmed Moh, “Aberchán”.

La batalla por el control de la CIM es casi eterna, aunque sea más subterránea y sorda que explícita. El fondo del asunto, lo verdaderamente importante, es la posible conexión entre la política y la religión. Ya sabemos que en España no puede haber partidos políticos religiosos, como no puede haber partidos antiespañoles, pero haberlos -como las famosas meigas gallegas- “haylos” (los hay). Mezclar religión y política es como retroceder más de 500 años en la historia de la Humanidad. Hacerlo en Melilla es como poner una bomba a la convivencia y al futuro de la ciudad. Cada día que pasa con este Gobierno De Castro-CpM-PSOE es un día menos de vida para nuestra ciudad y una fosa más profunda en la que el PSOE local -que es muy débil, que solo tiene 4 diputados y con todas las posibilidades de quedarse en menos- se hunde más y más, junto con Melilla entera.

Posdata
Sobre tontos e Ignacio Suárez, el colocado, por mor de una sentencia judicial delictuosa, injusta, vergonzosa para la Justicia, en la Consejería de Deportes, después de haber sido repudiado por la Federación Melillense de Golf y por el Club Campo de Golf de Melilla, por, entre otras cosas, vago e incompetente. El adjetivo “tonto” se aplica a aquel que tiene poco entendimiento e inteligencia. “De pequeño era el tonto de la clase, pero mira qué bien se ha colocado”, es una frase que ilustra muy bien lo de Ignacio Suárez. Lo que no lo define bien es el sentido coloquial de la palabra tonto: persona ingenua y que carece de malicia. El susodicho, además de tonto, es malo, chulo, mal subordinado y peor jefe, y está destrozando el golf, con la aquiescencia culposa de sus jefes, Rachid Bussian y Alfonso (Sito) Gómez. Le puedo escribir esto porque, a diferencia de lo que hizo durante años, ahora me amenaza en las redes y asegura que a mí ya no me lee nadie, así que deduzco que no se enterará, ni él ni nadie, de lo que acabo de escribir.

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