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Camino de servidumbre

Carta del Editor.

(Autor: CAM)

Al camino de servidumbre nos lleva la conexión depresión económica-inestabilidad política. Si la sociedad no confía en las instituciones no se producirá el equilibrio de poder que es imprescindible para que florezca la libertad, en vez del autoritarismo, para que triunfen, en vez de fracasar, los países. El periodo de la Gran Depresión -la de los años 30, previos a la II Guerra Mundial- fue un terreno fértil para la inestabilidad política en todo el mundo. Ahora la depresión económica proviene del corona virus, una pandemia cuyo origen no está claro aunque sus daños sí lo están, y del lamentable tratamiento de la crisis pandémica por parte de muchos gobiernos, especialmente, y para desgracia nuestra, del gobierno español. He escrito a menudo sobre el drama que significa la mezcla de religión y política, especialmente en ciudades interétnicas como la nuestra, pero el drama de mezclar -e incluso priorizar- la ideología partidista y exclusivista con la política y la gobernabilidad nos aboca a un drama de parecidas dimensiones. Eso es lo que ha ocurrido en nuestro país con los políticos gobernantes: se atacó tarde la pandemia, con pocos medios y con criterios partidistas (la tristemente famosa manifestación feminista del gobierno socialcomunista) y se hundió a la economía con medidas radicales y con desprecio a la clase empresarial. Se empobreció a casi todos los españoles y además, mintiéndonos, se nos humilló, aunque el humillador Pedro (como hizo el denunciante “capitán Sergio”) pretenda ahora presentarse -financiándose con los recursos que le pagamos- como el salvador.

En esas circunstancias no puede extrañar que la sociedad, nuestra sociedad, no confíe en las instituciones, especialmente en las instituciones políticas, y que el equilibrio de poder entre el Estado y la sociedad, condición indispensable para la libertad, la democracia y el desarrollo, no se produzca, con la inevitable consecuencia de que son los partidos antisistema -y antidemocráticos-, los partidos llamados populistas, como Podemos, los que recogen las uvas de la ira, como describió John Steinbeck en el libro de ese nombre. Presunta solución populista que, en realidad, no es tal, sino un agravamiento del problema, que es muy profundo y que no se soluciona forzando el “destierro” del padre del Rey, ni desenterrando a Franco, por ejemplo.

El daño causado por un mal gobierno no se evita prolongando la vida de ese gobierno. La movilización social no se produce con más Eduardos de Castro -por citar el caso melillense- sino con coaliciones diferentes, más democráticas, con políticos más preparados, menos ideologizados y menos influidos por la religión, menos intransigentes, evitando, así, caer en ese “Camino de servidumbre” al que nos lleva un gobierno omnipresente que no reconoce que, en la economía, los mercados, como defendía Hayek y la experiencia nos demuestra, son más eficientes que el Estado en la asignación de recursos.

Es necesario evitar los ahora frecuentes nombramientos de altos cargos con criterios políticos, aumentando así la autonomía y la eficacia del funcionariado, que ahora en Melilla está por debajo de los mínimos. Es urgente que surjan Organizaciones y Asociaciones fuera del gobierno, equilibradoras del poder gubernamenral. Es preciso aumentar la seguridad y afrontar la situación de los menas. Hay que lograr que Melilla sea una sociedad civil organizada en torno a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, adoptada en 1948
“La movilización social es imprescindible para defender los derechos de todo el mundo. No hay nada fácil o automático en ello, pero puede suceder y sucede”. Así termina el largo y denso libro “El pasillo estrecho. Estados, sociedades y como alcanzar la libertad”, de Daron Acemoglu y James A. Robinson. Ese es el camino que Melilla debe seguir, para lo cual es también imprescindible que el gobierno de Melilla cambie y que sea una nueva coalición la que, con un programa similar al que acabo de exponer, gobierne, tras acabar con este período de tiempo político tenebroso y sin esperanzas de futuro. Por cierto, ha pasado una semana más y el cambio de gobierno local todavía no se ha producido.

Posdata
Muy interesante la visita que, organizada por Mordejay Guahnich, presidente de Mem Guímel -que significa 43, el número de judíos que, huyendo de Marruecos tras el fin del protectorado español, murieron el 11 de enero de 1961 en el barco Price, antes de llegar a su destino final, Israel, en un accidente en la costa de Alhucemas- realizamos el pasado domingo en nuestra extraordinaria e histórica Melilla la Vieja, el Pueblo. El fondo de la visita fue seguir las viejas e importantes huellas de los sefardíes -los judíos españoles- en Melilla. El marco, el Pueblo y el Museo Sefardí. El resumen, como recogió Francisco Bohórquez en su artículo del lunes, el hecho de que “la convivencia entre culturas -imprescindible en Melilla- se hace más fácil cuando hay conocimiento”. La conclusión, recordada una y otra vez por Mordejay, que “Melilla debe aprovechar su riqueza sociocultural para atraer turismo de calidad”, turismo cultural. Una idea clara, y factible, a la que, como es habitual en nuestra ciudad, no se le presta la pública, ni la ciudadana atención debida. Así, de mal, nos va, a pesar de los esfuerzos individuales como, en este caso, el de Mordejay Guahnich.

Frases

El daño causado por un mal gobierno no se evita prolongando la vida de ese gobierno. La movilización social no se produce con más Eduardos de Castro, sino con coaliciones diferentes, más democráticas, con políticos más preparados, menos ideologizados y menos influidos por la religión.

“Melilla debe aprovechar su riqueza sociocultural para atraer turismo de calidad”, turismo cultural. Una idea clara, y factible, a la que, como es habitual en nuestra ciudad, no se le presta la pública, ni la ciudadana atención debida. Así, de mal, nos va, a pesar de esfuerzos individuales como, en este caso, el de Mordejay Guahnich.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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