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La Real y Franciscana Congregación de Nuestra Señora de la Victoria

Recuerdos patronales (I)

Un año más vuelven a las páginas de MELILLA HOY nuestros Recuerdos Patronales. Un recopilatorio de noticias sobre las celebraciones en honor a la Virgen de la Victoria, Nuestra Patrona.

También aquellos textos que otros escribieron con la mayor devoción a la Madre del Cielo bajo esta advocación a la que Melilla venera desde hace siglos y ratificó en su patronazgo en 1756.

Veamos pues cómo se celebraban las fiestas patronales en aquellos meses de septiembre del pasado siglo. He aquí una muestra de ello.

9 de septiembre de 1920
Función religiosa

Como estaba anunciado, ayer mañana a las diez, con motivo de la festividad de Ntra. Sra. la Virgen de la Victoria, Patrona de Melilla, se celebró en la iglesia de la Purísima Concepción, una fiesta religiosa que revistió la acostumbrada solemnidad.

El altar mayor aparecía artísticamente adornado con profusión de luces y flores contemplándose bajo severo dosel la imagen de la Virgen.

El sagrado recinto se vió ocupado por numerosísimos files, figurando entre ellos representantes de cuantas asociaciones religiosas existen en la plaza.

Presidió las comisiones invitadas el Comandante General señor Fernández Silvestre, a quien acompañaba el general presidente de la Junta de Arbitrios señor Monteverde, el coronel jefe de Estado Mayor señor Sánchez Monje, el comandante de Marina señor De María, el teniente vicario castrense señor Zaydin y personales civiles.

También concurrieron comisiones de todos los Cuerpos y unidades, compuesta de un jefe, un capitán y un subalterno.

Ofició el vicario eclesiástico don José Casasola, actuando de diácono y subdiácono el coadjutor don Pedro Doña y el Reverendo Padre Capuchino Félix de Segura.

El panegírico de la Patrona de Melilla estuvo al cargo del elocuente orador don Antonio Díez, quien tuvo conceptos de gran inspiración en su admirable plática.

Cantó una inspirada misa, la excelente capilla que integraban los señores Carmona, Díaz, Martínez Abarca, Terol, Cabas y Barrena.

8 de septiembre de 1942
Melilla, piadosa y tradicional

En el día de la egregia Patrona de la ciudad, la Virgen Santísima de la Victoria

Nacen las advocaciones de Nuestra Señora, con ocasión de grandes sucesos llenos de gozo y alegrías, o también con motivo de tristes acontecimientos ocurridos en la vida local.

Igualmente surgen espontáneamente el título de la Virgen por otros hechos y circunstancias tenidas y reputadas por milagrosas o sobrenaturales, y es que el buen pueblo cristiano mira siempre hacia lo alto y al invocar a Dios, busca auxilio y consuelo en la Gran Mediadora y Abogada de todos los mortales, la Santa y Benditísima Madre del Redentor.

En un remanso del río Serpis, a los pies de las agrestes montañas de la Sierra Mariola aparece una cajita de madera. Dentro de ella una diminuta Imagen de Nuestra Señora con su amadísimo Hijo en sus brazos. Un leñador la recoge y sin darle más importancia la guarda en su casa.

Muchos meses después, sufre el pueblo de Villalonga una gran sequía. Oraciones, súplicas, plegarias, disciplinas públicas rogativas, el agua no aparece, la desesperación de aquellos humildes labriegos es inmensa, pero… el leñador recuerda a sus vecinos que gurda en su casa una pequeñísima Virgen que encontró en día en el río nadando contra corriente de las aguas.

Se apresuran a colocar el sagrado simulacro encima del seco manantial y de rodillas un día y otro suplican, ruegan y solicitan la gracia del milagro, de un portento celestial, y la Virgen Santísima desde el Cielo les escuchó, y brota pujante, cristalina, en caudal inagotable y hasta los presentes días la línfa deliciosa de las aguas, y surge seguidamente la advocación, perpetua, tradicional, imborrable: “la Virgen de la Fuente”.

He aquí el poema primoroso, repetido siempre, siempre, en casi todos los lugares de España. En la mayor parte de nuestro solar hispano, hay venturosos y emotivos milagros, tradicionales y leyendas piadosas, como todos sabemos, y en ellas ocupa el lugar principalísimo una ferviente y arraigada devoción a Nuestra Señora, como una perfumada estela de piedad, ha dejado en pos de si esos arrojos místicos entusiasmos, que en Granada se advierten al paso sublime y reverente de la Virgen de las Angustias: Almería, a la del Mar; Sevilla, Madrid, Zaragoza y toda la patria española, extraordinariamente mariana por su amor, devoción y reverencia a la Santísima Virgen María.

Cercada la ciudad de Málaga, ya más de tres meses, el Rey Fernando V, el Católico tuvo la intención de desistir de su empresa. Noticioso de ello San Francisco de Paula, le envió a dos religiosos mínimos que, según las crónicas de la Orden fueron los Padres Bernardino de Cropalati y Jaime Lespervier, “… para advertir al Rey que prosiguiese animosamente el asedio, asegurándole que el Señor bendeciría sus armas con una próxima y completa victoria… Tres días después de haber llevado los pobres frailes el fausto mensaje al campo español, consiguió Fernando, de un modo inesperado, ocupar aquella plaza, hasta entonces inexpugnable.”
Nace el título de Nuestra Señora de la Victoria de este portento memorable. Luego, el Cardenal Cisneros rememorando este hecho, le dijo al capitán Pedro Navarro, ante los muros infranqueables de Orán: “ porque estoy cierto que vais a ganar hoy una gran victoria…”.

Surge luego la epopeya de la batalla naval de Lepanto, con la victoria y triunfo y el Papa San Pío V señala para la cristiandad la fiesta de la Santísima Virgen de la Victoria.

Una ermita a Santa María de la Victoria se alzó primero, y un santuario después, en Málaga, en el mismo lugar donde se hallaba la tienda real del Monarca aragonés.

A Santa María de la Victoria, consagró el ínclito franciscano y Arzobispo de Toledo, Jiménez de Cisneros, la principal mezquita de Orán, Santa María de la Victoria, apareció estampada en las velas, junto a la Cruz de Cristo Jesús, luego del triunfo glorioso de Lepanto y en las proas de los navíos y bajeles; en las cámaras de los capitanes y en el sollado de la marinería.

La imagen bendita de Nuestra Señora de la Victoria, se enseñoreaba por las rutas del mar latino, un día y otro hasta que llegó la fervorosa devoción de soldados aguerridos en las batallas y navegantes intrépidos a nuestra ciudad, entonces Peñón, Atalaya, Baluarte y Ciudadela, y frente a sus muros se alzó una ermita, sobre la cual se construyó el fuerte de “Victoria Grande”, luego pasó la venerarse la Virgen a otra pequeña capilla en la Plaza de Armas, junto a la Puerta de Santiago, y más adelante fue colocada la Gran Reina, Madre y Protectora de Melilla en el centro de su templo histórico, y en su primoroso Camarín, labrado por la piedad y la fe de aquellos creyentes y amados españoles desde siglos ya lejanos.

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