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MUCHO MÁS QUE SOLO BICI

La fábula de la liebre y la tortuga

El límite de velocidad establecido dentro del casco urbano encierra no solo una actitud en la forma de desplazarnos, una forma de hacer ciudad. Si somos realmente ambiciosos, reducirá de forma determinante el agravio comparativo que se produce, en constante relación directa, con los demás medios de transporte que “inundan” nuestras calles, tanto por parte del coche, como de la moto privada, en favor de los peatones, patines y bicicletas de todo tipo.
Los valores a destacar de dicha medida que proponemos hoy (#Ciudad30), de aplicarse “realmente”, lograrían, además, un escenario mucho más saludable para todos: los gases contaminantes de cualquier tipo, los ruidos, las partículas de toda índole (goma del desgaste de los neumáticos, del embrague, de los frenos, desgaste del propio asfalto, resuspensión de partículas contaminantes, partículas P.M.2.5, P.M.10, etc) se reducirían exponencialmente, logrando, además, que la siniestralidad vial o el peligro percibido por los demás usuarios fueran evitados en gran medida.
Ese límite de 30km/h del que le hablo hoy cambiaría radicalmente la ciudad a los ojos de todos los ciudadanos, pues la percepción de inseguridad se reduciría drásticamente y los daños, en el caso de producirse ese temido “error” de conducción, difícilmente pondrían en peligro vidas humanas.
Con esta “simple medida”, la carga de trabajo de la misma Policía Local sería mucho menor, pues entiendo que es más “sencillo”, al requerir menos esfuerzo, controlar una ciudad “diseñada a para los 30 km/h que para los 50 km/h”.
Además, lograríamos que la percepción de nuestro entorno, en ese ángulo de visión ampliado que nos permite este nuevo límite de 30, “un mayor tiempo de respuesta”. Tal vez así cambiaríamos las cifras actuales en materia de violencia vial, al permitirnos visualizar el resto del viario de manera más acorde con nuestros reflejos. Reducir de forma permanente la “velocidad” a la que nos llega esta gran cantidad de información, entiendo que es una mejora muy evidente, al reducir el riesgo de nuestr@s niñ@s, personas vulnerables y demás “agentes” que interactúan con nosotros de forma permanente.
Los datos que exponemos hoy intentan reflejar una realidad que no es conocida por los conductores que se desplazan a diario en Melilla (275.000 desplazamientos al día en vehículo privado). Sé que la percepción de los conductores, entre los que me incluyo, en relación con la “velocidad media” a la que nos desplazamos en nuestros vehículos, es seguramente muy superior a la que nos confirman los estudios. Es decir, pensamos erróneamente que “la velocidad media” a la que nos desplazamos en coche es mayor de la que realmente somos capaces. La estadística nos habla de medias de velocidad en el casco urbano que se mueven en un rango entre 22 y 29 km/h, lo cual plantea una cuestión muy interesante que valoraremos a continuación.
Creemos necesario señalar que estas cifras de medias de velocidad en el entorno urbano se consiguen apoyadas en viales donde el límite de velocidad es de 50 y 30 donde, además, en momentos puntuales, se producen aceleraciones en las que no se aplica ningún ápice de sentido común, con desplazamientos a velocidades incompatibles con la vida humana a cualquier hora del día. No es complicado en nuestra ciudad observar esas conductas peligrosas con vehículos a 70, 80 o más velocidad en zonas 30 o zonas 50, pues esos límites les son totalmente indiferentes.
Esto no hace sino reforzarnos en la propuesta que defendemos en estas líneas, donde no solo se debe reducir la velocidad en todo el casco urbano, sino creo que es, además, imprescindible exigir por parte del organismo competente, Delegación del Gobierno (Presidente de la Comisión de Seguridad Vial) o a la Jefatura de la Policía Local y demás responsables, un “mayor esfuerzo” para eliminar estas conductas, tan dañinas para toda ciudad, y en especial para los grupos más vulnerables.

Efectos prácticos
Si lográramos una #Ciudad30ML “real”, conseguiríamos a efectos prácticos que apenas variase el tiempo que tengamos que invertir para desplazarnos de un punto A a un punto B de nuestra ciudad. Y es que las medias en la circulación de ciudades como Melilla apenas sufrieron variaciones de importancia con cifras entre 1 o 2 km/h más “lentas” con unas pérdidas de “un par de minutos”, entre los límites de 30 o 50, debido a las cortas distancias que nos separan en nuestro día a día, un escenario que desde luego tendremos en cuenta.
Las Ciudades30 tienen como principal objetivo eliminar el tramo de velocidad donde la vida humana, en caso de atropello, sea incompatible. Recordemos que a 30km/h, la probabilidad de salir vivo es del 95%; a 40km/h es del 55%; y a 64km/h es de solo el 15%. Aunque claramente para ello no solo es necesaria la “simple” reducción de los límites de velocidad en los viales rápidos del casco urbano y la escrupulosa vigilancia por parte de las instituciones públicas encargadas de ello, sino la realización de un “diseño urbano” que evite que nuestras calles sigan siendo de forma permanente un peligro para todos sus ciudadanos, donde diseños propios de la “prehistoria” no choquen frontalmente con esta propuesta que presentamos hoy.
Proteger a los más débiles, reducir los daños en caso de atropello y que se produzcan muchas menos “colisiones” es difícil de lograr si diseñamos rectas kilométricas, con carriles de 5 metros, sin apenas controles de ningún tipo. Que estas autopistas atraviesen incluso barrios enteros, donde el conductor “desaprensivo” piense que circula por un circuito de carreras, es difícil de entender en la actualidad. Al igual que sería lógico pensar que diseñar una ciudad “amable real”, con un “límite de velocidad responsable”, con un “diseño urbano más humano”, iría en detrimento de esas “actitudes” tan nocivas y en favor del resto de toda la ciudadanía.
Los expertos, que mucho antes que nosotros estudiaron las ventajas de la Ciudad30, vieron con sorpresa cómo a pesar de la sensación de los propios conductores donde se suponía que la velocidad media era mucho más elevada en Ciudades50 frente al de Ciudades30, no dejaron que esa falsa impresión les apartara de lo que por otra parte es fácilmente demostrable con aforadores (contadores de vehículos en determinados puntos de la ciudad) y velocímetros, ara que dicho estudio tuviera un peso específico. Llegaron a la conclusión de que en las Ciudades50 la media de velocidad es de apenas 22km/h y la de la Ciudad30 es de unos 21km/h. Estos datos fueron compartidos por el responsable de la Policía Local de Pontevedra, lo cual me explicó profusamente para que, de esta forma, mi incredulidad momentánea no anclara dichos valores en el despropósito.
La reducción de los atascos entorno al 80% de los mismos fue el gran descubrimiento, puesto que convertía los desplazamientos, debido a la reducción de la velocidad punta, en un continuo y no en un permanente acelera y frena. Ello dio a lugar otro dato inesperado en la forma de una mejora del transporte público, haciéndolo más competitivo, pues los autobuses se nutren mejor de una velocidad más sosegada y menos estresante. Por decirlo llanamente, los frenazos, los atascos son contraproducentes para este medio de transporte tan necesario en nuestra ciudad, además del consiguiente ahorro de combustible y menor gasto de motor y ruedas.
Podría decirles, sin temor a equivocarme, que el tiempo que “perderán” en una Ciudad30, a efectos prácticos, es el mismo que en muchas ocasiones ganan arriesgándose de forma imprudente en una Ciudad50 y donde, a costa de llegar ese ansiado minuto antes, han evitado in extremis ese golpe “fortuito” que podría cambiarles la vida, según les sonriera ese día la suerte.

Prueben y verán
Piensen por un momento en este “juego” que les propongo hoy: reduzcan la velocidad de forma voluntaria, fijen la vista en la cifra de 30 km/h que asoma en flamante cuadro y respétenla. Logren durante unos días no superar ese “límite ficticio” propuesto, mucho más coherente, el cual, en el caso de riesgo de atropello o distracción, les permitirá salvar una situación que en otras circunstancias les sería inevitable.
Relájense, observen la ciudad, vean cómo los demás usuarios de la vía, esos que antes se convertían en un obstáculo permanentes, circulan a nuestro alrededor, algunos delante, otros detrás. Verán cómo, cuando se les da la oportunidad, hasta ahora inexistente, esos “ciclistas molestos” y “peatones imprudentes”, se convierten de forma instantánea, en parte de la solución y dejan de ser para usted, por fin, un problema constante.
Díganme si es preferible tener la ciudad inundada de coches o de bicicletas, patines eléctricos y peatones. ¿Acaso no es ese es el espíritu de una #Ciudad30, de una ciudad amable, sostenible, resiliente? ¿Acaso no es más interesante y justo diseñar ciudades para las personas y no para las máquinas, en ese cambio de paradigma, donde el peatón destrone al actual rey de nuestra ciudad?

Obstáculos
Puede despertar cierta incredulidad los enormes valores propios de una #Ciudad30. Puede que, ante usted, paciente lector, aparezcan gran cantidad de obstáculos intelectuales o de costumbres, los cuales principalmente salen de la preconcebida idea que, por otra parte, llevan inculcándonos años, donde ser más rápido, más grande, más “dinámico” es lo que necesitamos, y donde la idea que exponemos hoy, más tranquilo, menos contaminante, más respetuoso, no cala en los medios publicitados que nos machacan todos los días. Y si no, cuenten las veces que ven anuncios de coches en un día, en una semana, en un mes, en una vida, obsérvenlos con ojos críticos.
Nunca será intención de los lobbies coartar “la supuesta libertad que te ofrece el vehículo privado”. Nunca será su objetivo mostrarnos machaconamente que circular pacientemente en una calle 30 o 20, detrás de un ciclista, un patinete eléctrico o un peatón (calle la Legión, preferencia peatonal), sea propio de su “carácter”.
El actual vehículo privado es presentado en todos los medios publicitarios como la panacea en términos de movilidad, circulando en esos anuncios soñados, por esas calles perfectas, inexistentes, donde nada se mueve, solo nosotros, en ese maravilloso y extraordinario día sin ningún tráfico, solo el que en nuestro vehículo recién estrenado nos procuramos, sin malos rollos de ningún tipo. Ni siquiera el agujero de la cuenta bancaria que nos hace o la gran cantidad de gastos que nos procurará alegremente durante toda su vida “útil” (el 93% del tiempo no se mueve), o el silenciado impacto medioambiental del que somos responsables (¿solo emitimos CO2 por cada litro consumidos? ¿Dónde están los efectos medioambientales del diseño, la construcción, el transporte, las materias primas, el reciclaje, las averías, etc?), en ese desplazamiento anodino, irreal, donde no existen ruidos, ni humos y, por supuesto, cero riesgo vial. Nunca aparece ante nosotros esa realidad incómoda, pues en esa ciudad “enteramente nuestra” que se nos publicita, no existe ningún habitante más (no los necesitamos), sea cual sea la velocidad a la que nos desplacemos, nuestro precioso coche recién sacado del concesionario es presentado hoy y siempre como el indiscutible “rey de las calles” y a un rey no se le deben de poner limitaciones… ¿o sí?

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