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En el 98 aniversario de los Combates de AMVAR

El padre Revilla, portando hábito, a su derecha el comandante Fontanes

En este año de 2020 se cumple el centenario de la creación del Tercio de Extranjeros motivo por el cual este y siguientes trabajos serán conmemorando a los heroicos legionarios que dieron su vida por la Patria.

Hechos de Armas que dieron prestigio y renombre al Tercio de Extranjeros, hoy denominado La Legión.
…Al pasar mi sección, que era la última de mi compañía, recibe ésta la orden de entrar en una cábila. El enemigo nos sigue tan de cerca que varias veces hubimos de darle frente haciendo fuego. Creíamos que al llegar a la cumbre de aquella loma, ya fortificada, desaparecía el peligro y podríamos tomar algún descanso. Una de las veces que mi sección hizo frente al enemigo en nuestra retirada, casi en línea con la guerrilla de policía indígena, el ayudante ruega a Fontanes suba hasta la posición para dar órdenes desde allí y fuera del peligro que estaba corriendo, porque tas balas caían como una lluvia y sus silbidos herían ya nuestros oídos corno una sinfonía macabra y nuestro jefe de Bandera replica con gesto espartano:

  • -No me moveré, hasta que haya subido el último de mis legionarios…

Y cuando habíamos llegado a la cumbre oímos los gritos de ira, de dolor, de rabia y desconsuelo que lanzaba el ayudante, con más angustia que si los balazos los recibiera él:

  • -¡Nos han matado al comandante! ¡¡Nos han matado al comandante!!

Unas secciones en guerrilla disparaban con rapidez increíble; hubo que iniciar una carga a la bayoneta para hacer retroceder al enemigo, que quería apoderarse del cuerpo de Fontanes; y cuatro legionarios, corno si llevaran sobre sus hombros una sagrada reliquia, con la misma unción religiosa, llevaban el cuerpo ensangrentado del jefe, valiente basta la temeridad y querido como ninguno; y por las mejillas de aquellos hombres de guerra, curtidos por todos los dolores morales y materiales, al verle las heridas cuando lo curaban en la posición que hoy lleva su nombre, rodaban unas lágrimas; con más fervor y dolor; jamás han sido derramadas…
La noche nos iba envolviendo y al resplandor de los fogonazos los camilleros seguían su camino con aquella preciosa carga.

De pie, con un desprecio absoluto a la muerte que danzaba a su alrededor, teniendo su cuerpo descubierto que le silueteaban las balas enemigas, había continuado alentando a los policías para dar tiempo a que llegásemos nosotros a la cumbre, y cuando montaba a caballo para dar la galopada atrás con la policía, recibió la descarga en el vientre que le hizo caer desplomado tierra. Cuando vimos ensangrentado aquel cuerpo, todo nervio y corazón, al que parecía que respetaban las balas porque era una irreverencia a su valor sereno y frío el tocarle, nos pareció que aquello era una pesadilla.

El nombre del comandante Fontanes, que murió a los tres días en el aduar de Amvar, la tienen –políticos responsables del desbarajuste que en los servicios de sanidad reinaba entonces.

Aquella vida, como tantas otras, por carecer de medios para operarle allí, se perdió para siempre. Vimos a los médicos morderse los puños de impotencia por falta de material, y por ese crimen de la patria, perpetrado por los políticos de turno, murió un soldado de España de una bravura y heroísmo, que le hicieron convertirse en ídolo de sus soldados…” ”

Luis Lázaro Gómez, Ex legionario de la 14 Compañía de “Las Cabezas”.
“EL COMANDANTE DE LA SONRISA”. Este es el título del artículo publicado en el diario “El Debate”, del viernes día 24 de marzo de 1922, firmado por Alejandro Pérez Lugin.

«EL COMANDANTE DE LA SONRISA»
“““¡Ay! también nosotros tuvimos que llorar los nuestros. No es sino con sangre como se logran las victorias.

El bravísimo comandante da la segunda bandera de la Legión, Carlos Rodríguez Fontanes cayó herido de un balazo en el vientre. –
Del capellán de la Legión, señor Vidal, fiel cumplidor de sus deberes sacerdotales, que esperó con «sus feligreses» la acometida rifeña para que a los que los necesitasen no les faltaran en su última hora los auxilios espirituales, cayó muerto en el campo del deber.

Seis legionarios más murieron también. Hubo treinta y cuatro heridos, entro ellos, levemente por fortuna, el teniente Lizcano, ayudanta de Fontanes, ya herido en otra .ocasión. (En el combate del Sebt, si no nos infiel la memoria.)
Y horas después en la misma posición, fallecía el valiente comandante Fontanes.

Hubo lágrimas en la Legión. He aquí e] mejor elogio da este bravo militar. Lloró Millán Astray y lloraron muchos legionarios, porque es condición de bravos el corazón que siente.
¡Pobre Fontanes, tan simpático, tan caballeroso, tan sencillo, tan bueno! Todos le querían. Conquistó con su trato agradable a cuantos le conocieron. Un poco niño—también condición de bravo—, como todas los que forman esta milicia excepcional, de cuyo mérito no se han dado cuenta exacta más que los que la han visto, Fontanes sonreía siempre. Cuando no estaban frente al enemigo, y puede que entonces también, porque esta gente es excepciona1, él y Franquito, que habrá tenido una gran pena al: recibir la triste nueva, se asaetaban a bromas, en las que gustosamente nos complicábamos los amigos.

Fontanes fue, con «Franquito» y Candeira, gallegos como Millán Astray, uno de los tres jefes a quienes requirió el teniente coronel de la Legión para fundar ésta. Ahí está su obra.

Fontanes era valiente sin ostentación. Sonreía en el campamento y sonreía en el combate, con cierta socarronería de la terriña. Su bandera le respetaba y le quería; porque sólo, a fuerza do hacerse querer y respetar por bravo se logra el mando de estos valientes, antes obedientes por gusto que por disciplina, con ser tan disciplinados.

El comandante Fontanes ha actuado con indiscutible gloria en toda esta campaña de Melilla, desde sus comienzos. En ella se ha consolidado el crédito de la Legión, abierto antes, pero elevado aquí a las más altas cimas.
¡Mas a cuánta costa! No recordamos ahora exactamente el número de bajas sufridas. Compañía hay que ha visto caer a cerca de doscientos de sus hombres (es decir, toda ella si se suman las bajas) y que ha renovado dos veces su personal de oficiales nueve heridos de cuatro que la constituyen). Y si es heroica la conducta de los legionarios, ¿qué diremos, cómo premiaremos, señores políticos, la de sus jefes y oficiales?
Al fin de cuentas, la Legión es un refugio de olvido de muchas cosas para aquéllos. Vencimientos en la lucha de la vida; derrota de ideales llevados con exageración para unos; naufragios sentimentales de otros, tabla salvadora para los más, que sin tener nada que olvidar, y no debiéndole ninguna caricia a la vida, no aprendieron a organizar la suya, y vinieron aquí en singular bohemia…
Pero loe otros, los que llevan estrellas en la guerrera y en el alma…, los que han vestido aquí quijotescamente, por puro entusiasmo profesional, a jugaros todos los días la vida por noble amor a España, por orgullo admirable de su condición de militares…
Una tarde en que la lluvia nos retenía a todos en los alojamientos, leía yo el diario de una compañía de la Legión. «Día tantos salimos al amanecer en la extrema vanguardia…, Nos retiramos al anochecer en la extrema retaguardia…» «Día cuantos avanzamos en la extrema vanguardia…, cubrimos la retirada en la extrema retaguardia…» Así todos lo días, toda la Legión, cuya historia si yo tuviera poder, mandaría escribir bajo las armas de España, en la bandera roja y amarilla que debiera cobijarla:
«Legión extranjera: Avanza en la extrema vanguardia, se retira en la extrema retaguardia.»
¿Que cae uno? Otro al puesto. Adelante. No importa. ¡Viva España! ¡Viva el Rey!¡Viva la Legión! Una de las cosas que mayor afecto hacen en los moros, que más los dominan por el asombro, es la impavidez con que, sin hacer caso de las bajas, los legionarios avanzan, mandados por aquella colección de chiquillos que como que fue un moro el que lo dijo, «tienen cerdas en el corazón».
¡Y todavía los tenemos sin premio!
Ahora ascenderá Fontanes, cuando hace tanto tiempo qué debieron ascender todos. ¡Pobre amigo! En adelante, cuando visitemos el campamento de la Legión, nos faltará alguien…; aquella mano leal, aquella son-risa acogedora, aquel corazón de niño. ¡Ay! de esta operación no han vuelto los legionarios cantando la «Madelón», cual de costumbre. La «Madelón» iba enlutada, llorando junto a camilla que conducía el cuerpo inmóvil del comandante de la sonrisa, qué tantas veces, cantando la canción que se ha hecho legionaria, llevó a sus singulares soldados a la victoria.

Y cuando, junto a la fosa en que han de descansar gloriosamente los restes del bravo comandante de la segunda bandera, Millán Astray, oficiante del rito legionario, haya despedido al compañero inolvidable con los tres reglamentarios vivas a la Legión, expresión de la fuerza de ésta, viva aún en la muerte…, le habrán contestado tres sollozos, porque los valientes se despiden rara siempre con Luto en el corazón, llanto en los ojos.

Fontanes era ferrolano, como «Franco», su compañero. Aún no han tenido tiempo de marchitarse las flores de los arcos triunfales que recibieron ha poco en su pueblo a Franquito cuando se han trocado en gasas y crespones para llorar a éste otro ferrolano glorioso que ha muerto honrando a su Patria.

Para Millón Astray, para Franquito, para nuestros buenos amigos de la segunda bandera, para la Legión toda, nuestro pésame muy hondo y muy grande por la pérdida que acaban de sufrir.

Y para el que sustituya al valiente «comandante de la sonrisa», legionariamente un ¡viva la Legión!”””
Una vez publicada la historia del Comandante Carlos Rodríguez Fontanes que se editó en el servicio de publicaciones del Tercio Gran Capitán 1º de la Legión, D. Eduardo Sar Quintas tuvo la gentileza de “colgarlo” en las páginas de Internet, por lo que al ser leída esta página por un descendiente directo (su nieto José Rafael Rodríguez), éste se pone en contacto epistolar con Eduardo Sar, a quien remite ampliación de detalles sobre la muerte de su abuelo, entre los que se cuenta la carta que a continuación se transcribe literalmente por su interés documental, donde el capellán Manuel Gallego Manceda envía al R.P. Severiano Montes, contándole las vicisitudes de la muerte del Comandante Fontanes, amigo íntimo del referido padre Severiano:

“Campamento de Dar Drius (Comandancia de Melilla)
21 de abril de 1922.

Reverendo Padre Severiano Montes. Tapia de Casariego.

Mi estimado y Rdo. P. en C. ¿Al incorporarme hace solo tres días a estas Banderas 1ª y 2ª del Tercio me ha sido entregada su atta. Carta de V. del 10 de los corrientes interesando de más noticias de la muerte del que fue digno jefe de la 2ª Bandera Comandante Fontanes, herido mortalmente el 18 de marzo.

Precisamente en ese día 18 llegué yo á Ceuta para presentarme en la representación del Tercio. Los informes que voy a darle no son directos, pero para el caso es igual, ya que no admiten duda alguna.

En las primeras horas de la noche del 18 al 19 cayó mortalmente herido el benemérito P. Antonio Vidal, escolapio, soldado Presbítero y Capellán Auxiliar de las Banderas 1ª y 2ª. Su muerte fue instantánea: la bala enemiga le atravesó el pecho y debió seccionar alguna víscera vital. Próximo al lugar del suceso se hallaba el Capellán del 3º Regimiento de Artillería de Montaña Sr. Jarrín, que solo pudo administrarle la Santa Extrema-Unción, sacramento que acababa de administrar el P. Vidal a un soldado del Tercio.

Dos horas después fue mortalmente herido el Comandante Fontanes, su amigo de V. y de cuantos le conocimos; pero su muerte no fue instantánea, sobrevivió á la herida más de 48 horas y tuvo tiempo de confesarse y se confesó con el mismo Capellán Sr. Jarrín, de quien también recibió la Santa Extrema-Unción; me lo dijo hace pocos días en Melilla este Sr. Capellán, cuando todavía no había yo leído su carta de V. y todos me aseguran que su muerte fue la de un Santo, no solo porque murió por una causa justa, sino porque con fortaleza y resignación cristiana, conservando todo su conocimiento ofreció a Dios su vida.

Para consuelo de V. y de la familia del Sr. Fontanes debo testificar que su muerte ha sido por todos muy sentida, hecho natural, ya que cuantos les conocían le estimaban y querían mucho: en mis palabras no hay exageración ni adulación alguna.

Vea V. reverendo P. si puede servirle en alguna otra cosa un atto. s.s. y capellán q.s.m.b. Manuel Gallego Manceda”… (Continuará)

Bibliografía consultada al final del último capítulo

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