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Un mundo kafkiano

A menudo, y muy especialmente en tiempos de crisis (como ahora), se utiliza esa expresión: esto es kafkiano. Es el gran escritor checoslovaco Franz Kafka, descendiente de una familia judía de la Europa central, el que da nombre a ese “mundo kafkiano” que, según los existencialistas, sus seguidores y los que no lo son tanto, es “el mundo de hoy, el de los burócratas abusivos, el mundo de lo fantástico e irreal, mucho más vivo que el llamado mundo real”.
Kafka (1883-1924) murió joven. Su novela más famosa, “El proceso”, se publicó un año después de su muerte y su patrimonio literario, uno de los más ricos y significativos de todos los tiempos, se conservó porque su gran amigo, Max Brod, no cumplió los deseos del escritor de que quemara todos sus manuscritos. Él, Kafka, nació y creó dentro de un mundo en el que “el principio de causalidad, que todo lo regía, se viene abajo dentro del microcosmos al que pertenecen el átomo y el ser humano (individuo significa lo mismo que átomo en griego, o sea, lo que no se puede dividir)” (Vintila Horia). De los principios de incertidumbre de la persona y de exclusión fue Kafka un precursor, como lo fue Miguel de Unamuno, que llamó a ese drama individual de la incertidumbre “el sentimiento trágico de la vida”.

Se considera que su obra principal, “El proceso”, es un producto de sus vivencias personales y expresa la desorientación del hombre de nuestro tiempo, la angustia y la destrucción de la persona por un sistema social absurdo que, sin embargo, debe asumir el individuo. Ese es el “mundo kafkiano” que hoy padecemos, como Kafka previó.

Cierto es que no en todos los lugares del mundo se manifiesta ese mundo con la misma intensidad. Evidentemente en las dictaduras, especialmente las comunistas, la destrucción de la persona por un sistema social absurdo es mayor que en las democracias consolidadas, por defectuoso que pueda ser el sistema político democrático. También lo es la distancia entre el mundo fantástico e irreal, por los comunistas creado, y el mundo real, por los individuos padecido.
¿Estamos, en España y, dentro de ella, en Melilla, inmersos en un mundo kafkiano, en un mundo con un sistema politico y social absurdo que destruye las capacidades creativas de las personas? Pues, por no pecar de absolutista, yo diría que más bien sí que no.

Como escribí en mi Carta del pasado jueves, los gobiernos español y melillense son legales, pero son claramente ilegítimos y, como consecuencia inevitable, ineficaces. La propaganda, las mentiras repetidas, al estilo del nazi Goebbels o el comunista Lenin (o Pablo Iglesias, que nos recuerda una y otra vez que la mentira “es un arma revolucionaria”), no consiguen mejorar el mundo real y el mundo fantástico e irreal, la utopía, es, por definición inalcanzable. A los hechos me remito y los tristes hechos, la realidad triste, la angustia y la destrucción de la persona por este sistema de tintes kafkianos, es demasiado evidente como para poder ser ocultada incluso por los maestros de la propaganda mentirosa.

Además, tenemos mala suerte en esta Melilla nuestra. Un reciente y significativo ejemplo: En una de las numerosísimas direcciones generales que esta pequeña ciudad nuestra tiene y costea, la de Planificación Estratégica y Programación, pomposo nombre para referirse a los Fondos Europeos que pudieran venir a Melilla, se hallaba desde hace muchos años un funcionario muy serio y, como buen policía, muy discreto, Jesús García Ayala. Tan discreto, tan discreto que de su labor de muchos años, e incluso de él mismo y su existencia como director general, poco, más bien nada, se ha sabido hasta ahora. Ahora se oye su nombre porque se jubila y porque el gafe, el cenizo, el aguafiestas, el maléfico mayor y más siniestro de Melilla y quizás del mundo entero, Julio Liarte, va a ocupar su puesto, accidentalmente (menos mal).

Precisamente, para agravar aún más la ya gravísima situación, en el momento en el que Melilla debería de empezar a moverse para entrar, con condiciones especiales -como tuvo y tiene Canarias- en la Unión Aduanera europea. A Julio Liarte ya le había colocado Eduardo de Castro, otro gafe monumental, en la Consejería de Hacienda -a la que Liarte destrozó con medidas ilegales producto de sus odios- y ahora lo colocan en la dirección de los Fondos Europeos, con un gran sueldo. Pobre Melilla. Tal parece que nos ha mirado un tuerto y nos ha caído maldición tras maldición. Y mientras, la “ocupadísima” Gloria Rojas, que miente al asegurar que las relaciones Delegación del Gobierno-Gobierno de la Ciudad son muy buenas y toma el pelo a los melillenses al declarar que hablan sin parar, en vez de hacer algo productivo. Rojas permanece sumida en su indecisión, sin tiempo, dice, ni para hacer algo productivo, ni para oír -en vez de tanto “hablar”- el clamor angustiado de la inmensa mayoría de los melillenses, de cuya ruina será ella corresponsable, si sigue así.

Posdata
¿Pueden acordar algo PP y PSOE en Melilla? Sí, evidentemente. Lo acaban de hacer para impedir que la cepemista, muy aberchanista, Dunia Almansouri -mismo apellido que una de las protagonistas de la serie televisiva “Oficina de infiltrados”, ningún otro parecido- pueda ser la presidenta de la sociedad pública Promesa, en vez del socialista Mohamed Mohand. Promesa tuvo la inmensa suerte de que Julio Liarte dimitiera como presidente. A lo mejor tiene ahora la suerte de haber sido el primer lugar en estos tiempos en el que se ha producido un pacto PP-PSOE, lo que Melilla necesita para sobrevivir dos años largos. Un pacto que tiene antecedentes: hace 20 años, cuando desalojaron a Mustafa Aberchán de la presidencia y votaron a Juan José Imbroda, presidente entonces de un partido local, como presidente de la Ciudad.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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