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Historia

Compañeros en la eternidad: Legionarios en el Panteón de Héroes

Legionarios en las Campañas

Hace ya algunos años escribí este relato con el que participé en el Certamen de relato corto “Capitán Leandro Alfaya”. Varias veces he estado tentada a publicarlo pero como se avecinaba el centenario pensé que era la mejor ocasión para que estas líneas, escritas con cariño y admiración, viesen la luz. Con ellas quiero rendir homenaje a La Legión, a los hombres y mujeres que visten tan insigne uniforme. Muy especialmente a quienes dieron su vida en cumplimiento del deber.
¡La muerte no es el final!
¡Viva La Legión! ¡Viva España! “El Espíritu de la muerte: El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde.”

Así reza uno de los doce espíritus que dan cuerpo a nuestro Credo Legionario, base espiritual de esta Unidad, , el cual intentamos cumplir con honor, a la par que ser dignos de vestir el uniforme verde que nos distingue como tales. De portar sobre nuestras cabezas el gorrillo clásico conocido popularmente como Chapiri. Y llevar el emblema de La Legión, el que fuera diseñado por el capitán Justo Pardo Ibáñez, y que no tuvo consideración oficial hasta 1923, cuando algunos de nosotros ya habíamos dejado de existir. Él se inspiró en los de los Tercios que habían servido a la Monarquía durante los siglos XVI y XVII. Entrelazados una alabarda, un arcabuz y una ballesta y sobrepuesta la corona real.

El Tercio nos sedujo y nos fuimos integrando en él desde su fundación en 1920. Muchos de nosotros recordamos la propaganda que se realizó para el alistamiento. Los carteles eran bastante sugerentes:
“Españoles y Extranjeros, los que seáis amantes del ejército y sus glorias ¡Alistáos! El Tercio de Extranjeros es un Cuerpo de Infantería que tendrá bandera propia y sus soldados estarán amparados por ella. Es un Cuerpo de honor; el uniforme es vistoso, las pagas suficientes, la comida sana y abundante. Y para los amantes del Cuerpo y de sus glorias, La Legión os ofrece una carrera militar digna: Podréis llegar a Capitanes del Tercio. Se admiten españoles y extranjeros, con edades comprendidas entre los 18 y los 40 años, Primas de Enganche: Por cinco años, 700 pesetas; por tres años, 500 pesetas.”
Nuestro fundador José Millán-Astray Terreros debió sentir que las unidades que conformaban por aquel entonces el nuestro Ejército no cumplían “sus expectativas”, ni tan siquiera los Grupos de Fuerzas Regulares Indígenas creados en 1911 por el general Dámaso Berenguer. Necesitaba algo más y tal vez encontró lo que buscaba en aquellos viejos Tercios españoles que batallaron en el norte de Europa. Cuerpos duros, flexibles y con un gran margen de maniobrabilidad con cualquier tipo de arma.

Sus estancias en ultramar fueron otra fuente de inspiración para ir dando forma a esa unidad que soñaba, que visualizaba en su mente y que precisó de varios años de gestación. En 1918 daban comienzo los primeros movimientos, viajó incluso a la Argelia francesa para conocer de cerca La Legión Extranjera creada en el país vecino. El día 28 enero de 1920 se firmaba el Real Decreto de creación aunque se da como fecha más significativa la del 20 septiembre cuando en Ceuta se instala el Cuartel General del Tercio de Extranjeros. Este es el texto al que hago alusión:
“Real Decreto.- A propuesta del Ministro de la Guerra y de acuerdo con el Consejo de Ministros, vengo en decretar lo siguiente.

Artículo Único.- Con la denominación de Tercio de Extranjeros, se creará una Unidad Militar cuyos efectivos, haberes y reglamento por el que ha de regirse serán fijados por el Ministerio de la Guerra.

Dado en Palacio a veintiocho de Enero de mil novecientos veinte y ocho.

El Ministro de la Guerra, José Villalba.

Aprendimos de memoria su himno, grabamos a fuego cada una de sus palabras en nuestros corazones ávidos por luchar, deseosos de cumplir con las misiones que nos fuesen encomendadas:
Nadie en el Tercio sabia
quien era aquel legionario
tan audaz y temerario
que a la Legión se alistó.

Nadie sabía su historia
Más la Legión suponía
que un gran dolor le mordía
como un lobo, el corazón.

Más si alguno quien era le preguntaba
con dolor y rudeza le contestaba:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.

Cuando más rudo era el fuego
y la pelea más fiera
defendiendo su Bandera
el legionario avanzó.

Y sin temer al empuje
Del enemigo exaltado,
supo morir como un bravo
y la enseña rescató.

Y al regar con su sangre la tierra ardiente,
murmuró el legionario con voz doliente:
Soy un hombre a quien la suerte
Hirió con zarpa de fiera;
Soy un novio de la muerte
que va unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.

Y, cuando al fin le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.

Y aquella carta decía
“… si algún día Dios te llama
para mi un puesto reclama
que buscarte pronto iré”.

Y en el último beso que le enviaba
su postrer despedida le consagraba.

Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera.

me hice novio de la muerte,
le estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi ¡Bandera!

Y así lo sentimos, “novios de la muerte”, sobre todo en los momentos finales cuando la suerte nos hirió con zarpa de fiera, cuando “el ángel exterminador” nos envolvió con un opresor abrazo, que cerró nuestros ojos para siempre; atrapándonos con lazo fuerte sujetándonos de tal forma que fue imposible la vida. Cada bala que impactó en nuestros cuerpos actuó como guadaña de muerte, arrebatándonos el bien más preciado: la vida.

Ya no pudimos regresar a nuestros hogares, jamás volvimos a ver y abrazar a nuestras familias. Ellos nos lloraron en la distancia, ni tan siquiera pudieron tener cerca nuestras tumbas y depositar una flor. Sus lágrimas nunca cayeron sobre la tierra o el blanco mármol de las lápidas que un día cubrieron nuestros cuerpos inertes. Y aquí estamos, entre estos muros de piedra ahora centenarios que nos acogen a todos nosotros, junto a compañeros de otras unidades. Cada cual tiene su propia historia, cada cual tuvo su propia muerte.

En esta última morada somos veinticinco los caballeros legionarios que recibimos sepultura, ocupando tumbas y nichos donde se pueden leer nuestros nombres; unos en el interior y otros en el patio superior, bajo el sol africano que cada amanecer penetra por las claraboyas para unirse sobre la lápida que cierra la cripta, con los versos del poeta Ramón Goy de Silva, señalado que allí descansan casi tres mil compañeros, casi tres mil héroes anónimos que dieron su vida por España.

Poco a poco fuimos sucumbiendo, no en los momentos más álgidos, en los meses de julio y agosto de 1921, sino durante el período de la reconquista del territorio, firmando con nuestra propia sangre el compromiso que adquirimos con el Tercio, con La Legión. Lo rubricamos en lugares como Beni Sicar, Atalayón, Atlaten,Taxuda, Ras Tikermin, Ichtiguen, Amvar, Tuguntz, Peña Tahuarda, Tizzi Azza, y Tifaruin, por citar algunos.

Estamos seguros, o al menos así queremos pensar, que nuestros sacrificios no fueron baldíos y que las muertes de todos los soldados del Ejército Español en tierras africanas sirvieron de algo, contribuyendo a la seguridad y tranquilidad de las ciudades de Ceuta y Melilla.

El primero en llegar a la celestial morada, fue el teniente Miguel Valero Marzo, un joven aragonés, concretamente de Lidón (Teruel), hijo de Rafael Valero Arguete y de Rafaela Marzo Aguar. Siempre dice que él fue “el primer oficial del Tercio en ser enterrado en el cementerio de la Purísima Concepción”. También nos refiere que fue lo ocurrido en aquella jornada del 15 de agosto de 1921, en la que él perdía la vida. La idea era descongestionar los puestos avanzados en la línea del Zoco el Had y colocar una posición al suroeste del santuario de Sidi Amarán, estableciendo un blocao entre ésta y Exmoar. Estas acciones debían llevarlas a cabo las columnas al mando del general Sanjurjo y coronel Riquelme como jefe de las Tropas de la Policía. El enemigo reaccionó de tal modo y de forma tan cruenta que hubo muchas bajas. Ese día le acompañó también el oficial indígena Sidi Mohamed Ben Hach Amar.

Junto a él suele estar el segundo aragonés del Panteón, el alférez Alfonso Martínez Mateos; hijo del capitán de Infantería Julio Martínez La Fuente y de Expectación Mateos Sáenz. A pesar de su juventud fue de los primeros en alistarse en el Tercio. El 18 de agosto de 1923 en tanto que formaba parte de un convoy con destino a Tifaruin una bala enemiga acabó con su vida.

Continuará…

Isabel Mª Migallón Aguilar
Fotografías: Eduardo Sar Quintas

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