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¿Cuándo vamos a reaccionar?

Y así es como nos vemos ahora, con el barco medio hundido e intentando achicar agua. Con una emergencia sanitaria difícil de atajar por las dimensiones que ha cobrado y la amenaza casi de muerte que supone para nuestra economía volver a un confinamiento que nadie quiere. Todo por una falta de reacción imperdonable después de la experiencia adquirida en la primera ola. Por si eso fuera poco, encima nuestros gobernantes se esconden para no tener que dar explicaciones a la opinión pública de este desastre Podría ser, perfectamente, la pregunta del millón. Con más de 600 casos activos, que podrían ser bastantes más en realidad si se hicieran todas las pruebas PCR que se debería -Melilla es, junto con Ceuta, donde menos pruebas diagnósticas se realizan de todo el país- y cuatro fallecidos en una semana, resulta realmente sorprendente que estemos en esta ciudad como si nada. Siendo, como somos, una de las regiones europeas con peores datos. Desde hace ya bastantes días, entre las tres con más contagios de España en números relativos.
Los primeros que deberían haber reaccionado hace ya tiempo y no lo han hecho son nuestros gobernantes, que para eso están ostentando los puestos de responsabilidad, para lo bueno y para lo malo. Son ellos, los que están sentados en los sillones del Palacio de la Asamblea y la Delegación del Gobierno, los que tendrían que haber espabilado no ahora que la curva de la pandemia sigue en escalada, sino bastante antes, cuando salimos del estado de alarma y empezó la nueva normalidad. Y, sobre todo, cuando empezamos con el rebrote a finales de julio.
No se puede culpar a los tribunales de justicia que no ratificaron las dos órdenes de Salud Pública, sino a la falta de reacción inexplicable que hubo por parte de las autoridades. Todas. Tanto las que tenían competencias por no adoptar las medidas necesarias y buscar alternativas, como las que no las tenían y podían haber sumado utilizando su poder y autoridad para reivindicar al Gobierno.
Tampoco es justo echar toda la culpa a la población, aunque tenga también su parte de responsabilidad, porque de nuevo son las autoridades las que tienen en su mano las herramientas necesarias para hacer cumplir las normas por las malas si no se hace por las buenas y voluntad propia. Y eso no se ha hecho tampoco, quizá por miedo a tomar medidas impopulares.
Y así es como nos vemos ahora, con el barco medio hundido e intentando achicar agua. Con una emergencia sanitaria difícil de atajar por las dimensiones que ha cobrado y la amenaza casi de muerte que supone para nuestra economía volver a un confinamiento que nadie quiere. Todo por una falta de reacción imperdonable después de la experiencia adquirida en la primera ola. Por si eso fuera poco, encima nuestros gobernantes se esconden para no tener que dar explicaciones a la opinión pública de este desastre, lo que no hace más que alimentar el miedo, la angustia y la incertidumbre que sienten cada vez más melillenses. Da la sensación de que no hay nadie al timón de este barco que se va a pique. Aunque más que una sensación, visto lo visto, parece una realidad. Pobre Melilla.

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