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Carta del Editor

¿Melilla marroquí?

Con un gobierno “vendepatrias” como el que padecemos ahora en España, ¿es posible que en el plazo de unos cinco años la bandera marroquí ondee en Melilla en la que hoy todavía conocemos como la Plaza de España, el epicentro de nuestra ciudad?
Eso es posible e incluso probable, como me decía el pasado sábado un amigo de origen beréber y me corroboraban, aterrados, otros amigos beréberes o de origen cercano marroquí. Sí, es posible que Melilla deje de ser española si continúa en España un gobierno “vendepatrias” como el actual, en el que uno de los vicepresidentes (antes el coletas, ahora el moña) considera que el himno de España -el mismo ante el que el inmenso Rafael Nadal lloraba al oírlo en París- es una triste pachanga fascista. ¿Nos va a defender, o va a permitir que defiendan nuestra españolidad, un comunista como Pablo Iglesias, seguidor de Stalin, cuyo “principio fundamental en la vida era que los muertos no mienten” -por eso mató a tantos- y que para Rusia cuanto peor, mejor (La vida privada de Stalin, de Fishman y Hutton)? ¿Nos va a defender un Gobierno presidido por un psicópata ególatra cuyo único objetivo es mantenerse en la presidencia, para lo que necesita los votos comunistas y separatistas, partidarios ambos de la ruptura de España? ¿Nos va a defender con eficacia un gobierno melillense inoperante y fallido como el actual, y sin esperanzas de ser cambiado?
Por eso, aumentan las posibilidades de que la larga historia de la Melilla española termine -a pesar de la Constitución, que los socialcomunistas separatistas se quieren cargar- si en nuestra ciudad continúa -casi tres años más de este Gobierno sería la muerte civil- el ineficaz Gobierno actual, cuya ineficacia nos aboca a la catástrofe y a la insignificancia, preludio de la catástrofe.
“Con un Gobierno así no hay democracia que resista”, escribió Francisco Rosell el domingo en El Mundo refiriéndose al Gobierno de Pedro Sánchez, artículo que terminaba con una cita de Cromwell con la que el diputado británico Amery forzó la marcha del primer ministro Neville Chamberlain por su ineptitud anta el expansionismo nazi: “Lleváis sentado demasiado tiempo para el bien que hacéis últimamente… Marchaos, os digo, y dejarnos que lo hagamos por vosotros. Por Dios, ¡marchaos ya!”. Chamberlain, que era un hombre de honor y un demócrata, dimitió y le sustituyó el celebérrimo Winston Churchill. Por supuesto que ni con Pedro Sánchez ni con De Castro se va a producir dimisión alguna, sino un comportamiento radicalmente contrario al de Chamberlain. El lamento desesperado, ese grito de “Por Dios, ¡marchaos ya!”, será desatendido en nuestro caso, sin duda y para desgracia de España y de Melilla.

No cumplir lo acordado, lo pactado, lo prometido, no es moralmente aceptable ni políticamente eficaz, a largo plazo. Kameniev y Zinoviev, amigos de Stalin desde el comienzo de sus malas andanzas políticas, acordaron con el dictador confesar lo que no habían hecho y acusar a Trotski con la promesa del dictador de que a ellos no los matarían. Fueron fusilados inmediatamente después del término de un falso juicio, en los calabozos subterráneos de la Lubianka, el cuartel general de la tristemente célebre KGB. La traición, sin llegar a los límites del demente Stalin, es moneda frecuente en la política, pero los resultados, como la experiencia política melillense también demuestra, son en general malos para los traidores y, lo que es peor, fatídicos para los pueblos. Hay, por cierto, muchos ejemplos de traidores en nuestra ciudad, que ya se conocerán el día que publique mis memorias y recurra a las hemerotecas.

Por no cumplir lo prometido pasa lo que pasa. Recuérdese a Pedro Sánchez antes de las elecciones declarando que no podrían dormir, ni él ni los españoles, con un gobierno en el que estuviera el comunista Pablo Iglesias. Recuérdese lo que declararon y prometieron muchos políticos melillenses -que creen y actúan como si los partidos fueran de ellos- y lo que hacen ahora. Por eso España, según los datos recién publicados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) es “el farolillo rojo (nunca mejor dicho) de las grandes economías del mundo” (diario Expansión), con un desplome del Producto Interior Bruto (PIB), lo que producimos en un año, del 12,8% en 2020, mientras que, por ejemplo, Portugal decrecerá el 10%, Francia el 9,8%, Alemania el 6,0% y EEUU el 4,3%.

España es hoy, por desgracia, un Estado fallido, como Melilla es una Ciudad fallida, también por desgracia. La patética situación sanitaria y la espantosa situación económica de España en general y de Melilla en particular demuestran la certeza de la catástrofe, porque si España está en la cabeza mundial del desastre de la pandemia y del desastre económico, Melilla encabeza el desastre de España en ambos apartados.

Y como fondo para rematar la horrible faena, asalto socialcomunista al poder judicial vía el Consejo Superior de dicho poder, que será absorbido por el poder legislativo, tras una nueva patada histórica a Montesquieu y patada actual a los españoles, a cuya capital, Madrid, el motor económico de España, mantiene confinada el dictador Sánchez, por encima de cualquier criterio mínimamente democrático. “Quieren aniquilar nuestra economía”, dice Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad madrileña. Quieren aniquilar España, porque, aun conociendo las incapacidades e ineptitudes de la mayoría de nuestros gobernantes -repito, en España y en Melilla- solo pensando en que para mantenerse y acrecentar su poder necesitan la aniquilación de España se puede comprender el cúmulo de desastres que han producido en nuestro país y en nuestra ciudad.

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