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Compañeros en la eternidad: Legionarios en el Panteón de Héroes (y V)

Hace ya algunos años escribí este relato con el que participé en el Certamen de relato corto “Capitán Leandro Alfaya”. Varias veces he estado tentada a publicarlo pero con el centenario pensé que era la mejor ocasión para que estas líneas, escritas con cariño y admiración, viesen la luz. Con ellas quiero rendir homenaje a La Legión, a los hombres y mujeres que visten tan insigne uniforme. Muy especialmente a quienes dieron su vida en cumplimiento del deber. ¡La muerte no es el final! ¡Viva La Legión! ¡Viva España!

He querido dejar para el final la historia de mi comandante, Carlos Rodríguez Fontanés, con quién tuve el honor de compartir gloriosa muerte cuando intentábamos ocupar el aduar de Amvar en la Meseta de Arkab. Yo fui el primer capellán del Tercio fallecido en acción de guerra y él el primer jefe de La Legión muerto en combate.

Colaboró en la fundación del Tercio de Extranjeros. En un principio la II Bandera estaba al mando del comandante Fernando Cirujeda Galloso pero por enfermedad de éste, el 12 de abril de 1921 es sustituido por Rodríguez Fontanés cuando esta se hallaba en el Zoco el Arba de Beni Hassan.

Su primer contacto con el territorio cercano a Melilla fue en 1921 cuando tras el derrumbe de la Comandancia General, acude con sus hombres. El 23 de julio embarcan en el Ciudad de Cádiz rumbo a Melilla, llegando un día después para quedar destacados en Fuerte Camellos y formar parte de la columna del general Sanjurjo. Desde esta fecha comienzan a tomar parte en diversas acciones así como en las de reconquista del territorio.

El 7 de enero de 1922 marchamos a Tauriat Narrich, donde pernoctamos para continuar hacia Batel. Allí nos unimos a la columna del general Berenguer con el fin de participar en la toma y ocupación de de Dar Busada y Ras Busada. El día 10 entramos en el campamento de Dar Drius que estaba completamente en ruinas. Allí permanecimos durante un tiempo hasta que se decidió ocupar Amvar. El 18 de marzo fue el día elegido por el general Berenguer; la idea era no solo la ocupación sino acometer también la fortificación para poder llegar a Tungutz.

Estaba también con nosotros, formando parte de la misma columna la Primera Bandera, así como una serie de carros de asalto que actuaban por primera vez en la zona del Protectorado. Debo decir que contamos también con apoyo de la Aviación.

El enemigo no se amedrentó en ningún momento y lucha con fuerza y con fiereza. El personal que manejaba los carros no estaba muy suelto en el tema por lo que tuvieron bastantes problemas. Veíamos como les lanzaban piedras desde todas partes, incluso por una de las mirillas lograron introducir una gumia que hirió a uno de los apuntadores. La falta de manejo y de previsión hicieron que algunos vehículos quedaran paralizados por agotarse el combustible. No podían retroceder, no podían moverse y sus ocupantes así que salían de ellos morían al instante.

Mientras tanto los legionarios al cruzar los barrancos vemos a las guarniciones abandonar los tanques y correr loma abajo en un intento por salvar la vida.

El comandante Fontanés al acercarse a animar a un compañero herido, recibe una herida de bala en el vientre. Es tal la gravedad de la misma que los médicos aconsejan no moverle. La espera fue larga, interminable la agonía del bravo militar, del valeroso legionario. Moría allí, recordando a sus nueve hijos, a los que dejaba en la más absoluta orfandad ya que su mujer, Filomena Castro Fernández, con la que contrajo matrimonio el 12 de noviembre de 1904, había muerto poco tiempo antes.

Cuando dos días después la columna del general Berenguer logró establecer dos nuevas posiciones que pudieron ser fortificadas en la meseta de Arkab, a una se le dio el nombre de “Fontanés”, en honor a nuestro querido y admirado comandante.

Curiosamente en octubre de dicho año en esta posición se instaló un puesto de enfermería de urgencias.

Como ya les he dicho yo también finalicé mis días en Amvar, en tanto que ejercía el ministerio sacerdotal, dando la extremaunción a un herido cuando una bala me impactó en la cabeza. Solo recuerdo que estaba de rodillas junto al soldado y como de pronto, al igual que contó el alférez Navarro, la oscuridad me envolvió para dar paso a una luz cegadora. Ya no había silbidos de balas, ni gritos, ni dolor, todo era paz, todo era tranquilidad porque Antonio Vidal Pons, el hijo de Manuel y Vicenta había dejado de existir.
¡Cuánto dolor sintieron mis padres al recibir la carta! Nunca volvieron a ser los mismos. Yo, desde mi trocito de cielo rezaba por ellos y pedía porque tuvieran la paz y serenidad que su hijo había alcanzado. En ocasiones les abrazaba, y parecían sentirme o al menos yo quería creerlo, necesitaba creer que recibían lo que les daba.

El 21 de marzo tuvo lugar nuestro entierro. Junto a nosotros recibieron también sepultura el teniente de Ingenieros Diego Blázquez Nieto, cordobés de treinta y cuatro años y el sargento Tomás Amarillo Román, de veintiún años, nacido en Badajoz. Las honras fúnebres fueron presididas por el comandante general José Sanjurjo Sacanell. Primero recibimos sepultura en el patio 20 y posteriormente en 1929 fuimos trasladados al Panteón de Héroes.

Solos al cuidado de su anciana madre quedaron sus siete hijas pequeñas ya que los varones aun siendo menores ya buscaban su porvenir; el mayor quería ser fraile y el segundo se estaba preparando para ingresar en el cuerpo de Correos. En alguna ocasión le habían recriminado el por qué continuaba luchando en el campo de batalla en lugar de ocuparse de sus hijos a esto el contestaba que lo primero era la Patria.

Recuerdo también la conversación que el día anterior mantuvo con el capitán médico Fidel Pagés. Este le dijo que la bravura con la que combatía el comandante era debida a su supuesto estado de soltería. A lo que él contestó ¿Cómo soltero? Soy viudo y con nueve hijos

  • Uno oye tantas balas y como aún no he ha dado ninguna me he acostumbrado a no concederles mucha importancia. Además se curan tantos que hay que pensar que no todos los proyectiles traen la muerte. Lo único que me preocupa muchas veces son las heridas de vientre.

A esto le respondió el doctor Pagés:

  • Pues esas heridas no deben preocuparle más que las otras. Con tal de poder hacer la primera cura dentro de las cuatro horas que siguen al momento de producirse la herida, no hay gran peligro de muerte. A mi no se me ha muerto ningún herido en esas circunstancias.

Cuando el comandante Fontanés resultó herido, pidió que se localizase rápidamente al doctor, sabía que su vida estaba en las manos del gran cirujano y era el único capaz de sacar aquel proyectil de su intestino. En tanto que era transportado en camilla miró su reloj. Eran las dos de la tarde.

El heliógrafo transmitió rápidamente y se supo que el Capitán Pagés estaba a mucha distancia y que tardaría en llegar. Él recordó sus palabras, “las cuatro horas fatídicas”.

En reiteradas ocasiones miró el reloj y cuando dieron las seis dijo:

  • Son las seis, ya venga o no venga… Ya no importa ya es tarde… Mis pobrecitos hijos.

No volvió a mirarlo, ya le daba igual donde señalaran las manecillas, sabía que la vida se le escapaba lentamente. Su último pensamiento fue para sus pequeños y lo último que pronunció: ¡Viva La Legión!
Ocurrido esto, los hombres que le acompañaron en su final rompieron a llorar desconsolados, víctimas por la pérdida del jefe admirado, sabedores de la estela de dolor que su muerte dejaría.

En tanto que relato su historia él apoyado en la balaustrada que rodea el patio superior del Panteón me mira y sonríe sin decir nada, pero diciéndolo todo con sus ojos.

No muy lejos puedo ver al teniente Agulla conversando con el cabo Suceso Terrero y algunos de los hombres del Blocao Dar Hamed, conocido también como “El Malo” ya que los restos de sus defensores del Tercio y Brigada Disciplinaria fueron exhumados de donde permanecían enterrados desde 1921 porque estaban prácticamente a ras de tierra e inhumados en el Panteón el día 9 de febrero de 1924.

Estas son, a grandes rasgos nuestras historias, las de unos hombres que un día decidieron unir sus destinos a una unidad militar creada por el comandante José Millán-Astray Terreros. Creímos tanto en él y nos cautivó de tal manera que nos enrolarnos en sus filas y pasamos a ser miembros de sus Banderas, de aquel incipiente Tercio de Extranjeros.

Vivimos y morimos como legionarios. No supimos hacer otra cosa más que luchar con honor y morir con dignidad, porque así nos lo reclamó nuestro deber con la Patria. Porque así se nos demandó el día de nuestro juramento de fidelidad a la Bandera:
“¡Soldados! ¿Juráís por Dios o prometéis por vuestra conciencia y honor, cumplir fielmente vuestras obligaciones militares, respetar al Rey y a vuestros jefes, no abandonarlos nunca y, si preciso fuera, entregar vuestra vida en defensa de España?”
No tuvimos otra opción que no fuese la muerte por salvaguardar nuestra Bandera.

Por todo ello y por todos y cada uno de los espíritus que rezan en nuestro Credo, Compañeros Legionarios, aquellos que estáis junto a mi en este lugar sagrado, en esta nuestra última morada, desde la eternidad que compartimos, gritad todos conmigo:
¡VIVA ESPAÑA! ¡VIVA EL REY! ¡VIVA LA LEGIÓN!

Isabel Mª Migallón Aguilar
Fotografías: Eduardo Sar Quintas

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