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Atril ciudadano

A vueltas con la covid

Es curioso esto de la Covid. Un fenómeno aparentemente natural, hace culpables a quienes la padecen y no víctimas como sería lógico. Según los medios, la culpa de la propagación de la enfermedad es de la ciudadanía. Acuérdense: al principio la culpa era de los niños quienes, asintomáticos, eran peligrosos contagiadores. Después la responsabilidad fue de los adultos que se hacinaban en el metro de camino al trabajo. Entonces se confinó a toda la población trabajadora aunque entre ellos los hubiera sanos. A continuación la falta fue de los abuelos por enfermarse todos a la vez y colapsar los hospitales (había que dejarlos mejor que se muriesen en las residencias; el famoso "triaje"). Ahora es de los jóvenes que hacen botellones y que son unos insolidarios, y por eso hay que declarar el toque de queda. Oiga, ¿y cuándo va a ser culpa de las autoridades? Son responsables por su pésima gestión en la crisis, por desoír las advertencias de la OMS, de la Unión Europea y de Seguridad Nacional. Por permitir que el virus, todavía a día de hoy, se cuele impunemente por aeropuertos y puertos. ¿No va siendo hora ya de que algunos vayan admitiendo su cuota de responsabilidad en todo esto del Covid?
Ahora dicen los periódicos que el personal sanitario está muy enfadado con los españoles porque éstos acuden desatienden los consejos a propósito de la enfermedad y se contagian. Pues que no lo estén tanto. Si faltan manos o faltan medios en los hospitales es responsabilidad de los gestores sanitarios porque entre sus obligaciones está también la de prever estas eventualidades; no todo va a ser coser y cantar. Y es que a fuerza de repetirlo, el mantra de la culpa ha calado tanto en la ciudadanía que es raro oír una voz disidente. Es la fuerza del “pensamiento único” que cada vez se hace más palpable en la sociedad. Un monotono gris que produce escalofríos y que recuerda a otras latitudes.
Ésta, no es la primera pandemia que sufre el ser humano y no será la última. El problema es que a la gente se le ha prometido la "inmortalidad" y que con una "pastillita" se cura todo. Y de repente han descubierto que son vulnerables y que la gente se muere. Y peor aún, que nuestros sanitarios no tienen ni la menor idea de cómo hacerle frente al virus. Es como si nos despertaran de un placentero sueño y descubriéramos que dormíamos tendidos en una viga a veinte metros de altura. Creo que más que escandalizarnos por las muertes deberíamos alarmarnos por nuestro exiguo sentido de la realidad. Porque sí, morimos. Es así de simple. Somos seres frágiles con fecha de caducidad, sometidos a cientos de achaques. Un simple catarro, una infección, nos puede matar. Pero la opción no es dejar de usar el cuchillo por si me corto o no acudir a la próxima reunión familiar por si me contagio, sino seguir haciendo vida porque somos seres gregarios que necesitamos de los demás; de los amigos, de la familia, de los compañeros. Vivir y morir es connatural al ser humano. Eso sí, con todas las precauciones del mundo, pero sin renunciar a vivir.

Me viene a la memoria el famoso lema "keep calm and carry on" que acuñó el gobierno británico para evitar que cundiera el pánico en la población durante los bombardeos de alemán de la segunda guerra mundial. Entonces, a nadie se le ocurrió señalar a los ciudadanos como responsables de tales bombardeos. Un gobierno debe saber admitir los fracasos de sus políticas erróneas, lo otro, es de una cobardía vil. Hay que explicar a la ciudadanía los riesgos de contagiarse, de ser responsables y prudentes, pero jamás se debe aterrorizar a la población con cifras peregrinas. Lo que toca ahora es apretar los dientes y seguir; ocurra lo que ocurra. La buena noticia es que antes que tarde, esto pasará como pasa todo en la vida. La mala, que vendrán más epidemias y nos volverá a sorprender con los deberes sin hacer, sumidos en la politización más abyecta de la vida pública, y de la que por cierto, tampoco somos responsables los ciudadanos.

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