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La batalla única

Desde una posición de autoridad y responsabilidad resulta cobarde e irresponsable parapetarse tras una fina capa argumental basada en una teórica guerra de sexos que no es más que el deseo de seguir viviendo del erario público y justificarlo de la manera más torticera posible. Intentar justificar que uno tiene o no razón en base a una hipotética posición de debilidad fundamentada en lo que se tiene entre las piernas en lugar de reconocer que simplemente no se está preparado para el cargo que se ostenta es simple y llanamente una manipulación repugnante de las luchas sociales.
Y es que además de la tónica de los puños y las pistolas los fascistas utilizaban la censura como herramienta para alcanzar el discurso único, sin lugar a la crítica – ni constructiva, ni destructiva – y para continuar viviendo en una burbuja que se resquebrajaba conforme iba avanzando el tiempo. Es curioso que, mientras se sigue poniendo la mano para recibir el jugoso sueldo de consejero, que no deja de ser un concejal de Ayuntamiento con ínfulas, también se bloquea a cualquier persona que se anime a disentir, para luego tener la poca vergüenza de ponerse en el papel de víctima por el mero hecho de ser mujer. Esto no es un caso de mansplaining sino de protestar ante la tremenda caradura de una señora que ocupa un cargo público y que, desde una posición de autoridad, se permite el lujo de tachar a sus detractores de pertenecer a un mundo de machistas desenfrenados que pretenden callar su voz, que aparentemente sería el equivalente a la de la sabiduría y la verdad.

Esta columna de opinión es muy breve: Esto no es una doble batalla, sino una lucha contra la ignorancia, el desconocimiento, la incultura, la sinvergonzonería, la mediocridad y la hipocresía. Yo no estoy cobrando un solo euro de dinero público. Mis estudios y mi formación la han pagado y la siguen pagando mis padres con su esfuerzo y su trabajo, el mismo que ellos recibieron de los suyos. Y es que dicen que algunos comportamientos familiares se heredan o ‘se maman’ como se dice popularmente, y entre los valores de los míos no están ni la censura ni el desprecio a aquellos que no me tocan las palmas ni de los que se diferencian de mí en su forma de pensar.

Que viva la Cultura, la de verdad, y no la maniatada por los deseos egoístas de un individuo, sea quien sea.

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