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Tribuna Pública

La raíz de la violencia contra las mujeres

Abderrahim Mohamed Hammu

La violencia contra la mujer -una de las formas más vergonzosas de todas las violaciones de los derechos humanos- sigue siendo ampliamente ejercida. No conoce fronteras geográficas, culturales o económicas. Acontece en tiempos de paz y durante los conflictos armados, en el hogar, en el lugar de trabajo y en las calles. Obstaculiza nuestro avance hacia la igualdad, el desarrollo, la paz y los derechos humanos para todos.
Siempre ha existido el maltrato u odio hacia la mujer. La misoginia está presente y más latente que nunca en nuestra sociedad. Somos testigos de titulares, noticias, sucesos y hechos, que cada día nos deja sin aliento.

La mujer es el blanco por excelencia de todo aquel que desea descargarse, por cualquier motivo. La violencia de género ha sido una constante en la vida de la humanidad.

En nuestro país recrudece la situación cada día más. Y se hacen sonoros y continuos los abusos, asesinatos y maltratos de todo tipo contra la mujer.

La Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, define la violencia contra la mujer como "todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o sicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada".

La violencia contra las mujeres no es nada nuevo, pues la historia da fe de numerosas agresiones y vejaciones cometidas contra miembros del sexo femenino a través de los siglos. Incluso en la actualidad vemos con frecuencia casos de crueldad y abusos contra mujeres en diferentes partes del mundo. ¿Por qué?
Durante años, psicólogos y sociólogos han barajado muchas teorías para tratar de explicar por qué hay una cultura de agresión contra la mujer, tanto a nivel familiar, en algunos casos, como a nivel colectivo, como sucede en algunas guerras o en lugares de conflicto. Para algunos, el consumo de alcohol y drogas tiene mucho que ver con la violencia en el plano doméstico, así como las dificultades económicas, la falta de comunicación entre la pareja, el estrés.

Pero tanto en estos casos como en el plano social hay una raíz mucho más profunda: el machismo, la subvaloración del sexo femenino y el hecho de que, en sentido general, los agresores no sufren consecuencias realmente severas por su conducta.

Y esta falta de severidad a la hora de castigar a un hombre por haber agredido a una mujer ha ido enraizando en la conciencia colectiva a través del tiempo. El resultado ha sido considerar a la mujer como una propiedad y, por consiguiente, una súbdita. Se enraiza la cosificación de la mujer: ellos sienten que ella les pertenece (perverso sentido de la pertenencia).

La violencia contra la mujer, o violencia machista, es una forma de violencia que se ejerce contra las mujeres por el hecho de serlo. Es decir, la variable “ser mujer” es lo que define esta forma de violencia. Aunque no es un fenómeno nuevo, en los últimos años se ha desarrollado un proceso de denuncia, visibilización y toma de conciencia sobre este problema, pasando de ser considerado una cuestión privada, que se producía dentro del ámbito de la pareja, a entenderlo como un problema social porque afecta a toda la sociedad.

El maltrato es el reflejo de un desigual reparto de poder, que no entiende ni de clase social, ni de edad, ni de país de procedencia, donde el hombre se siente legitimado para emplear la violencia como instrumento de control, como correctivo, de un modo paternalista y obsceno que lo que busca es acallarla, someterla, humillarla, para perpetuar su estatus de superioridad dentro de la pareja.

Es escalofriante. Y no es que las mujeres que sufren maltrato sean tontas, ni ignorantes, sino que el que maltrata emplea estrategias que contribuyen al bloqueo y al mutismo de la mujer maltratada. Esas estrategias son del tipo: alejar a la mujer de su entorno habitual para controlarla con mayor facilidad; el chantaje emocional; la imposición de su autoridad en la relación; las agresiones físicas y verbales, los insultos; controlar en todo momento dónde está y con quién… En definitiva, violencia física y simbólica que pretenden infundir temor para que ella no actúe ni le denuncie.

El miedo paraliza a las mujeres que sufren violencia. La percepción de la víctima de que no existe una vía de salida frente a la tortura, la habituación a la situación de violencia porque piensan que hagan lo que hagan no se puede salir de la situación de tortura… Y no es que ahora haya más casos de violencia que antes, lo que sucede ahora es que se visibiliza, y las estadísticas y la prensa comienzan a recogerlos y el cine nos relata historias en películas como “Te doy mis ojos” o “Sólo mía” que se acercan a esta cruenta realidad en el marco de las relaciones de pareja.

En algunos casos, la violencia se intensifica, sobre todo cuando él siente que ha perdido la capacidad de sometimiento, a veces incluso hasta llegar a matarla. Cada año son asesinadas una media de 70 mujeres en España a manos de sus parejas o exparejas, según Red Feminista, teniendo en cuenta que a nivel mundial los casos ni siquiera se computan.

La educación es necesaria para que este problema social deje de serlo. Una educación desde la base, desde las escuelas, desde la familia, con valores alejados de los estereotipos que nos transmiten los programas de tv, los anuncios, los cuentos, etc. Y que sobreviven y persisten en nuestro imaginario colectivo.

Poco se puede hacer con las personas que ya se han criado en esta cultura androcéntrica, es decir, una cultura centrada en el hombre y lo relacionado con él, donde lo masculino es tomado como punto de partida y ángulo desde el cuál se evalúa todo. Pero mucho se puede hacer con las generaciones venideras. Los cambios de mentalidad sobre la visión que tiene toda la sociedad acerca de las mujeres son muy lentos, tengamos paciencia.

El cambio no sólo necesita de leyes que no dejen impunes al agresor, sino de una sociedad entera que valore a hombres y mujeres por igual.

La lucha contra este azote nos exige cambiar una actitud que todavía es demasiado común y está demasiado arraigada. Demostrar, de una vez para siempre, que con respecto a la violencia contra la mujer no hay razones para la tolerancia ni excusas tolerables.

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