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Tribuna Pública

29 de noviembre: Día Internacional de solidaridad con el Pueblo Palestino El lenguaje del colono

El lenguaje y el discurso colonialistas están profundamente vinculados a acciones, por más que sean injustas, inmorales y violentas. Tomemos por ejemplo uno de los planes de Israel de limpieza étnica de treinta mil beduinos palestinos de sus tierras ancestrales en el Naqab (Negev). Así es como un único titular en la edición de 2 de junio de Haaretz de 2011 un diario israelí de gran difusión y representativo de los medios de comunicación dominantes lo expresa: “La oficina de Netanyahu promueve un plan para reubicar a 30.000 beduinos”. El subtítulo reza: “El plan tiene como objetivo mejorar las condiciones de vida de los beduinos que viven actualmente en aldeas no reconocidas que carecen de la infraestructura necesaria, lo que da lugar a graves problemas ambientales y de otros tipos”.

Un plan de desposesión y limpieza étnica se convierte así en una “promoción” para “reubicar” en mejores condiciones de vida y en preocupación por el medio ambiente. Se ha enterrado en la historia que los beduinos son los verdaderos propietarios de la tierra en la que viven, una propiedad que se antedata al Estado de Israel pero incluso este hecho se convierte en un mero “reclamo”. En ninguna parte del artículo se dice una palabra acerca de quiénes son los beduinos en realidad: una parte del pueblo indígena de la Palestina histórica.

Dado que los beduinos no son nunca palestinos en Haaretz ni en ningún otro medio de comunicación israelí, sino simplemente “árabes”, pueden pues ser reubicados (es decir, étnicamente limpiados) a donde quiera que el Estado de Israel desee; en otras palabras, no tienen historia, ni conexión con la tierra, ni guardan relación con los otros palestinos de toda la Palestina histórica y de la Diáspora. Con esta palabra —“árabes”— se hace desaparecer todas esas realidades.

Esta constante negación de la identidad y de la historia de los beduinos palestinos es en realidad un eco de la afirmación racista de Golda Meir de que “no existe eso de pueblo palestino” y de la caracterización igualmente odiosa que Balfour hizo de los palestinos en 1917 simplemente como “los actuales habitantes del país”. De esa forma se arranca a los beduinos del Naqab de su contexto histórico y se les separa de los otros palestinos. ¿En qué se diferencia la expulsión y la desposesión planificadas de los beduinos palestinos de la de la mayoría de los palestinos expulsados de Haifa, Acre, Yaffa, Safed, Jerusalén o Bir al-Saba’? (por citar sólo algunos ejemplos) en 1948? La respuesta es simple: no se diferencian en absoluto.

De hecho, la sombra de al-Nakba, la expulsión original de 1947-1948, todavía ocupa un lugar preponderante. Véase, por ejemplo, a Yosef Weitz, uno de los arquitectos del Plan Dalet, reflexionando en 1941 sobre cómo “eliminar” al pueblo originario de Palestina así como hacerse cargo de una parte significativa de Siria y Líbano:
La Tierra de Israel no es pequeña en absoluto si se elimina a los árabes, y sus fronteras se amplían un poco, hacia el norte hasta el Litani [río de Líbano] y por el este mediante la inclusión de los Altos del Golán […] los árabes deben ser transferidos al norte de Siria y a Iraq. (Nur Masalha, Expulsion of Palestinians, 134).

Nótese cómo, al igual que con Balfour, los pueblos de Palestina, Líbano y Siria, no cuentan para nada en la repugnante visión de Weitz; no existen, son objetos a los que se desplaza de aquí para allá de acuerdo a los caprichos de los dirigentes sionistas. Obsérvese asimismo la forma arrogante en que Weitz se pregunta dónde trazar las fronteras de su futuro Estado con total desprecio por los pueblos de la región, como los niños dibujan líneas al azar en una hoja de papel.

Después de más de ochenta años el pensamiento colonial sionista no ha variado —los palestinos son percibidos como meras piezas en un tablero de juego a las que se puede mover de un lado a otro con el fin de mantener el “Estado de Israel judío y democrático”.

De hecho, toda la narrativa histórica de Israel se fundamenta en tales fabricaciones coloniales del mito, en la supresión de los hechos históricos, en eufemismos, evasiones y en la negación absoluta de la realidad: Palestina era “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, “los israelíes hicieron florecer el desierto “, “Israel es la única democracia de Oriente Próximo”, “el ejército israelí es el más moral del mundo”, “Israel es la luz de las naciones”, “estamos rodeados de unos vecinos fuertes”, “no tenemos ningún socio para la paz”, “los árabes sólo entienden el lenguaje de la fuerza”, y así sucesivamente.

Los ataques casi diarios contra los palestinos, tanto en los Territorios Ocupados como en Israel, y el robo continuado de la tierra y la cultura palestinas se explican por lo general utilizando tales evasiones lingüísticas y falsedades flagrantes, como lo han hecho todas las guerras de Israel desde la creación del Estado. Trae a la mente la famosa máxima de Tácito: “Saquean, masacran y roban: a eso lo llaman engañosamente Imperio, y cuando arrasan todo, lo llaman paz”.

En manos de colonizadores y conquistadores, el lenguaje es siempre un arma utilizada contra el colonizado y el ocupado. En la mentalidad imperial/colonial, el poder usa el lenguaje por lo general para fabricar, confundir, deshumanizar y dominar. Es una herramienta que se utiliza para justificar los crímenes del pasado y para justificar los que vendrán. Con el colonialismo de asentamiento, en particular, el lenguaje se utiliza para denigrar o incluso para borrar la historia y la cultura de la población indígena a las que se les usurpa como muy bien lo describe el profesor israelí de Lengua y Educación Nurit Peled Elhanan:
(El apartheid [israelí] no es sólo un montón de leyes racistas, es un estado de ánimo moldeado por la educación. Los niños israelíes son educados desde una edad muy temprana para que vean a los ciudadanos “árabes” y a los “árabes” en general como un problema que debe resolverse, eliminarse de una forma u otra […]. [El sistema de] La Educación israelí consigue levantar muros mentales que son mucho más gruesos que el muro de hormigón que se está construyendo para encarcelar a la nación palestina y ocultar su existencia ante nuestros ojos. […]. [Los israelíes] no consideran que los palestinos sean seres humanos como ellos mismos, sino de una especie inferior que se merece mucho menos. (Independent Online: “Cómo las leyes racistas encarcelan a una nación”, 3 de noviembre de 2011).

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