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La eterna mentira de la Ciudad de las Culturas

Con la reciente polémica levantada por las ‘luces interculturales’ creo pertinente la reflexión sobre lo que representa de fondo. Siempre se nos ha vendido, sobre todo a las nuevas generaciones y a los turistas peninsulares, la idea de la Melilla de las Cuatro Culturas. Un concepto que, desde luego, aporta un toque exótico a la lejana ciudad y garantiza una miríada de cargos públicos, asesores, asociaciones, organizaciones y subvenciones en cada legislatura, gobierne quien gobierne. ¿Pero qué hay de real en ello?
Hemos dado por hecho que la existencia de cuatro culturas en la ciudad reside, únicamente, en la diferencia religiosa, como si un credo diferente fuese lo único que determinase eso que aquí denominamos cultura. Ya está bien de cuentos chinos y de la utilización de la religión de cada cual para nutrir esta impresentable charlatanería. Disto más culturalmente de un hombre de Marrakech o de Orán que de mi amigo Adam, musulmán, cuya familia lleva generaciones en esta tierra. También soy distante de una askenazí israelí, pero no encuentro diferencias notables con mis vecinos, judíos, más allá de profesar credos diferentes. Basta ya, ¿cuánto más tardaremos en darnos cuenta de que esta retórica de las culturas sirve, únicamente, para evadirse de las responsabilidades de la política real?
La división de la ciudad en grupos culturalmente diversos hace que sintamos que las diferencias entre nosotros provengan de un hecho ancestral o natural. Damos por hecho que los barrios musulmanes son y seguirán siendo los más pobres de la ciudad ‘porque siempre ha sido así’, damos por hecho que los funcionarios sean mayormente de origen peninsular ‘porque siempre ha sido así’. Adoptamos la vieja tendencia del Protectorado y del colonialismo europeo consistente en encasillar a la población en roles ensanchando los muros entre clases sociales. Hemos encasillado hasta las tendencias políticas, ¿o no sabemos qué partidos se componen mayoritariamente de miembros de una u otra confesión en Melilla? Además, utilizando toda esta retórica decimonónica de las culturas nos basamos sobremanera en la religión. En pleno 2020 los poderes públicos siguen alimentando esta farsa en base a la Fe que profese cada cual, ¿y los no creyentes, los ateos, los agnósticos? ¿No tienen cabida los ateos rifeños o de origen sefardí en la política pública porque todo se aplica desde un prisma religioso? No, porque no hay cultura diferente en nuestra ciudad, y el único combustible que puede usarse para seguir con este discurso es la religión. Esto no es Jerusalén, ni Sarajevo, ni Beirut por mucho que las autoridades locales se esfuercen en asimilarnos a ellas.

Cuanto antes nos desprendamos de esta mentira grandilocuente de la Ciudad de las Cuatro Culturas, heredada de los tiempos del Protectorado e impulsada por gobiernos como el de Velázquez, más fácil nos resultará avanzar como sociedad. Confío en que algún día podamos romper los mantras eternos y los melillenses dejen de ser encasillados y utilizados para fines políticos dependiendo de sus apellidos o de la religión que profesen. No, no existen las cuatro culturas, solo hay melillenses que deben ser libres e iguales. Tras veinte años de siglo XXI ya está bien de instrumentalizar religiones, de dividir sociedades y de encasillarnos como peones del juego político.

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