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El novio del 31 de diciembre

Lo ocurrido en la boda multitudinaria del 31 de diciembre tiene, además, todos los agravantes imaginables. Desde todos los ángulos, aunque con diferente intensidad y enfoque, se ha condenado el hecho. Los padres queremos lo mejor para nuestros hijos, es una ley natural que, aún teniendo sus excepciones, se cumple habitualmente. Entre los buenos deseos paterno-filiales se incluye el de que nuestros hijos tengan una buena boda y que los parientes, los amigos, los conocidos e incluso algunos enemigos-para que sufran- asistan a una gran fiesta, tan grande como nuestros recursos y las circunstancias generales lo permitan.

Pero, como decía, toda regla tiene su excepción y algunas excepciones son muy feas. Recuerdo, a título de ejemplo, que hace años me invitaron a la boda de la hija de un alto cargo público local. Boda (sin covid) fastuosa, sitio precioso, invitados muchísimos, todo a lo grande. Se acercaron a mi mesa unos amigos empresarios y me preguntaron qué me parecía el convite, la boda en general. Muy bien, todo a lo grande, les contesté. Nos alegramos, respondieron, porque la hemos pagado nosotros, ya que nuestros ingresos dependen en buena medida de las decisiones “políticas” del padre de la novia, quien, suponían los paganinis, debía estar mucho más satisfecho que los invitados, yo entre ellos.

La picaresca se produce en todo el mundo y en España la novela picaresca ha tenido representantes geniales, desde que en 1554 apareció “La vida del Lazarillo de Tormes”, de autor desconocido, novela que fue seguida, entre otras obras geniales, por La vida de Guzmán de Alfarache (de Mateo Alemán), Rinconete y Cortadillo (escrita por Miguel de Cervantes), Vida del escudero Marcos de Obregón (Vicente Espinel), El diablo cojuelo (Luis Vélez de Guevara) o La vida del Buscón (Francisco de Quevedo). Pero ninguno de los muy imaginativos “pícaros” de esas novelas llegaron al nivel, ahora utilizado en Melilla, de denunciar e intentar esquilmar a una empresa, previa amenaza, para intentar pagar, así y a lo grande, la boda de su hijo.

Esa es la boda que en Melilla ha sido más tristemente famosa y más generalizadamente denunciada durante estos días. Una boda que ha sido, y tiene todos los visos de que lo seguirá siendo, denunciada, esa que se produjo el pasado 31 de diciembre, último día del terrible año de 2020, día inmerso en duras medidas de control y restricciones para todos los ciudadanos y para todas las empresas hosteleras…excepto para el novio, colocado en la administración pública local e hijo y portavoz del padre denunciante, digamos que “pícaro” buscador de financiación ajena tras superar una “desmemoria” de decenas de años, picaresca quizás avivada por la proximidad de la boda de su enchufado hijo y sus deseos de grandeza, pagada por otros, si lo consiguen. Un conocido de la familia ya me advirtió sobre las posibles intenciones del novio y su padre de intentar conseguir que nuestro periódico le financiase la boda. Me pareció imposible que se pudiera llegar a ese extremo, pero ahora, visto lo visto, ya no me parece imposible, sino todo lo contrario.

Lo ocurrido en la boda multitudinaria del 31 de diciembre tiene, además, todos los agravantes imaginables. Desde todos los ángulos, aunque con diferente intensidad y enfoque, se ha condenado el hecho, no las fotos de lo hecho. Las fotos no son “reprobables”, “inaceptables” y “deplorables”, lo fue el acto completo de la multitudinaria boda en tan señalada fecha con tantas restricciones impuestas…a todos los demás, no al novio. Tienen razón la inmensa mayoría de los melillenses, nosotros incluidos, al sentirse afrentados. No sé lo que resultará de la investigación abierta por la Guardia Civil y la Consejería de Salud Pública sobre “la boda viral del 31 de diciembre”, ni si se sancionará con hasta 3.000 euros a cada uno de los asistentes, pero sí sé que “el novio” debería empezar a buscar trabajo en otro sitio alejado de lo público, porque, tras lo que acaba de protagonizar, será terrible para los melillenses pensar que algún político pueda seguir sus consejos y aceptar sus invitaciones a fiestas que ellos mismos han prohibido… a los demás.

Posdata
Estamos al borde de una nueva subida de impuestos que, como explicaba ayer Francisco Bohórquez, recaerá sobre los más necesitados, que son muchísimos más que esos 1.882 españoles considerados como “ricos”, al tener un patrimonio superior a los 50 millones de euros.

A ninguna persona que ame la libertad le puede gustar que le quiten lo que tiene o que le roben legalmente, por aquello de que no siempre lo considerado como legal es justo. A casi todo el mundo le gusta que los impuestos se les impongan a “los otros”, no a ellos. Los gobernantes son especialmente sensibles a esa postura de desear a los demás lo que no quieren para ellos y a pagar a sus servidores y enchufados varios, cada vez más numerosos, con nuestro dinero. A lo gobernantes acostumbra gustarles eso de quitarles el dinero, los activos, las posesiones, a los que tengan algo, para manejar ellos lo que arrebatan a los demás. Y nosotros muchas veces parecemos masoquistas y votamos a los que más nos roban, a los que nos imponen impuestos más altos que, además, empobrecen las economías, nos empobrecen a todos… excepto a los muy ricos, que tienen muchas posibilidades, las que les proporciona el basto gran mundo, de poder evitar las requisas impositivas.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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