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Esclavos a las puertas del Infierno

“Acelerar las campañas de vacunación”, es la insistente recomendación de todas las instituciones internacionales. Las vacunas eran la gran esperanza para convertir este año 2021 en el de “la recuperación”, tras el fatídico 2020. Pero vuelve a ser cierta la frase de Dante a la entrada del Infierno: abandonad toda esperanza de salir de aquí. Pero la esperanza, que es lo último que se pierde, todavía nos susurra que saldremos, aunque sea más tarde de lo que quisiéramos y de lo que estaba previsto, tras la aparición de las vacunas y antes de la aparición de la variante británica del coronavirus.
Pero lo muertos -aunque hayan prohibido en España las imágenes de los entierros, para mayor gloria, según ellos, del Gobierno, para mayor vergüenza y desastre de los españoles- siguen aumentando y el número de infectados también. Cada vez vamos sintiendo más cerca el monstruo que nos acecha y lo imprevisible de la amenaza. Esta -la nuestra y la sociedad en general- es una sociedad inerme, desprovista de armas, armas morales incluidas, para defendernos adecuadamente. La imbecilización de la sociedad, la falta de libertades, la propaganda como fin en vez de como medio, ha producido esta sociedad inerme, indefensa y que no reacciona ante la indefensión, ya que el mensaje que recibimos diariamente es que no debemos preocuparnos, porque el Leviatán, el monstruo al que pagamos y sostenemos, ya piensa por nosotros y nos hace creer que sin ellos caeremos en el Infierno dantesco, aunque la realidad es que ellos, esa Administración monstruosa omnipresente y omniimpotente, es, en realidad, el Infierno, del que no encontramos manera de salir.

Un monstruo que, como todos los de su estilo, tiende a crecer, a costa del empequeñecimiento de los demás. La Administración Central y las empresas públicas, no las autonomías, son las que más han aumentado el número de empleados públicos en España, según los datos del III trimestre de 2020 recién publicados. Ya hay más de 3,3 millones de empleados públicos en nuestro país, cifra récord en momentos de angustias récord. Los empleados públicos ya son el 17,8% del total del mercado laboral. Y creciendo.

Una teoría económica básica, que todo el mundo -menos los que deciden sobre la Administración pública- practica y entiende es que en tiempos de crisis hay que gastar menos. Pero eso, que todo aquel que toma decisiones con lo suyo lo entiende por naturaleza, no es válido para aquellos, los que gobiernan, que trabajan con el dinero ajeno, que son los que, como ahora, en tiempos de crisis gastan más. Pongamos que en intentar conseguir más votos de esa enorme cantidad de empleados públicos -3,3 millones de empleados, unas familias con un número de votos totales superior a 10 millones- que son un objetivo al que intentar comprar con dinero ajeno no es mal negocio para un Gobierno totalitario que acaba de preparar un nuevo sablazo fiscal a aplicar en las espaldas de los esclavos del siglo XXI, los trabajadores en general -los autónomos o trabajadores por cuenta propia en particular- y los empresarios -especialmente los pequeños y medianos, que son la inmensa mayoría de los empresarios españoles, también en particular.
¿Qué es un esclavo? Según la Real Academia Española (RAE) esclavo es la persona que carece de libertad por estar bajo el dominio de otra, o persona sometida rigurosamente con un deber que le priva de libertad. ¿Tenemos razón los españoles, los melillenses muy especialmente incluidos, al considerarnos como esclavos de un poder que abusa, malutiliza su poder y nos priva de libertad? Yo creo que sí. Yo así me siento, y aunque no tengo -al menos todavía- cicatrices en la espalda, sí las tengo en el alma y en los bolsillos, como tantos otros millones de españoles y millares de melillenses.

Acabo de volver a ver una película, Las sandalias del pescador, basada en una novela del australiano Morris West, que fue un gran éxito mundial. El mejicano Anthony Quinn interpreta un gran papel como obispo ucraniano prisionero en Siberia durante veinte años, liberado por el presidente de la extinta Unión Soviética con ciertas condiciones y con la finalidad última de que le ayude en su pugna con China y su hambruna, que amenaza con crear una guerra mundial. La novela es una ucronía, cuenta lo que hubiera podido suceder si las cosas hubieran ocurrido de otra manera. La cosa aquí es que a la muerte del Papa Pío XII, resulta que, aunque él no quería, es elegido nuevo Papa el obispo ucraniano, que previamente había sido ascendido a cardenal -tampoco quería- Kiril Lacosta, por el Papa recién fallecido. Cirilo, Kiril en ucraniano, es el nombre que adopta el nuevo Papa, que acepta mediar entre los presidentes de Estados Unidos, la URSS y China y que toma la decisión, tras ofrecer su abdicación si la Curia no acepta su propuesta, de aportar todas las riquezas del Vaticano para ayudar a evitar el hambre en el mundo. Con una respuesta entusiasta de los centenares de miles de personas que se había reunido en el Vaticano para la colonización de Cirilo, y tras quitarse el Papa la corona, exclamando “yo soy vuestro siervo”, termina la película. Es una ucronía, evidentemente.
¿Qué ocurre aquí y ahora? Que estamos dirigidos por los peores gobiernos posibles en el peor momento imaginable. No somos un barco sin dirección. Somos un barco dirigido por ignorantes ideologizados y antidemócratas que no saben ni lo que es un barco, ni una nación, ni una ciudad y que, como todos los ignorantes, se creen que lo saben todo.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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