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LA TRIBUNA DE OTAZU

Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu, Diputado Nacional del PP por Melilla

Al igual que el apóstol San Pablo en su carta a los Romanos afirmaba que nada podía separarle del amor de Dios, afirmación con la que sincera y modestamente me identifico, no encuentro nada ni a nadie que pueda privarme de mi amor a España y a su realidad esencial. Como todos, reconozco en ella circunstancias que no me agradan pero no por ello dejo de quererla y de admirarla tal y como es. A ella y a la inmensa mayoría de las gentes que en ella habitan, en sus múltiples y diversas modalidades de sentir y entender nuestra realidad colectiva. Tampoco pierdo la esperanza en su prometedor futuro por difíciles y enrevesadas que sean las vicisitudes por las que su devenir cotidiano se desenvuelve.
En fechas recientes, como consecuencia de unas nuevas desafortunadas manifestaciones del Sr. Vicepresidente 2º de nuestro Gobierno, el Sr. Iglesias (ya pierde uno la cuenta del número de manifestaciones desafortunadas por parte de este miembro del ejecutivo), en las que afirmaba que no se puede asegurar que vivamos en una situación de normalidad democrática, varios miembros del ala no comunista del Gobierno han salido al paso afirmando el carácter de democracia plena de nuestra nación.
Una de las 20 democracias plenas existentes en el mundo, al decir de los politólogos, En este mundo de 165 naciones miembros de las Naciones Unidas, aunque seguro que al Sr. Iceta le salen algunas más, o, quizás, muchas más, 20 son, aproximadamente, el 12%, lo cual nos permite pensar que no estamos mal colocados en el ranking.
A partir de las sorprendentes afirmaciones sobre nuestra democracia por parte de nuestro Vicepresidente 2° y siguiendo el principio de acción y reacción, una cadena de descalificaciones mutuas con argumentaciones variopintas y en ocasiones pintorescas entre miembros de una y otra facción de nuestro gobierno social-comunista. Socialistas por un lado y comunistas por el otro. Muy edificante.
En pura lógica, nadie debería de extrañarse de las alucinantes salidas de pata de banco de los miembros comunistas del gobierno. Si recordamos su irrupción en la escena pública, que siguió a su demagógica explotación de la causa de los indignados del 15-M, afectados por la crisis económica del 2009, en la que afirmaban que la clase política (en general) no les representaba e implantaron una suerte de democracia asamblearia en las calles de nuestras ciudades, no nos puede extrañar que la única democracia plena que ellos conciben es aquella en la que impongan su sectaria y totalitaria voluntad al resto de la ciudadanía. Sus 35 Diputados, que matemáticamente hablando son el 10% de los 350 existentes en nuestra Cámara Baja, les parecen más que suficientes para auto convencerse de que en el juego de extorsiones en el que han convertido su forma de hacer política, pueden imponer su voluntad al 90% restante. El que no lo acepte, simplemente no es democrático o lo que es peor, es un fascista. Ahí queda eso.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, entendemos por demagogia la práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular o, en una segunda acepción, la degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.
Esta forma de degeneración de la democracia se ha convertido, para nuestra desgracia, en moneda de curso legal de la realidad política en nuestro país y en la mayor parte de los países de nuestro entorno político y cultural.
En el caso de nuestra nación, aunque tengamos, entre otros, a un 10% de nuestros representantes parlamentarios embarcados en esa forma de hacer política, no es su responsabilidad el que ese 10% forme parte del gobierno. Ellos sólo son culpables de practicar la más abyecta demagogia. El responsable de que estén en el Gobierno y de que desde él nos hagan la vida muy difícil a la generalidad de los españoles, es el Presidente del Gobierno, el Sr. Sánchez, que está dispuesto a pagar tan alto precio, el de nuestra estabilidad como nación, con el único fin de que le garanticen conservar su puesto, aunque con ello compliquen gravemente nuestras expectativas de futuro.
En resumidas cuentas, podemos sentirnos orgullosos de vivir en una de las pocas democracias plenas del mundo, que no experimenta otra anomalía democrática, digan lo que digan el Sr. Vicepresidente 2º del Gobierno y sus compañeros de las múltiples mareas en que se articula su formación política, que el que una parte de nuestros responsables políticos practiquen, de manera beligerante, la demagogia plena.

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