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Para que la memoria melillense perviva

Por fin estoy escribiendo el libro de los 36 años de Historia de Melilla a través de MELILLA HOY y de mis Cartas del Editor, un libro que abarcará desde el nacimiento del periódico, el 21 de abril de 1985, hasta nuestros días Me despierto y empiezo a oír hablar de la pandemia. Leo los periódicos, más pandemia. Conecto la televisión, otro chute intensivo de pandemia, la reina absoluta de la información, con Melilla a la cabeza de los malos, los que tienen mayor incidencia de infectados con respecto a la población total, y con la sensación, cada vez más extendida, de que tantas limitaciones de derechos fundamentales que nos están obligando a padecer no van al fondo del problema y no están sirviendo para nada.

Mientras, el panorama económico español se contempla como algo más propio de una suerte de holocausto laboral que de una curva que toca suelo. El panorama es el de más de cuatro millones de parados, sumados a casi un millón de trabajadores en ERTE, más varios cientos de miles en cursos de formación (no trabajando) y más de medio millón de autónomos sin actividad vigente y con escasas posibilidades de poder volver a la actividad. Un panorama de seis millones de parados y una sensación cada vez más extendida: tenemos el peor Gobierno posible en el peor momento imaginable.
“Si hay un idiota en el poder es porque quienes lo eligieron están bien representados”, dijo Mahatma Gandhi. “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”, añadió Winston Churchill. Pero no puedo creer que nosotros, los españoles, los melillenses, aunque haya habido gafes políticos tan intensos como Julio Liarte, merezcamos tanto mal.

El siniestro panorama es, además, el del desgarramiento, el propósito de la destrucción de la clase media, la clase que es el sustento de cualquier país desarrollado. El panorama es que sin empresas -cada vez quedan menos- no hay, no puede haber empleo. Y España, que hasta hace poco era la novena potencia económica del mundo -pocos siglos atrás fuimos la primera- ahora es la decimocuarta, y bajando. ¿No es para estar triste y desilusionado? Me parece que sí. ¿Es como para seguir votando a los mismos? Creo que no.

La pregunta frecuente durante estos días es si se “salvará” la Semana Santa, ya tan próxima (el 28 de este mes es Domingo de Ramos). Creo que la respuesta es clara: no. Continuará el estado de alarma, en el que estamos, aunque ahora apenas se hable de toques de queda y otras limitaciones de derechos fundamentales. Seguirá limitada, si no prohibida, la libertad de movimientos entre autonomías, provincias e incluso barrios. Se dulcificarán algunas medidas, como la de limitar en algunos sitios el número de personas que pueden reunirse, pasar de cuatro a seis, o ampliar los horarios del inicio y final del toque de queda. Medidas paliativas limitadas y todas ellas pendientes de lo que de verdad podría ir terminando con esta pandemia, la vacunación masiva, que avanza con demasiada, desesperante, lentitud.
¡Qué angustia! Quizás solo nos queda refugiarnos en la lectura. Por ejemplo, la de Luciano Canfora y su pequeño gran libro, publicado en 2005: “Libro y libertad”. “La idea de que los libros son depositarios de un poder, o transmiten cierto poder a quienes los poseen, es típica de las sociedades arcaicas, pero se prolonga hasta tiempos recientes”. Nuestros días incluidos, creo yo, porque la lucha entre el libro y el poder existió y sigue existiendo. “Es el saber histórico el que es proscrito, por considerarse políticamente peligroso. Una prueba más de la validez del famoso aforismo de Lotman, según el cual la historia intelectual de la humanidad puede considerarse una lucha por la memoria”, esa memoria que los dictadores quieren exterminar. “El libro es la principal víctima de esa lucha”, escribe Canfora en su libro.

Coincido con eso y, quizás por ello, para que la memoria, en este caso la melillense, perviva y nos ayude, por fin estoy escribiendo el libro de los 36 años de Historia de Melilla a través de MELILLA HOY y de mis Cartas del Editor, un libro que abarcará desde el nacimiento del periódico, el 21 de abril de 1985, hasta nuestros días.

Es un proyecto, acariciado desde hace mucho tiempo, que ya, por fin, he empezado y que espero terminar y publicar relativamente pronto, porque la tarea es grande. Ir recordando el pasado es conveniente, apasionante, en algunos casos sorprendente, en otros indignante o emocionante, siempre conveniente. Y de la lectura de lo que fue ocurriendo en nuestra ciudad durante los últimos treinta y seis años obtengo una primera conclusión: desde luego, cualquier tiempo pasado no fue siempre mejor. Y una conclusión definitiva: por supuesto, MELILLA HOY no se puede entender sin Melilla, pero tampoco se puede entender Melilla sin MELILLA HOY.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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