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MUCHO MÁS QUE SOLO BICI

El perfume

Uno de los sentidos que solemos dejar pasar por alto, en las muchas ocasiones que tenemos en nuestro devenir diario, sin lugar a dudas es el olfato. Este, si bien nos sorprende de forma agradable, logra incluso detener nuestro paso para “saborear” ese fugaz momento, donde las hermosas fragancias que nos rodean nos transporten casi inconscientemente a lugares propios de nuestra infancia o a esos instantes familiares fijados en el recuerdo, que creímos olvidados y, sin embargo, aún están muy presentes en la memoria.
En la película de la que tomo el nombre para este artículo, el protagonista, Jean-Baptiste, es un pobre desdichado, sin ninguna habilidad aparente, que se convierte en el mejor perfumista de la Francia del siglo XVIII, obsesionado en capturar de un elusivo aroma sin igual. En este film francés, al margen de su truculento desarrollo, observé cómo los olores afectan al estado de ánimo, la felicidad y, por lo tanto, a nuestra salud mental, de una u otra manera, según fuera su “tipología”. Olores algunos que desearíamos retener y otros de los que es mejor ni acordarse. No en vano, nuestro olfato tiene importantes funciones en los seres vivos, entre ellas, evaluar el estado, el tipo y la calidad nutritiva de los alimentos y detectar peligros medioambientales, como el humo.
Ese perfume que fagocita nuestras vidas y del que no podrá escapar, por mucho que lo desee, cualquier ciclista o peatón que forme parte de nuestra pujante comunidad, es el del siempre persistente “humo”. Este “gas oloroso”, forrado de partículas, nos llegará, por muchos medios físicos que usemos, pues será del todo inevitable en el estatus actual de ciudad que tenemos. Son infinitas las oportunidades de “saborearlo” que se nos ofrecen a cada paso, pues es enorme la diversidad de los vehículos a motor que nos rodean, manipulando de forma mezquina, ese aire limpio que tanto necesitamos y donde los 18.000 sin I.T.V. que nos pululan, lograrán sumarse generosamente en este despropósito.
La gran cantidad de desplazamientos que nuestro parque móvil genera en nuestra ciudad convierten esas fotos de postal perfectamente orquestada por la empresa publicitaria de turno en una soberana patraña, pues esa “imagen idílica” dista de la realidad. Tanto como aquellas que atrapan el perfil de frondosos bosques, exuberantes de vegetación por las que circula un cenagal ocultado con maestría, donde, al igual que una brisa fresca, esa que se puede intuir en esos cielos claros, donde asoma una “festiva biodiversidad”, con una atmósfera cristalina e inocua y que, sin embargo, los estudios medioambientales ilustran con cifras punibles, carentes de una salud real.
El personaje que interpretó Ben Whishawen en la película se sirvió de los más horrendos crímenes de la época, en su afán por conseguir el mejor perfume que jamás se hubiera creado en la historia, algo que logró generosamente. Esta terrible historia, que leí hace años, me mostró cómo nuestros cinco sentidos, esos con los que, si tenemos suerte, nacemos y logramos conservarlos durante toda la vida, nos transmiten un entorno lleno de belleza o ausencia de toda ella. Todo dependerá, de manera casi exclusiva, de la calidad del entorno en el que desarrollemos nuestras “insignificantes” vidas, pues si fueran significantes, algo se haría al respecto para cambiar este escenario.

Los olores que nutren Melilla
En las muchas situaciones en las que paseo en bici, y aún a pesar de la protección que me procuro en ese devenir diario, con la utilización de la mascarilla último modelo (el COVID no tuvo nada que ver), son contados los momentos en los que puedo apartarla para, como Jean-Baptiste, deleitarme con los olores que nutren mi ciudad. Esa barrera física autoimpuesta (la mascarilla) me impide, como es su misión, respirar todo tipo de partículas que inundan el aire, llevándose consigo, en el desarrollo de su labor, los olores que definen mi hermosa ciudad. Pocas son las circunstancias en las que presumo que la calidad del aire y sus olores lograrán enriquecer ese disfrute, zonas como el Parque Hernández, Paseo Marítimo únicamente en los días de levante (¿imaginan por qué?), Rostrogordo, Playa Nueva o Dique Sur (sin tráfico, por favor)… mejoran claramente mi experiencia.
Puedo, pues son ya algunos los años que peinan mis canas, y haciendo el esfuerzo que me permite la memoria, rescatar a duras penas algunas sensaciones olfativas en mi niñez, esas que ahora, en mi etapa más curtida, dejo pasar por alto, sin darle el valor que tienen. Si bien es cierto que el panorama actual difiere de aquel escenario que me permitía tantas experiencias a cada paso en la infancia, esas vivencias olfativas que, a buen seguro, me han marcado tanto.
Hoy se me hace imposible “transportarme” por mi ciudad sin procurarme, lo que se define en el argot laboral, “autoprotección”. Salir a la calle se me antoja un atentado contra mi salud desde el primer momento en el que me dan la oportunidad. Compartir el espacio público con todo tipo de “miscelánea vehicular” no será nunca posible en una relación de igual a igual, pues no observo a los conductores con el rostro tapado luciendo esa mascarilla último modelo, pues creen que no lo necesitan en su “caja toxica”. Es fácil librar esta batalla, o al menos eso creen, con un simple gesto, pulsando el botón de recirculación del aire del habitáculo del coche. Esto tal vez impida que ciertos contaminantes y olores provocados por ellos mismos, en su afán de llegar “cómodamente” a su lugar de trabajo, ocio o qué sé yo, lleguen a ser captados, pero puedo afirmar que determinados gases y partículas 200 más finas que el cabello humano, lograrán que paguen las consecuencias de las decisiones que tomamos a diario. Por mucho que lo pretendamos, nadie está a salvo de ese perfume que circula “inocentemente” por todas nuestras calles, donde gases tan nocivos como el NOx, CO, PM2.5, P.M.10, O3, SO2 estarán siempre muy presentes.
Los altos niveles de contaminación generada por el tráfico podrían aumentar el riesgo de sufrir un ataque al corazón durante un máximo de seis horas después de la exposición, según revela una investigación publicada en la revista British Medical Journal.
Hay un claro observador en esa transgresión olfativa, el anodino ciclista, un espécimen “egoísta” que procura un escenario saludable (miren qué cosas). Pulmones, corazón, arterias y capilares, partes todas ellas de un todo, encargadas de filtrar (como si pudieran), todo lo que se le arroja a la cara: polvo, gases, partículas, aire caliente de los escapes, aderezado con una “pizca” de ruido, donde ejercicios de apnea obligados le restan esa capacidad de captar este maldito perfume de “ciudad moderna”. Pretender huir como si se pudiera, resulta infantil. Los vientos de levante o poniente tal vez te permitan un respiro, según cuál sea la fuente de ese humo permanente, aunque en esos días de calma, sin viento alguno, tan deseados por muchos, serán su calvario, ya que es en esa quietud de los “días perfectos” donde el vivo perfume está más presente.
Jean-Baptiste era un asesino. Esa afirmación es innegable. Tenía cuerpo, un rostro y una cara singular, se le podía detener en su macabro experimento. El Jean-Baptiste de mi ciudad es también un asesino silencioso, sibilino, que actúa inundando las calles y por supuesto, tus fosas nasales a cada oportunidad que se le da. Ese olor que desprende es también un ente físico, posee un rostro y una cara, aunque poco singular, sin angulosas formas, ni mirada cristalina, pues no hay nada interesante en él, responde a un nombre nada extraordinario: “EL TRÁFICO”. Ese que este pasado 2019 logró batir un récord de dudoso prestigio internacional, llegó a las 68.408 unidades en los apenas 12 km que conforman nuestra ciudad.
Los más de 230.000 movimientos diarios que generó se presentan como una fórmula matemática simple e implacable. Con ese “valor añadido” de dudoso prestigio que expongo hoy, consumió este pasado 2018 más de 30 millones de litros de combustible y dejó gravemente herid@s a más de 30 personas en 2 años más un fallecido. El que todos los heridos graves fueran vulnerables da que pensar. El que reduciendo los desplazamientos un 35% este 2020 se repitan las cifras de graves también debería hacerlo.
Compartidas las cifras que nos lastran la salud a cada paso, me gustaría poder publicar en qué número lo hacen (cáncer, ictus, alzhéimer, así hasta 101 enfermedades), pero esas aún son desconocidas incluso por los responsables de Salud Pública local, así que imaginen por este humilde servidor.
Mario, hace años, en las pedaladas gritaba “MELILLA HUELE A HUMO”. Su discurso de entonces sigue siendo pleno, vigente, transformador, radical… Cuánta razón tenías, amigo.

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