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CARTA DEL EDITOR

El cambio que no llega

Los ciudadanos le dieron al PP en las elecciones municipales y autonómicas de 1995 una mayoría absoluta que incluía un mandato muy claro: cambiar, ya no tenéis excusa para no hacerlo. Y eso es lo que no se hizo en la medida esperada y deseada. / Cambiemos el Gobierno PP por el mal llamado “tripartito” actual y deduciremos que, aunque parezca que algo ha cambiado, todo sigue igual. O peor, muy probablemente. Hoy, como ayer -un ayer ya lejano- el cambio profundo que Melilla necesita no llega. Reproduzco -inmerso como estoy en la historia de Melilla de los últimos 36 años- un resumen de una de mis Cartas, la del 19 de enero de 1997, ya tan lejano.“En resumen y por hacerlo corto, lo que me está diciendo mi angustiado comunicante -un empresario local- es que Melilla es cara, como consecuencia, sobre todo, del transporte y los trámites aduaneros y de los impuestos. Que es insegura, como consecuencia de los robos en las mercancías, sobre las personas y en las propiedades. Y que existe una competencia desleal, a causa de una aplicación distinta de la Ley según quiénes y de la falta de una inspección laboral y fiscal adecuada.Pero yo creo que lo que en el fondo me quería decir mi amigo, miembro del Partido Popular, el partido que está -estaba entonces- en el Gobierno de la Nación y en el de la Ciudad Autónoma, lo que pretendía transmitirme, sin poder definirlo en pocas palabras como es habitual en los que se encuentran angustiados ante algo, es que él no encontraba “el cambio” prometido, el cambio esperado, el cambio deseado e imprescindible que creyó que, con la llegada del PP, se iba a producir en Melilla. E incluso se quejaba de que tal cambio, cuando tímidamente se produce, acostumbra ir en contra de los intereses, esperanzas y deseos de los que apoyaron/apoyan al partido.Antes de que el PP gobernara en Melilla lo hicieron otros. Primero fueron unos que se decían del PSOE, como Bassets, Gonzalo Hernández y Manuel Céspedes. Y aquello fue un desastre porque no podía ser de otra manera, porque no daban más de sí, porque el sistema estaba basado en el engaño y era una monumental estafa y porque los que, como Céspedes o Narváez (“Culi”) podían haber dado más, prefirieron plegarse al mal sistema y obtener beneficio personal de él.Después vino un gobierno del PP pero en minoría y el que impuso en muchas ocasiones sus tesis fue el concejal Enrique Remartínez, que decía tener “la llave” del Ayuntamiento con su voto número trece. Aquello fue menos malo que lo anterior –hay cosas imposibles de empeorar- pero fue muy malo, un caos, una falta total de ética política.El PP, que además contó con la jurada enemistad y la obstrucción casi permanente del delegado del Gobierno, Céspedes, del PSOE, no pudo mostrar entonces, más que en ligeros atisbos, si valía o no para gobernar Melilla. Por eso los ciudadanos le dieron en las últimas elecciones municipales y autonómicas una mayoría absoluta que incluía un mandato muy claro: cambiar, ya no tenéis excusa para no hacerlo. Y eso –basta mirar la Delegación del Gobierno, la Comisaría, la cárcel, los contratos a amigos y familiares propios o de otros amigos, la colocación millonaria de inútiles flagrantes y así- es lo que no se ha hecho en la medida esperada y deseada.Un aviso final: el cambio, esperado, deseado, necesario, no consiste en sacar del armario a los que fueron apartados, e intentar resucitarlos”.Ahí terminó mi Carta de entonces. Traslademos esa Carta a hoy, 24 años después, cambiemos el Gobierno PP por el mal llamado “tripartito” actual y deduciremos que, aunque parezca que algo ha cambiado, todo sigue igual. O peor, muy probablemente.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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