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SIN PENSARLO MUCHO

Alimento para la imaginación

Hace veintiséis mil años, en la actual localidad de Dolni-Vestonice, en la República Checa, tuvo lugar un sepelio que los arqueólogos nos revelaron hace casi un siglo (1924). Es una tumba colectiva en la que la cuidadosa disposición y posturas de los tres esqueletos muestran un innegable interés por dejar constancia de un mensaje, de explicar el porqué de ese trío inhumado, aunque, lamentablemente, sólo se podemos especular sobre ello.
Parece tratarse de dos hombres y una mujer, situada en el centro, con edades de entre diecisiete y veintitrés años, es decir, para la época en que vivieron, adultos jóvenes en plena edad reproductiva. Pero lo curioso del caso es que, salvo la hembra, tumbada de espaldas, los otros dos cuerpos presentan posturas distintas y quizá algo enrevesadas. El cuerpo de la derecha está echado boca abajo, pero con su brazo izquierdo entrelazado con el derecho de la mujer, además de presentar una estaca atravesada sobre sus genitales. Por su parte, el cadáver de la izquierda, está tumbado de lado y con sus dos manos situadas sobre el pubis de la mujer. Como último detalle de significado desconocido, alguien colocó un puñal entre las piernas de la muchacha, con la punta dirigida hacia la zona perineal.
Veintiséis mil años son muchos para que en alguna parte se haya conservado la manera de interpretar este lenguaje de símbolos y posturas, y la imaginación se dispara con las mil y una posibilidades que ofrece el cuadro, a la hora de suponer qué fue lo que pasó, por qué murieron los tres a la vez, y qué se quiso perpetuar en el modo de enterrarlos.
Seguro que existen ya estudios que tratan de arrojar luz sobre el mensaje implícito en esta tumba; pero, hasta no dar con un código creíble que explique el significado, seguiremos navegando en el océano de la especulación.
El puñal situado de manera tan gráfica, apuntando a la vagina de la mujer –que, por otra parte, presenta indicios de un posible embarazo–, ya parece estar gritando el carácter sexual del asunto, por no hablar del hecho de que el cadáver de la izquierda parece atribuirse algún tipo de propiedad sobre el pubis de ella. Pero, entonces, ¿por qué los brazos y manos unidos con el otro varón, con el depositado boca abajo?
Queda ya tratar de discernir el porqué enterrar a ese mismo con la estaca clavada sobre sus genitales, y tenemos preparado el rompecabezas sobre el que intentar reconstruir lo que pensamos que pasó.
A mí, personalmente, se me ocurren tres o cuatro historias que podrían explicar el fenómeno; ahora bien, siempre teniendo en cuenta que ese lenguaje utilizado en la disposición de los restos puede estar regido por conceptos radicalmente distintos a los que hoy día manejamos los seres humanos actuales. Pero, aún así, me arriesgaría a pergeñar una historia.
Lo primero que tiendo a pensar al ver la imagen de la tumba abierta es que hay una estrecha relación entre los tres, eso es evidente para todos; pero me atrevería a partir del razonamiento de que, el hombre de la derecha, no está incluido en el pretendido triángulo amoroso, y, por la edad que presenta el análisis de sus huesos, podría fácilmente tratarse de un familiar cercano, por ejemplo, un hermano de la mujer. De ahí que aparezca boca abajo, como ‘fuera del juego’, pero sin dejar de hacer patente los lazos de unión con ella por medio de los brazos y las manos unidas. Sin embargo, la estaca en sus genitales más parece formar parte de un castigo explícito, lo que invalidaría todo mi razonamiento anterior.
Al otro varón, el de la izquierda, sí lo hacen adoptar una postura que refleja la relación sexual con la hembra al hacer que sus manos reposen sobre su zona púbica –para lo cual era necesario colocarlo ligeramente de lado—, y, si entendemos que podría haber sido la mano izquierda la que más cómodamente podría haber realizado el gesto –dejando el cadáver tendido en la más normal posición de espaldas—, es significativo que el hecho de que sean las dos manos entraña un mensaje que, para el grupo social al que pertenecían, tenía algún significado que a nosotros se nos escapa.
¿Quizá el hermano –a la derecha— sorprende a la pareja en una relación indebida, proscrita por algún tipo de condicionamiento social, y le da muerte a ambos? Podría ser, pero, entonces, ¿por qué él también pierde la vida?
Habría que añadir el brutal indicio de la estaca; aunque es imposible saber si fue clavada sobre los genitales del individuo mientras vivía, o como un símbolo más añadido a la inhumación, es decir, después de muerto el hombre o justo antes del enterramiento.
¿Podría ser que, justiciero ante la unión indebida de los otros, resultara reo de muerte ante el grupo social, que a su vez le condena por tomarse la justicia por su mano?
Podría ser, ya que es el único que muestra el posible signo de muerte violenta.
¿Y por qué no pensar que, en lugar de hermano, es el esposo de ella, que está situado de espaldas como queriendo explicar que ignoraba la relación de su esposa con el otro? Eso quizá explicaría también el vínculo de las manos entrelazadas, mientras que todo el cuerpo de la mujer se está ofreciendo a la del otro individuo que, además, lleva veintiséis mil años ejerciendo con su mano derecha la propiedad carnal de la amante. Pero, entonces, ¿por qué la estaca?
Por último, el puñal. La sola visión del arma ya incita a pensar en un desenlace sangriento, pero el hecho de hallarse entre las piernas de la mujer lo convierte en un seguro mensaje que no sabemos descifrar.
¿Tal vez los amantes asesinan al marido –o hermano que se opone a la relación— y es la propia comunidad la que, advertida del acto, condena a los asesinos y les da muerte? Si la estaca, que parece ‘culpar’ la intención sexual, hubiera estado en el otro cadáver, nos dejaría avanzar en esa dirección, pero no es así. El puñal, por su parte, sería el instrumento por el que la sociedad condena la actitud promiscua de la mujer.
Nos falta añadir el polvo de color rojo que, antes de cerrar la tumba, los coetáneos esparcieron sobre las tres cabezas y el pubis de la mujer. Probablemente el colofón del mensaje que querían transmitir y que, de momento, somos incapaces de entender.
Mil especulaciones, mil historias, ya decía al principio, y mi intención de plasmar aquí este caso no es otra que abrir la posibilidad de que, los que lean este artículo, se atrevan a dejar volar su imaginación en el intento de dar forma a lo que pudo ser, a lo que pudo ocurrir, y que jamás probablemente llegaremos a conocer.

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