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Semana Santa que yo viví

Desde hace dos años no se puede celebrar la Semana Santa en Melilla debido como todos sabemos a la situación sanitaria que estamos viviendo. Sin embargo, esto no quita para que podamos celebrar en la intimidad de nuestros hogares dicha celebración. Para ello es bueno recordar de dónde venimos, así como aquellas personas que siguen en nuestra mente y que han contribuido a hacer que tengamos una ciudad mejor, a pesar de las circunstancias que vivimos. Este tema como otros de la vida cotidiana de años pasados ya los he comentado en las charlas que he tenido la gran suerte de poder dar en varios institutos de Melilla y que si Dios quiere, seguiré haciendo, y he podido comprobar que los alumnos han mostrado mucho interés por el pasado de su ciudad, algo que es muy importante para que no perdamos nuestra identidad.
La Semana Santa de Melilla siempre ha sido un hecho del pueblo, éste ha sido el que la ha puesto y la ha quitado de donde está. Son muchas personas las que han contribuido a que nuestras tradiciones se puedan mantener y es lógico acordarnos de ellas en estas fechas. Por eso, quiero en este artículo hacer un recuerdo de cómo vivíamos la Semana Santa los melillenses de los años cincuenta y parte de los sesenta. Fechas estas en las que disfruté de mi infancia, adolescencia y juventud.
Cuando era niña, en mi colegio, el cual estaba ubicado en la Carretera de Hidum y que hoy sigue existiendo el edificio con su patio anejo en ruinas en el final de la calle de Ibáñez Marín, justo frente al llamado “llano de las pieles” hoy desaparecido, cuyo nombre es debido a la fábrica de pieles que había enfrente y que los trabajadores colocaban allí las pieles para secarlas al sol. Como digo, en mi colegio regentado por la maestra Doña María, ya nos preparaban desde el punto de vista religioso y así íbamos los domingos a las diez y media y allí ya estaba Doña María para comprobar que asistíamos al oficio religioso.
Esto es significativo por el hecho de que estábamos en contacto estrecho con la parroquia de nuestro barrio, en este caso, la Parroquia de la Medalla Milagrosa. Cuando llegaba la primavera, una de las fiestas principales que estábamos esperando era la Semana Santa, y así antes de que llegara el Domingo de Ramos, nos íbamos preparando y haciendo los vestidos para poderlos estrenar ese día. De ahí el refrán que nosotras decíamos de: “el Domingo de Ramos, el que no estrena se les cae las manos”.
Ese domingo salíamos con palmas en las manos y todo el suelo era una alfombra de palmas por donde iba a pasar la procesión de la Pollinica, o Jesús a su entrada en Jerusalén. Esta imagen salía de la Parroquia de la Medalla Milagrosa y recorría las calles del barrio hasta llegar a la carrera oficial, que era la Avenida, escoltado por los militares, los cuales llevaban el arma hacia arriba. Una curiosidad era que los pasos no iban a hombros de personas, sino que iban en unas andas sobre ruedas. Una vez terminada la procesión, nos reuníamos para comer los dulces típicos como las torrijas o alimentarse de potaje de bacalao.
El martes santo, salía el paso del Cristo atado a la columna desde la Parroquia de la Medalla Milagrosa y realizaba el mismo recorrido que el anterior paso del Domingo de Ramos. Cuando se entraba en la carrera oficial, se podía ver la Avenida repleta de sillas para toda la población que se acercaba a disfrutar del evento, En esa época esta calle estaba atestada de ciudadanos que con devoción seguían los pasos.
En aquella época que la radio era tan importante para los hogares, en esta semana sólo habían programas informativos y el resto era de música sacra y se retransmitía los pasos que se procesionaban.
En las salas de cine, las cuales había hasta 10 repartidas en los diferentes barrios de Melilla, se ponían películas alusivas a la Semana Santa.
A pesar de ser una semana festiva, sin embargo, se seguía trabajando todos los días hasta las 14 horas del jueves santo, ya que era el momento de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo y no se volvía al trabajo hasta el Sábado de Gloria puesto que ya había resucitado el Señor.
Uno de los días principales de la Semana Santa de Melilla era el Jueves Santo, donde se realizaba una costumbre popular que era la denominada “recorrer las estaciones”. Esta costumbre consistía en ir de parroquia en parroquia para rezar el rosario y nos juntábamos muchas amigas que íbamos o bien ya ataviadas de mantilla o con nuestro velo sobre la cabeza puesto que la mujer así entraba en las iglesias, llevando el misal o el rosario entre las manos. Éramos muchas las mujeres que realizábamos este recorrido y la que tenía pareja, ya fuera marido o novio, iba con él. Las que no teníamos pareja, íbamos en grupos y charlando entre estación y estación. Era algo que se esperaba con ganas porque se disfrutaba de la compañía de las amigas y de devoción entre todas, ya que sentíamos lo mismo por la pena de la muerte de Jesús.
Después del recorrido, nos acercábamos y reuníamos en masa a contemplar las procesiones del Jueves Santo. Podíamos ver que detrás de los pasos iban los denominados “penitentes” que iban cumpliendo una promesa y algunos iban descalzos, pero recuerdo una persona que iba cubierta con una capucha, descalzo y en los tobillos llevaba unas argollas donde tenían unas cadenas que arrastraba dos bolas de hierro y que salía el viernes Santo.
La noche del Viernes Santo, era para mí muy especial y para todo aquel que sentíamos esta festividad como algo más de nuestras vidas. Salía el Cristo Yacente en el interior de su urna y la Soledad detrás. Cuando esto sucedía se apagaban todas las luces de las calles y sólo se veían las velas encendidas de los que allí estábamos y los fusiles de los militares que escoltaban estos pasos ya iban boca abajo en señal de duelo.
Iban varios curas rezando el rosario y cuando se aproximaba la Soledad uno de ellos decía: “Ahí viene la Soledad, miradla como viene con el corazón partido porque delante lleva a su Hijo yacente” y se escuchaba el rezo colectivo de todos los que allí contemplábamos esta escena de devoción. Cuando llegaba a mi casa, mis sensaciones eran varias sobre todo de pesadumbre por la muerte de Nuestro Señor y el Dolor que compartía con su Madre.
El sábado de Gloria como he dicho se trabajaba y ya esperábamos ansiosas la llegada del Domingo de Resurrección, puesto que todo cambiaba, y ya era la alegría colectiva porque Jesús había resucitado.
Para ello, nos íbamos hacia la Plaza de España para poder contemplar la llegada de los tres pasos que iban a cerrar con júbilo la Semana de Pasión.
Por la Avenida aparecía la imagen de San Juan con su dedo extendido, por la derecha, por la calle del Ejército Español aparecía la Virgen ataviada con manto negro de dolor y por la zona del Casino Militar aparecía la imagen del Resucitado. Era un momento muy esperado y emotivo puesto que al ir acercándose las tres imágenes se podían contemplar casi viviéndolas el que San Juan iba anunciando a la Virgen con su brazo extendido hacia donde venía el Resucitado para que su Madre lo viera que Jesús ya estaba vivo. Cuando se encontraban en la Plaza de España, la imagen de San Juan se iba hacia atrás, al ir los pasos sobre ruedas se podían acercar sin problemas de que se tropezaran las imágenes y en ese momento de acercamiento entre la Virgen y su Hijo, a ésta se le retiraba el manto negro haciéndose ver el manto blanco de felicidad por ver su Hijo resucitado, al mismo tiempo sonaban todas las campanas de las parroquias de Melilla y se lanzaban al aire cientos de palomas, todo ello con el aplauso y la alegría de todos los que allí estábamos congregados. Y ya Madre e Hijo iban juntos hasta recogerse en su iglesia.
Estas letras que les acabo de escribir, son recuerdos de mi vida que ya están escritas en su correspondiente libro y que algún día verán la luz, sin embargo, he querido con este artículo recordar una parte de nuestra Historia en mayúsculas para que aquellas personas que no la vivieron, sepan cómo las disfrutábamos y las que las vivieron, las recuerden con alegría y así poder conversar sobre este tema, intentando con ello que nuestros problemas actuales puedan por unos momentos pasar a segundo plano. Ojalá lo consiga y si así es, me doy por satisfecha.

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