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La estatua de Franco

La estatua de Francisco Franco Bahamonde, que se encontraba en la entrada de la ciudad, en el puerto, ha sido motivo de controversias desde su colocación, hasta que ha sido retirada en virtud de lo dispuesto en la Ley, de Memoria Histórica, 52/2007.
Desde esta Asociación no podemos permanecer en silencio ante el debate suscitado por su retirada, y no podemos estarlo, en principio, porque esta Asociación defiende los valores que el dictador Franco atacó durante toda su vida, los valores democráticos. En segundo lugar, porque a nuestra Asociación pertenecen víctimas de la dictadura franquista, y otros que, sin serlo, tienen muy asumido que ese régimen fue un grave crimen contra el pueblo español. Y, finalmente, porque no se puede mantener una estatua en base a falacias.
Ha de partirse del hecho verificable de que la estatua se colocó una vez muerto el dictador, por un acuerdo municipal para “honrar la memoria del Generalísimo Franco”, título que se otorgó a sí mismo. La coartada creada para mantener la estatua, sobre su intervención en “la salvación Melilla” durante las banderías de 1921 no se sostiene, pues su intervención no fue mayor que la de cualquiera de los miles de militares españoles, que participaron en las mismas; la prensa de la época da testimonio de ello, sin dedicar una sola palabra al “comandante Franco”.
Reconocer la trayectoria de cualquier personaje impone valorar sus hechos, y en el caso de Francisco Franco Bahamonde, el cual, según él mismo, sólo sería juzgado por Dios y por la Historia, lo que ahora se hace, alcanzó el poder político mediante una traición y violación de sus deberes básicos como funcionario militar. Provocó una guerra que causó cientos de miles de muertos, y otros, exiliados, que dejaron España como un erial para lo social, la ciencia, la cultura, … .
Lo suyo fue un genocidio, por la persecución, hasta el exterminio, de cualquier persona que propugnara un régimen de libertades. Su régimen discriminaba a la mujer, con la limitación de sus derechos civiles; a hombres y mujeres, por su orientación sexual; y a las distintas confesiones religiosas, salvo a la oficial.
Finalmente cabe valorar en su régimen la corrupción pública, del que se benefició, con una fortuna personal de origen más que dudoso. Este régimen de corrupción lo hemos heredado hasta la actualidad, y de él todos los días tenemos noticias en los medios de comunicación.
Con un bagaje así no se puede mantener un reconocimiento público a un personaje tan indeseable, y la retirada de esa estatua, oprobio para la ciudad, ha de reconocerse en el haber de los que han acordado su desaparición de la vía pública.

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