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Gracias por dejarme trabajar

Cuando me dicen por la calle “gracias por dejarme trabajar”, me estalla el corazón, declara Isabel Díaz Ayuso tras pasearse por las calles de Madrid. La forma de vida libre que nos hemos dado en Madrid es lo que, le dice la presidenta madrileña a Ángel Expósito, pretendemos mantener en la capital de España, si -como todas las encuestas indican- gana las elecciones del 4 de mayo.
“Gracias por dejarme trabajar” es todo lo contrario de lo que dice, hace y pretende obligar a hacer uno de sus contrincantes electorales, el inmensamente vago Pablo Iglesias, que declara abiertamente -como recogía en mi Carta del domingo- que “solo un cretino se sentiría bien con mucho trabajo”.

Son, las de Isabel Díaz Ayuso y las de Pablo Iglesias, dos formas opuestas de entender la forma de vida que hemos de darnos, que queremos tener. Una: poder trabajar, si queremos hacerlo y pretendemos gozar de la libertad. La otra: que nos impidan trabajar y nos fuercen a depender de lo público, manejados por los pablos iglesias de turno. Elegir entre una de esas dos opciones determinará nuestro hoy y nuestro mañana.
¿Por qué Melilla, que -aislada de Marruecos, como estamos- es una isla pequeña, ha de soportar, en aras de un peligro pandémico que no se ha conseguido evitar ni disminuir, que a muchas personas que quieren trabajar -en la hostelería, en los comercios, en las oficinas, paseando, pensando al aire libre- se les impida hacerlo? ¿Porque a los Pedro Sánchez y su socio Pablo Iglesias les molesta que la economía libre funcione? Pues sí, muy probablemente por eso, porque no quieren que la economía y la libertad funcionen, porque si no, por muy ignorantes y torpes que sean, económicamente hablando, jamás se podría llegar a disparates económicos como a los que nos han llevado y en los que nos mantienen los gobernantes actuales. No es, siendo mucha, solo ignorancia; es, sobre todo, mala fe, pésimas intenciones, ocultadas, pero evidentes.

Pandemia
Reino Unido estrenó el lunes la inmunidad de rebaño abriendo bares y comercios. “Después de tres meses de cierre total, y con más del 70% de la población con anticuerpos, los británicos se echaron a las calles”, titulaba el martes el diario ABC.

Primero, vacunar masivamente y, a continuación, respeto a la economía y a la libertad de las personas. Esa es una forma de actuar con eficacia. La forma opuesta es la del Gobierno español, y sus consecuencias: las conocidas y padecidas.

Melilla también ha adoptado esta segunda forma de actuar. El director general de la Salud Pública local, Juan Luis Cabanillas, anunció el lunes que a las restricciones existentes añadía la prohibición del uso interior de cafeterías, bares y restaurantes. Daba, así, un paso más contra la hostelería, que está, creo que con mucha razón, indignada, rompe (y recoge) platos en la puerta del Ayuntamiento y anuncia movilizaciones y denuncias, porque nuestra ciudad -como decía nuestro Editorial del martes-, teniendo las restricciones más duras de España desde el inicio de la pandemia, sigue siendo la autonomía española con los peores datos sanitarios.

Si el culpar a bares, cafeterías y restaurantes se ha demostrado claramente ineficaz, lo lógico y lo eficaz sería tomar otro tipo de medidas, pero la lógica y la eficacia no son características presentes en el gobierno local. Y las protestas ante tales errores gubernamentales no deberían provenir solo de la Asociación de la Hostelería melillense que preside Chakib Mohamed, sino de toda la Confederación de Empresarios de Melilla (CEME), si logra centrarse en los intereses generales de los empresarios melillenses, en vez de atender casi exclusivamente a los de “un tal JLML”. Defender los intereses personales o particulares es legítimo, e incluso positivo, pero cubrirse con el manto general, o hacer proclamas bajo el manto común de la CEME cuando se están defendiendo exclusivamente intereses propios -por mucho arabesco vacuo que se utilice- no es lícito. Y, por ejemplo, una cosa es económicamente clara e inmensamente importante para Melilla: entrar, manteniendo nuestras ya existentes y aceptadas ventajas fiscales, en la Unión Aduanera europea, como el resto de España, y tener con Marruecos una frontera europea, no esa cosa indefinida y desprotegida que ahora tenemos e, insisto, padecemos sin solución posible, por mucho que se quiera apelar al apoyo de nuestro Gobierno nacional que, como se lleva demostrando desde hace muchos años, ni puede, ni quiere -en muchos casos- hacer nada práctico en sus relaciones con el país vecino presuntamente amigo que, en el caso de Melilla, es decididamente enemigo.

Resumiendo: “La gente se infecta en su casa, en las reuniones caseras”, es la frase más repetida y generalmente admitida. Por todos, excepto por la mayoría de los que nos gobiernan, a los que los hosteleros locales les acusan, con fundamento, de “ensañamiento y alevosía”.

Posdata
El martes uno de los históricos de la política melillense me dijo que Gloria Rojas estaba volviendo a Melilla en avión, tras ser recibida por su particular dios terrenal, Pedro Sánchez. Creía que el tema de la conversación era la posibilidad de que el ser superior aceptara las presuntas apetencias de su subordinada de ser presidenta de la CAM, pactando no se sabe con quién, porque es evidente que Eduardo de Castro no se va a ir, para desesperación creciente de Jesús Delgado Aboy, al que no se sabe qué le han prometido ni qué ha entendido de lo que le pueden haber prometido.

Ayer, José Megías terminaba su Espacio preguntándose qué nos dirá Rojas de “lo que ha hablado en Madrid con el presidente del Gobierno de España”. La respuesta ya la tenemos: “se informará en su momento de las reuniones mantenidas”, o sea, nada. ¿No hubiera sido mejor, Gloria, que hubieras contestado que, de momento y hasta nuevos acontecimientos, vais a tratar que continúe lo actual, intentando mejorar?

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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