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Merece mayor reconocimiento por parte de la sociedad y no solo de la historia militar, que tampoco ha divulgado demasiado su gesta y honor más allá de Melilla

Margallo, un héroe militar

El general cacereño Juan García-Margallo (Montánchez, 1839-Melilla, 1893), fue, es un héroe, que merece mayor reconocimiento por parte de la sociedad y no solo de la historia militar, que tampoco ha divulgado demasiado su gesta y honor más allá de Melilla. A pesar de las incomprensibles adversidades que tuvo que padecer por parte del entonces ministro de la Guerra, José López Domínguez, cuando se encontraba al mando de la Comandancia Militar de Melilla, amenazado de gravedad por un frente de unos veinte mil bereberes, con una guarnición de unos quinientos hombres, en pleno enfrentamiento con los cabileños.

El 28 de septiembre de 1893, siguiendo órdenes del ministro, se iniciaban las obras de construcción de un fuerte, que habría de completar la línea defensiva de Melilla para la máxima seguridad de la población. Obras que fueron inmediatamente destrozadas por los indígenas mientras se saltaban el Tratado de paz y amistad vigente entre Marruecos y España.

El alzamiento de la fortificación tenía lugar en las proximidades de una mezquita y cementerio denominado Sidi Aguariach, (“Mi señor del río de las plumas”) que los nativos consideraban lugar sagrado, ya que allí se encontraba enterrado un santón morabito que daba nombre al lugar, que, al parecer, “curaba enfermos, hacía profecías y milagros, y repartía limosnas entre los menesterosos”. Una construcción que no aceptaban las cabilas, los santones ni los bereberes de las montañas.

Días después, el 2 de octubre, con las primeras luces del amanecer, tuvo lugar una nueva acción de acometida y ataques por parte de la morisma que llenaba las faldas y crestas de las montañas cercanas y entre las piteras, chumberas y peñascos. El general Margallo luchó con sus soldados, con extraordinaria cualificación militar, a pesar del riesgo que conllevaba la situación. En el transcurso de los enfrentamientos, un cañonazo español destruyó la mezquita de Sidi Aguariach, lo que generó la declaración de Guerra Santa por parte de los bereberes.

Por toda España se extendió una inmensa oleada de solidaridad patriótica, con numerosas manifestaciones y declaraciones de adhesión así como el más firme apoyo al ejército español y de quejas y protestas contra Marruecos.

Margallo, siempre valiente y batallador, desde el inicio de las acciones, se volcó en pedir refuerzos, que le llegaban de forma escasa y tarde, que le obligaba a una situación cada vez más compleja, por las negligencias del ministro de la Guerra, muy criticado por esta actuación, y de la conflictividad exacerbada de los bereberes, armados hasta los dientes.

Una acción bélica de la que emanó que días después de los primeros ataques indígenas, ya se filtrara por algunos periódicos la posibilidad del cese del general cacereño, a través de una más que punible conducta del ministro de la Guerra, a quien la inmensa mayor parte de los periódicos solicitaba su responsabilidad personal en medio de fuertes y duros editoriales contra el máximo mando militar español.

Juan García Margallo, ejemplar soldado, pundonoroso y enérgico, en palabras de los corresponsales de guerra y de la casi totalidad del estamento militar, con una hoja de servicios de extraordinaria brillantez, se encontró superado y desbordado por la decisión de su superior respondiendo con el coraje y el aliento del mayor honor a sus tropas en defensa de la bandera española. Hasta el punto de que en plena Guerra del Rif, en la tarde del 27 de octubre una expedición española, con el general al frente, sufrió una emboscada por parte de los bereberes –con las primeras estribaciones del Gurugú repletas de rifeños, a pie y a caballo– y que llevó a Margallo a improvisar una rápida operación estratégica y refugiarse en el fuerte de Cabrerizas Altas, siendo perseguidos por una incesante lluvia de balas, que superaron de forma arriesgada y milagrosa. A partir de esa persecución, los moros procedieron a sitiar la fortaleza española.

Ese día la Reina Regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena, había firmado ya, su cese, al frente de la Comandancia General de Melilla, sin que nadie estableciera contacto con el general Margallo a los debidos efectos. Una tarde de máximo peligro para el general español y sus soldados; una noche en medio de una continua granizada de balas, por parte de los moros, que silbaban a millares por todas partes, y una madrugada en medio de un griterío provocador y ensordecedor rodeando el fuerte.

En la mañana del día siguiente, 28 de octubre, en aquel acuartelamiento español de Cabrerizas Altas, donde escaseaban el agua, media barrica tan solo, las municiones de fusilería, las cargas de cañón y los víveres (la cena de la noche anterior tan solo consistió en medio chusco), con la comunicación telefónica cortada, con las tropas españolas completamente acorraladas por una multitud de veinte mil moros, de treinta y nueve kabilas, armados con espingardas, fusiles Remingtons y gumías, mientras arreciaba el fuego sobre el fuerte, el general Margallo, en un gesto de coraje y pundonor, acaso abatido por su incomprensión, montó sobre su caballo, lo espoleó, desenvainó el sable y procedió a alentar a unos cien soldados de los Regimientos Extremadura y Borbón desplegados en guerrillas, al grito de “Muchachos, vamos por la gloria”.

Saliendo del fortín le respondió una lluvia de fuego por parte de la fusilería bereber, cayendo inmediatamente al suelo, herido de muerte, por un certero disparo que le impactó en el pómulo derecho, frente a la garita del fuerte.

En este sentido es de subrayar cómo el diario “La Epoca” se preguntaba si Margallo “salió a buscar la muerte al saber que se le había quitado el mando al frente del enemigo”, mientras que el periódico “El País” exponía que “El general Margallo no ha querido sobrevivir a su deshonra”.

Su fallecimiento generó una inmensa conmoción en toda España volcándose en manifestaciones de adhesión a las tropas nacionales.

A Juan García-Margallo no le ayudó la suerte en tan transcendentales momentos, como no le ayudó el destino, ni, tampoco, las circunstancias. El general cacereñ se volcó en buscar los mejores caminos para el ejército español al frente de la Comandancia General de Melilla, se esforzó en establecer un frente de un diálogo completo pero abierto y muy atento con los bajás, siempre dispuestos al engaño y la mentira, y guardando esa distancia entre la rectitud del mando militar, la diplomacia y una manifiesta capacidad de aguante ante los permanentes ataques y ofensiva de los cabileños. Unos bereberes que quedan calificados de forma clara en las numerosas crónicas de los corresponsales de la prensa española, destacando su ferocidad, barbarie, vandalismo y salvajismo.

Ya se cuenta que la historia juzgará los acontecimientos, como se suele decir. Pero la historia no se vuelve atrás ni pone a los mismos personajes y ante las mismas situaciones, frente a frente, para reivindicar la justicia adecuada. Y que no es otra que la grave decisión tomada en tiempo de guerra contra el ilustre militar cacereño que perdió la vida defendiendo la bandera y el honor de España y Melilla.

De este modo es de señalar que la práctica totalidad de los periódicos españoles coincidieron en la talla militar y la altura de miras del general Margallo. “El Correo Militar” destaca que “murió heroicamente en las trincheras” y que pereció “víctima de todos los delitos de lesa Patria cometidos por los políticos españoles, así civiles como militares”, “La Ilustración Ibérica” deja constancia de que “su alma de soldado no pudo sufrir más tiempo la dura pasividad ante la canalla bárbara de las kabilas”, mientras que “La Epoca” subrayaba que Margallo “ha entrado en la inmortalidad por la puerta de los héroes”.

Ocho días tan solo después de su muerte en combate, el 5 de noviembre, el Ayuntamiento cacereño reconoció la trayectoria y labor del general incorporando al callejero de la ciudad el nombre de Juan García-Margallo, con numerosas distinciones en su haber, sustituyendo al rótulo de la calle Moros, una de las más emblemáticas de Cáceres, que nació para acoger a los moriscos que el rey Felipe II deportó desde Las Alpujarras.

Un nombre, el del General Margallo, que, asimismo, se encuentra en el callejero de Melilla, Montánchez, su localidad natal, en Madrid.

El articulista, que nació en la cacereña calle denominada General Margallo, estima oportuno dejar su consideración de que la historia militar de España se encuentra en deuda por un mayor conocimiento y reconocimiento de la figura del egregio soldado, un héroe en la historia militar de España.
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