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ACUARELA DE LUZ

El pintor Eduardo Morillas y la escritora Encarna León, en el año 2013

Esta mañana de mayo (miércoles, 5) que se asoma al nuevo día con cierta luminosidad apetecida de pronto, se vuelve tiniebla con tintes de tristeza. La noticia del fallecimiento de mi querido y admirado Eduardo Morillas, poeta de la luz y el color, ha ensombrecido mi ánimo. Sabía que, desde hacía algunos años, su salud se había deteriorado bastante. Me di cuenta un día lejano cuando me encontraba en Melilla la Vieja grabando con Ana Gallego, para uno de sus programas de televisión. Le vi descender por la calle Miguel Acosta, la mía de la infancia, a la altura de la iglesia, pedí unos minutos a Ana y presurosa me dirigí a él, iba dando un paseo con su hijo, y jubilosa por ver a mi amigo pintor me acerqué y le dije: ¡Qué alegría de verte Eduardo! a lo que me contestó: Y yo también, Carmen. ¿Carmen? Aún sostenía su sonrisa en los labios, mientras la mía iba desapareciendo al contemplar la suya franca y noble, como la de un niño grande. Estaba claro que no me reconoció, no sabía quién era. Me impresionó bastante, lo confieso.

Después mis contactos fueron con Francis, su esposa, casi siempre telefónicos, ella me iba informando sobre su salud. Últimamente no salía de casa pero, francamente, este final ha sido inesperado. Siento que pierdo a alguien que fue importante en mi vida, un hombre siempre jovial, amable y gran amigo de sus amigos, un melillense de corazón.

Nunca he dejado de recordarle a diario. Mi despacho tiene colgadas en sus paredes siete láminas que hizo para ilustrar uno de mis libros preferidos, “Artificios de Otoño” (1995). Es una lástima que el libro tenga las ilustraciones en blanco y negro, yo las conservo en color y enmarcadas a gran tamaño, todas ellas dedicadas y firmadas. Si me adentro en el salón, allí está Eduardo con sus paisajes del Rif y sus marinas; si paso a otras estancias, son sus composiciones florales las que me hablan de él, aquel pintor de reuniones, de actos culturales compartidos y de amigos comunes. En otra ocasión ilustró la cubierta de mi libro “Tiempo de signos” o dibujó aves acuáticas para cada una de las que yo canté en “Sobre cristal desnudo”. Eduardo, estás en tantas cosas que me rodean, y así permaneces.

Hoy estoy triste, mucho, aunque esta tristeza se encontrara agazapada dentro de mí desde ese tiempo en que supe de sus limitaciones. Estas líneas quieren ser un homenaje a él, a Eduardo Morillas, al pintor-poeta, al entrañable amigo de otro tiempo, y las termino recordando aquel soneto de mi libro “Como una música” (p 34) que le dediqué en el año 2006, y que titulé Acuarela de luz. Descansa en paz, amigo.

ACUARELA DE LUZ

Cada pared le tiene retenido
en un marco de amor y de memoria.

Morillas, Eduardo, serás historia
en paisaje de luz y mar querido.

Hoy no te traigo el premio merecido,
solo en vuelco de voz: saeta, noria,
amiga en ilusiones; giratoria
andadura sobre pincel crecido.

Acuarela de luz, vuelo encendido,
murallas con su tedio y su dulzura,
turbante, pólvora, jinete, arena…

Un mundo que es de verde amanecido
pintado sobre lienzos de frescura.

Galope y sol. Medinas con su pena.

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