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Los jóvenes responden a la llamada de falta de portadores para sacar el Santo Entierro

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Los jóvenes melillenses, adolescentes principalmente, respondieron con creces al llamamiento que a través de las redes sociales realizó la Cofradía del Nazareno solicitando hombres de trono para llevar a cabo la salida procesional del Santo Entierro. Chicos y chicas, hombres y mujeres de la ciudad respondieron a la llamada arrimando el hombro para que la cofradía más antigua de la ciudad pudiera cumplir su cita con el Viernes Santo. Incienso, silencio, recogimiento, tristeza y luto en la estación de penitencia de la tres veces centenaria Cofradía del Nazareno. Pasadas las nueve y media de la noche y desde la Plaza de Toros, iniciaban su estación de penitencia el Cristo del Socorro, el Santo Entierro y María Santísima de los Dolores en su Soledad, todas ellas parte del rico patrimonio de la Cofradía del Nazareno de Melilla la Vieja, para la que ésta ha sido la Semana Santa número 517. Las calles rebosan de ciudadanos que acuden fieles a arropar con su presencia y oraciones su Semana Santa en el tramo más triste y difícil, acompañando al Cristo de las buganvillas, al Santo Entierro y a la Dolorosa en su peregrinar resignado con los ojos puestos en la esperanza de la Resurrección.

Procesión
El público congregado, mayor que en las salidas procesionales del Lunes y Miércoles Santo, arropó con sus aplausos los esfuerzos de los portadores, en especial en la difícil maniobra de sacar entre las verjas del recinto el monumental trono del Cristo Yacente. Los hombres de trono, en un esfuerzo titánico, sujetan los varales como si la vida les fuera en ello, orgullosos porque su Cofradía cumplirá un año más con su estación de penitencia, la oficial del Viernes Santo que viste de gala, más si cabe, las calles de Melilla. Entre los portadores, chicos y numerosas chicas muy jóvenes que respondieron con creces al llamamiento que a través de las redes sociales se había realizado por parte de la Cofradía, pidiendo la ayuda de los melillenses para poder cumplir con su estación de penitencia.

El Cristo del Socorro, portado por jóvenes costaleras, abrió el camino. La imagen fue tallada en el siglo XIX, en 1819, por un oficial de la guarnición de Melilla sobre un tronco de leña destinado a los hornos de pan de la plaza, y entró a sustituir al Cristo de la Vera Cruz en las procesiones, aquel que llegó con Pedro de Estopiñán. El crucificado conserva los ojos y la boca entreabiertas porque acaba de expirar, con lo que se van cumpliendo los pasos que llevarán a la resurrección del Hijo del Hombre. El Cristo del Socorro vuelve a recorrer las calles de su Melilla, como lo hizo tantas veces antes, como aquella vez en la que estando la ciudad sitiada por el sultán de Marruecos, su sombra recortada en las murallas de la ciudad vieja hizo posible que aquellos que llegaban de la Península con víveres, supieran que la plaza seguía siendo española.
'El chiquito', el cristo de Melilla va sobre el trono que se compró para el 350 aniversario del Nazareno. Lo llevan casi 60 mujeres jóvenes, mujeres melillenses que vienen a demostrar que las mujeres reclaman un lugar, de igual a igual, como sus compañeros hombres dentro de las cofradías. Detrás le sigue el Santísimo Cristo Yacente ("Santo Entierro"), tallado por Benito Sánchez Barbero, de la Escuela Granadina, en 1943. El sepulcro, con caras de cristal, fue labrado en caoba, palo santo, marfil y plata por Jorge Salvador, premio nacional de artesanía en 1943. El Santo Entierro viste de tristeza la noche del Viernes Santo, al paso de la urna en la que Cristo muerto va camino del sepulcro.

Le acompañan el comandante general, Álvaro de la Peña representando a Don Juan Carlos I; el presidente de la Ciudad, Juan José Imbroda, una representación de la Delegación del Gobierno, los parlamentarios y los miembros de la Asamblea local. El vicario dedica una oración al Cristo Yacente que flota en un mar de flores blancas y procesiona envuelto en las volutas de incienso arábico que queman sus cuatro pebeteros.

Al cortejo le sigue detrás silenciosa, con el rostro enmudecido por el dolor, María Santísima de los Dolores en su Soledad, obra de Pedro de Mena que llegó a Melilla en 1660, junto al Nazareno. En el pecho, la madre lleva un corazón asaeteado por siete puñales, los siete dolores de María. La banda de música de la Comandancia General le rinde homenajes. Cae la noche y Melilla se viste de luto riguroso.

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Redacción

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