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El rincón de Aranda

Emociones antiguas y perennes

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Las emociones perennes, lógicamente, son las que te hacen recordar aquéllos tiempos en que las manzanas olían a manzanas, y el pan calentito a chusco cuartelero, como el actual pan cateto del Puerto de la Torre, de Málaga, que con aceite y azúcar, está del carajo de bueno. Era cuando los chaveíllas descubríamos las primaveras de Walt Disney, en el Matinal del Nacional, o los combates del Guerrero del Antifaz en la puerta de la Kety, por un real el alquiler del tebeo, que leíamos todos amontonados en el escalón de Emilia, que si lo hacíamos por la tarde, su hijo Paco no tardaba mucho rato, y disimuladamente, en arrojar agua por debajo de la puerta, poniéndonos los culos mojados, a los que lográbamos sentarnos en el alto escalón. Claro que siempre era la hora de la siesta, y la verdad es que jodía un montón, que cuatro andarríos no lo dejáramos descansar. Era cuando hacía pocos años acabó la gran galopada que se pegaron los 4 Jinetes del Apocalípsis, los muy cabrones, desde el 40 al 45, dejando en el mundo más de 70 millones de muertos. Era cuando los que vencieron aquí, en el 39, montando un gobierno de conmilitones, a fuerza de clarines del miedo, no lograron convencer a los vencidos, que aún andan éstos, los pobres, rebuscando en cunetas y fosas comunes en los cementerios de toda España, a sus deudos. Eran los años que los niños acudíamos al Colegio de Ataque Seco, con D. Domingo Corona, D. José Sánchez del Rosal, D. Cristóbal Gámez, D. Domingo Pérez Morán y algunos más; en verano, era en la Academia Saavedra, en la plaza de la Bandera de Marruecos, con D. Felipe, buen profesor, con su brillante alopecia. Era cuando, al ver las gaviotas sobrevolando la mierda, en la “Playita de las esterqueras”, por Horcas Coloradas, los chaveas discutíamos desde lo alto de la “Viserilla”, en el “Agarraero”, si eran gaviotas, paínos o pavanas. Estas, como todo el mundo sabe, son molestas, basureras, y muy peligrosas, por sus cagadas de puro ácido, capaz de comerse el cristal; y lo sé porque cada vez que voy a la playa observo que cuando se cagan en el techo de algún coche, la mancha se queda para siempre, quemando la pintura. A mí, desde muy niño, que me cagó una de ella, la hijaputa, en una blusa-pescadora, que estrenaba un domingo, porque me la hizo mi madre, y la dejó hecha una mierda, no las soporto. Alberti, en vez de a la gaviota, debió escribir a los estorninos y golondrinas, que son migratorios, como hizo el gran Eladio Algarra, “Poeta Andariego de Rusadir”. Además también por aquéllos años no había huevos de tender la ropa en los patios, y azoteas, de las casas en Ataque Seco, porque se cumplía el famoso dicho: “Gaviotas en el huerto, temporal en el puerto”. Por cierto, la que aparece en el anagrama del PP: ¿sabe alguien si es una gaviota, una pavana o un paíno?; solo es por curiosidad.

Eran los días en que muchos niños, también gente mayor, nos bañábamos, a los pies del Bonete, en la “Boca del León”, lanzándonos desde el “colmillo”, o de la “melena”; o también en el Faro del Puerto desde el noray cercano a la escalerilla. Recuerdo que un día un hombre, cuarentón y solterón, que usaba dentadura postiza al lanzarse al agua, ésta se le cayó al fondo, y al momento salió a flote, gritando: “ ¡Ay!, el cangrejo, el cangrejo..!!”; todos creíamos que un cangrejo se le había enganchado en alguna de sus partes blandas; pero no, porque el “cangrejo” que él se refería no era otra cosa que su dentadura postiza, que del barrigazo que se pegó contra el agua, se le salió de la boca y fue a parar a una de las plataformas sumergidas de hormigón. Entonces varios bañistas que lo conocíamos, nos prestamos a sacarle sus dientes de las cristalinas aguas de “Neptuno”. Después de un buen rato de gran cachondeo, ofreciéndole un trozo de pan duro que usaban para atraer a los peces, hubo un valiente, que buceando a pulmón, y sin gafas, logró sacarle sus preciados “piños”. La verdad es que: pelirrojo-zanahorio, pecoso, medio bizco, y con la boca chumiíta, era feo de cojones, el tío. Yo creo que jamás volvió a bañarse con su dentadura postiza colocada en la boca.

Era cuando se felicitaban las Navidades con unas “Felices Pascuas”; y el niño que año tras año, nacía al día siguiente, nos traía salud, y el amor por duplicado que hayamos dado desde la Nochebuena anterior. Y ahora, en vez de los Reyes Magos, han traído del norte de Europa a un tío gordo, que dicen que es el Papá Noél, con cara de borrachín, con un ridículo gorro colorado, como los que usaban los abuelos decimonónicos para dormir, con la risa: “¡Jo, Jo, Jooo!”. Y yo digo: dónde va a parar ese gordinflón con nuestros tres reyes: el canoso, el castaño, y el negro, montados en sus camellos y tirando caramelos a tutiplén por todo su recorrido. Bueno, debo decir que cuando yo era chico, creo que se quedaban por la 2ª Caseta, donde abrevaban los camellos; eso era lo que decían los mayores, ya que los únicos reyes eran: Melchor, Gaspar y Baltasar, y los bolsillos de Papá, y de Mamá, que los compraban, muy baratitos, en la calle Margallo; y de caramelos, nanay, que costaban muy caros.

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