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Carta del Editor

Los antisistemas consolidan los gobiernos

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“En Melilla tenemos un caso parecido al de Podemos, con evidentes distancias de programa, con el PPL, rebautizado por Imbroda como Perdedores en Libertad tras sus pésimos resultados en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado domingo […] El PPL es un partido antisistema, un partido en el que prima que cuanto peor funcione todo, mejor para ellos (los que mandan en el partido). Y lo que están consiguiendo, con su infinita suciedad, es todo lo contrario de lo que persiguen: consolidar al PP local” Una nueva cosa, con la forma difusa de un partido político y presentándose como tal con el nombre de "Podemos" y la cara de un tal Pablo Iglesias -predestinado, que diría un taurino- ha conseguido 5 escaños al Parlamento Europeo en las elecciones del domingo pasado y, por decirlo de alguna manera, se ha convertido en la quinta fuerza política del país, de este país roto, desencantado y desilusionado que, todavía, se llama España.
¿Cómo ha podido pasar esto? ¿Cómo ha sido posible que un partido de tinte venezolano/chavista-madurista, soviético-stalinista o cubano/castrista, un partido ultra comunista, reciba más de un millón de votos de unos ciudadanos de un país supuestamente desarrollado que una vez lideró el mundo y que ahora da más pena que gloria? Pues quizás esa es la respuesta, que damos pena y que nos da pena lo que está pasando. De manera que un outsider, alguien fuera del sistema, por el simple hecho de no estar contaminado por ese sistema y aunque diga y prometa cosas que ni un niño chico puede llegar a creer, pero que cualquier adulto debe llegar a temer, resulta que triunfa con un líder carismático, tipo Chaves, tipo Fidel, que lo único inteligible que dice es "Podemos" y el consiguiente corolario de terminar con los ricos y sus vasallos, con una "casta política" de la que él, por arte de birlibirloque, se auto excluye.
¿Cómo va a terminar con los ricos y, una vez despojados de todos sus bienes muebles e inmuebles, obligarles a seguir pagando impuestos cada vez más altos; cómo va a pagar a los jubilados a partir de los cincuenta y cinco o sesenta años; cómo va a financiar el salario mínimo convertido en máximo para todos los ciudadanos por el simple hecho de serlo? No se sabe, o, mejor dicho, se sabe que lo que promete es absolutamente imposible, pero da igual. Lo que ha contado es que ese imposible lo promete alguien que no está contaminado por el sistema partidista dominante, alguien que, como el mismo Pablo Iglesias dice y repite, no es "de la casta". O sea, Iglesias (supongo que se cambiará pronto el apellido por Antiiglesias) promete un imposible más: dedicarse a la política (y los sueldos de los diputados europeos no son precisamente pequeños) sin ser político. Como Franco, que aconsejaba a los que le pedían altos cargos que hicieran como él, que no se dedicaran a la política.

Entiendo y hasta comparto el enfado, la desilusión, la tristeza de muchos españoles por la situación en la que nos encontramos, el desencanto por el grado de corrupción e ineficacia del sistema dominante, la debilidad ante los separatismos y el cumplimiento de las leyes y la pesadez burocrática insoportable que nos abruma. Pero estoy absolutamente seguro de que soluciones como las que propugna ese Pablo Iglesias con Podemos no sólo empeorarían aún más la situación, sino que son las que -si se piensa bien es una evidencia- ayudan a esa clase dominante, a la que tanto se critica y con razón muchas veces, a no sólo mantenerse en el poder, sino a consolidar su inmovilismo utilizando el recurrente recurso del enemigo exterior, lo que lleva a la indiscutible conclusión de que sí, reconocen que ellos son malos, pero lo que puede venir a sustituirles es aún mucho peor. La conclusión es clara: experimentos como el de Podemos quizás causan cierta gracia, como la que históricamente causa el débil David luchando contra el gigante Goliat, pero lo que consiguen es precisamente lo contrario de lo que pretenden, lo que consiguen es afianzar en el poder y en las políticas anquilosadas y antiguas a los ahora el poder detentan.

El primero que, por fin, se ha dado cuenta de que así no se puede seguir es Rubalcaba, y con él la cúspide -siempre pequeña en los partidos políticos- del PSOE. El PSOE, dicen los medios de comunicación, necesita una renovación y a mí me parece que más que una renovación necesita una desaparición, junto con la creación de un nuevo partido que sea verdaderamente un sólo partido (no varios, como el actual PSOE), que sea social-demócrata (no socialista, porque el socialismo y la democracia, basada en la clase media y en la libertad de empresa, son claramente incompatibles), que no sea exclusivamente obrero (porque es imposible) y que sea realmente español (no separatista en Cataluña y en el País Vasco, por ejemplo).

Es bien cierto que también el PP necesita una renovación profunda, pero ese partido ya nació tras la desaparición de otro, Alianza Popular y así realizó, con Aznar al frente, su inevitable travesía del desierto. Pero la renovación del PP, tanto en el ámbito nacional como en el de Melilla, es imprescindible y, en mi opinión, inevitable, si no queremos que movimientos antisistema, movimientos que no proponen nada posible excepto romper y destrozar lo que existe, tengan éxitos, relativos si se quiere pero éxitos al fin y al cabo, como el de Podemos. Y la inevitable renovación no se puede apoyar en la existencia de enemigos exteriores que, efectivamente, son peores que lo existente, pero es muy triste reconocer que se está gobernando, y haciéndolo más mal que bien, sobre la base de que la oposición es aún peor. Además, gobernar e intentar eternizarse en el poder no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio para intentar mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, en los que, se olvida a menudo, reside la verdadera soberanía.

En Melilla tenemos un caso parecido al de Podemos, con evidentes distancias de programa, con el PPL, rebautizado por Imbroda como Perdedores en Libertad tras sus pésimos resultados en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado domingo. El PPL nació como una escisión del PP y aglutinó a los desencantados o enfurecidos o rencorecidos con el partido gobernante, encabezados por Ignacio Velázquez, que pasó de la milicia y la consiguiente imposibilidad de militar en partido político alguno a presidir -gracias a lo que yo sé y casi todos, menos él, reconocen- a presidir el PP local, primero, y la Ciudad Autónoma de Melilla, más tarde. Como les ocurre a muchos políticos, llegó un momento en el que creyó que lo que por su propia naturaleza es efímero, como el poder, debería ser eterno para él. Y se equivocó, y fue condenado e inhabilitado. Pudo haber intentado dar la batalla de la regeneración dentro de su partido, el PP, pero prefirió el camino de la confrontación, creó un nuevo partido y se rodeó, en la cúspide se su partido, de lo peor de lo peor, de lo más sucio como Juanjo José Medina, de lo más rencoroso y antipático, como Liarte, de lo peor de lo peor que en Melilla se puede encontrar en la vida política. El PPL es un partido antisistema, un partido en el que prima que cuanto peor funcione todo, mejor para ellos (los que mandan en el partido). Y lo que están consiguiendo, con su infinita suciedad, es todo lo contrario de lo que persiguen: consolidar al PP local, porque puede éste exhibir, sin faltar a la verdad, que esta alternativa del PPL -ya casi muerta, una vez que los ciudadanos melillenses se van dando cuenta de lo que son y cómo actúan- no es un elemento regenerador de la vida política local, sino que es infinitamente peor que ellos.

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