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Carta del Editor

Adiós, don Juan Carlos, hola, don Felipe

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“Pero la gran noticia de esta última semana ha sido la abdicación de Juan Carlos I, en favor de su hijo, que será Felipe VI (ya estamos empatados con Marruecos 6-6, me decía un amigo musulmán local, Mohamed VI versus Felipe VI). Y parece que tal abdicación, que se veía venir hace tiempo dada la mala salud de don Juan Carlos, va significar un cambio profundo en España, aunque yo, como tantos otros españoles, no me explico por qué” Empiezo a escribir esta Carta en la terraza del hotel Be Live de la marroquí y cercana ciudad de Saidia. Empieza a anochecer, hace fresco y desde la terraza, al fondo, se contempla una bellísima vista de un gran mar algo picado que se funde con unas nubes blanco azuladas en un horizonte lejano e inmenso.
Aún sobrecogido por el espectáculo leo una brillante comparación de Cuartango en el diario El Mundo entre el ahora tan citado líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el senador romano, del siglo XI antes de Cristo, Cayo Sempronio Graco. Cayo quiso reformar el sistema político romano, con el apoyo de los grupos no aristocráticos, aunque él provenía de una de las grandes familias romanas. Consiguió ser elegido triunviro y puso en práctica, como tal, las reformas agrarias que había intentado su hermano Tiberio. Fue durante dos años tribuno de la plebe (123-122 a.C) y pretendió conceder la ciudadanía romana a los latinos, proyecto en el que fracasó y que le causó la derrota en las elecciones para su tercer triunvirato, su caída política y su suicidio, a manos de un esclavo al que ordenó que le clavara su propia espada en el corazón (los líderes romanos no se tomaban muy bien eso de ser derrotados).
Lo que hoy nos puede interesar de la comparación Pablo Iglesias- Cayo Sempronio Graco es lo que sucedió con ellos y tras ellos. Con ellos dos, y con mucho más peso e infinitamente más preparación Graco que Iglesias, que coincidieron en intentar acabar con el sistema dominante. Tras ellos sólo sabemos lo que sucedió en Roma, y allí lo que ocurrió es que se produjo una gran y progresiva inestabilidad social, que terminó con Julio Cesar y el hundimiento de la República, todo lo contrario de lo que pretendía Graco. Por supuesto, la plebe, siempre manejada por los grupos nobiliarios, jamás logró tener iniciativa propia alguna. Ya iremos viendo lo que ocurre en España, pero me parece – y lo que acaba de decir Pablo Iglesias sobre una niña, la hija mayor del próximo Rey, calificándola de "hija del exorcista" es una bajeza miserable, muy en la línea de la de algunos de los del PPL local- que sucederá algo no muy diferente a lo que pasó en la gran Roma (excluyendo lo del suicidio de Igesias, claro).
Pero la gran noticia de esta última semana ha sido la abdicación de Juan Carlos I, en favor de su hijo, que será Felipe VI (ya estamos empatados con Marruecos 6-6, me decía un amigo musulmán local, Mohamed VI versus Felipe VI). Y parece que tal abdicación, que se veía venir hace tiempo dada la mala salud de don Juan Carlos, va significar un cambio profundo en España, aunque yo, como tantos otros españoles, no me explico por qué. Lo que va a ocurrir es que a un Rey le sustituye otro Rey, que a un Borbón le sustituye otro monarca constitucional también Borbón y que la mayoría de los españoles piensan, pensamos, que no es el momento ni la situación adecuada para afrontar el posible advenimiento de una república, de tan malos recuerdos históricos próximos. Un estilo nuevo en la Jefatura del Estado sí es esperable, como lo es, además de deseable, una mayor ejemplaridad en el comportamiento de la familia real, pero el impulso verdadero que nos lleve al imprescindible cambio estructural que España precisa no vendrá de arriba, sino de abajo, de los ciudadanos (y no con ideas tan absurdas, por imposibles, como las de Podemos, la izquierda radical o los separatistas radicales).
En una manifestación, muy española, de alabar al muerto o al que se va (con el mismo entusiasmo y similar ferocidad con la que se le criticó mientras vivía o mandaba) ahora todo son alabanzas a don Juan Carlos, extensivas a su hijo y hasta a la próxima reina, doña Letizia. Está bien, siempre es bueno ser agradecido y tener esperanza en un futuro mejor, pero el cambio, el gran cambio que España necesita no tiene gran cosa que ver con la abdicación de un monarca y Jefe de Estado y su sustitución por su hijo, por mucho que todo el sistema se empeñe en intentar vendernos lo contrario. No es con reformas formales como saldremos de la crisis que empobrece y está a punto de romper España (aunque es cierto que económicamente estamos mejorando, por fin y tras desoír a la izquierda sindicalista y a los Pablos Iglesias de turno), sino, insisto, con cambios profundos y estructurales, modernos y no cavernícolas (como los de Podemos), constructivos y no destructivos, sucios e ineficaces (como los del PPL de Velázquez y Cabanillas, por citar un ejemplo local).
Una prueba, nimia si se quiere pero muy indicativa de que los ciudadanos españoles van por un lado y la administración pública -políticos incluidos- van por otra, es lo que a continuación comento. ¿Qué están preparando para la toma de posesión de Felipe VI como tal y, por consiguiente, como Rey?, le preguntan los periodistas al presidente del Congreso, lugar donde se producirá el hecho. Y contesta Jesús Posada, el tercer cargo en importancia del Estado español: volver a poner las alfombras, que las habíamos quitado por eso del calor veraniego. Me pareció que estaba de broma, pero no, porque repitió la respuesta, que no deja de tener gracia, aunque sea maldita la gracia porque, como decía, es una demostración, una más, de que hay una estructura gobernante que, con la que está cayendo y lo que están padeciendo millones de españoles desempleados y esquilmados, se preocupa, en una ocasión tan importante como la sustitución de un Jefe del Estado por otro, por las alfombras, por cosas nimias, por las apariencias, en suma.
Lo que sí es serio e importante es que el Banco Central Europeo acaba de acordar inyectar la nada despreciable cifra de 400.000 millones de euros a la decaída economía de la Comunidad. El dinero irá a parar a los bancos europeos, pero serán finalistas y su fin es que ese dinero lo presten los bancos a empresas, no entre ellos. El objetivo está claro: intentar reactivar la economía europea, que hoy está bastante mal y, hay que señalarlo con satisfacción, no es España el país que ahora está en peor situación. A nuestro país, por cierto, le viene muy bien esta decisión de Mario Draghi, y nuestro gobierno puede estar razonablemente satisfecho con tal decisión.

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