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Atril ciudadano

El Rey y el Estado

Ante la reciente adjudicación del Monarca a la Corona, la verdad sea dicha, y es que no podemos eludir que la imagen de la Monarquía en España como institución se ha devaluado sobremanera desde 1981. Una lluvia de artículos en los medios de comunicación nacionales nos indican claramente que la imagen del Rey en este país no corresponde a la figura que representa. Si bien, desde 1977 el Soberano significaba la garantía constitucional del pueblo español, ahora, la profesionalización del Ejército, la madurez que ya va adquiriendo el sistema democrático y la carencia de la Monarquía en la implicación política, supone un gasto a la Nación que los ciudadanos ven cada día con mayor incidencia “innecesario,” alimentado al mismo tiempo por los momentos de crisis económica que está atravesando el país.

En mi opinión, para que esto no ocurra con el futuro reinado de su hijo en el que tanto confío, habría que dejar las cosas al pueblo español bien claras: exigiendo una nueva restricción de gastos a la Monarquía, que sirva de ejemplo y dejar así a Juan Carlos I de Borbón históricamente como el monarca de la transición democrática, pero teniendo claro que en lo concerniente a su hijo, no tendrá en la Nación la mismas funciones que su padre, consiguiendo así que la estructura del sistema constitucional esté bien centrado. Hay valores en un país que son variables y evolutivos y esos valores deben de ser participativos, pero hay otros que requieren de una esencia estática, segura e invariable. Y ahí es donde debe entrar la acción soberanista, sobre todo en un estado con tanta diversidad como la española.

El Rey Felipe, capitán general de las fuerzas Armadas, no puede estar bajo las órdenes de un abogado, que por el presidente de un partido electoralista ha sido nombrado ministro de Defensa, máxime cuando éste es susceptible de ser sustituido cada cuatro años o antes, si así lo decide el presidente.

El Ministerio de Defensa deberá depender directamente del Rey como la máxima autoridad militar. Además se deberá crear otro Ministerio, dada la pluralidad real de creencias religiosas que existen en nuestro país, y este Ministerio de Asuntos Religiosos también deberá de depender de Su Majestad quien atenderá a un consejo confesional plural que garantice la convivencia y buen entendimiento moral requerido en un sistema constitucional como el nuestro. Y que en la actualidad, no nos engañemos, no solo está en duda, sino que también está en peligro.

Con esto quiero decir que la defensa y soberanía militar, además de la moral de sus súbditos deberá depender de Felipe VI de Borbón y Grecia. Así, cuando todas las competencias políticas no dependan de una sola persona, encarnada en la actualidad en la figura del presidente, ésta tendrá que desaparecer para dar paso a la figura del Primer Ministro. Una vez llegado a este estatus de seriedad, nuestro soberano deberá ir al Parlamento una vez al año personalmente; tampoco con la pompa que lo hacen los ingleses u otras monarquías europeas, y dar cuenta de las necesidades y proyectos a todas las formaciones políticas votadas por la ciudadanía española, a la vez que éstas le respondan a su exposición. No como ahora que el presidente del país le echa una visita y le cuenta lo que quiere, como si de una visita de salón de té se tratara.

Es, desde mi punto de vista, irrisoria la convivencia de una figura política exclusivamente republicana: un presidente de gobierno, con la de una Monarquía: un primer ministro… Ambas son incompatibles. Menos en España: como siempre.

De seguir las cosas por estos derroteros: para tener un Rey que sirve para pedir inversiones extrajeras de forma coloquial, como lo haría un ministro de asuntos Exteriores de forma institucional, para visitar museos, ir de cacería en momentos de crisis y todo ello con el dinero público, para eso no tengo Rey. Y por eso creo que todas las críticas que está suscitando la Monarquía, al margen de otros asuntos que aquí no vienen al caso, están más que justificadas.

Sin embargo, si centramos dicha Monarquía en un contexto político, el problema de los nacionalismos pronto dejará de existir, como el de la falta de entendimientos confesionales e idiomáticos. Así la ciudadanía verá con los ojos de su propio entendimiento la importancia que tiene para un país como España el hecho de tener un Rey.

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