Tiene mérito la labor que hacen los agentes del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil que prestan servicio en la frontera, y de hecho es lógico que los sindicatos policiales siempre estén batallando con quejas que se prorrogan en el tiempo, ya que buscan lo mejor para el colectivo profesional al que representan. Sin embargo, no es justo tampoco el no reconocer los esfuerzos que se están haciendo de un tiempo a esta parte para que el caos deje de ser la imagen predominante de la frontera La frontera es uno de los grandes talones de Aquiles que tiene Melilla desde siempre. La fragilidad de ese puente que nos une al territorio que nos rodea es permanente, porque su normal funcionamiento depende de circunstancias cambiantes tales como la relación que en cada momento haya entre los países a los que frontera une o separa, según se mire. Lo ideal es que los pasos de Beni Enzar, Farhana, Barrio Chino y Mariguari nos unan a los municipios marroquíes cercanos, pero para eso es necesario que funcionen como un reloj, algo extremadamente complejo cuando se trata de una frontera por la que a diario pasan unas 30.000 personas y 6.000 vehículos. Son cifras elevadísimas que dan cuenta del trasiego y la presión que soportan las puertas de entrada y de salida terrestre de Melilla, que aumentan aún más si cabe en épocas como la que estamos ahora, en plena Operación Paso del Estrecho. Si a eso se le añade la sensibilidad de esta frontera ante problemas de seguridad como es la amenaza terrorista, la inmigración clandestina y el narcotráfico, resulta lógico pensar que no es tarea fácil gestionar el día a día en los pasos fronterizos, máxime cuando siempre es una tarea compartida entre dos países.
Los agentes del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil que prestan servicio en la frontera cargan sobre sus hombros una tarea muy compleja, y lo hacen con unas precarias condiciones, sometidos además a un habitual tira y afloja con sus homólogos marroquíes, intentando siempre compatibilizar la agilidad en el paso con la seguridad que requiere una frontera internacional como la nuestra. Tiene mérito esa labor que hacen, y de hecho es lógico que los sindicatos policiales siempre estén batallando con quejas que se prorrogan en el tiempo, ya que buscan lo mejor para el colectivo profesional al que representan. Sin embargo, no es justo tampoco el no reconocer los esfuerzos que se están haciendo de un tiempo a esta parte para que el caos deje de ser la imagen predominante de la frontera. La prueba más palpable está en las obras que se están llevando a cabo, además en escaso tiempo desde que el actual delegado del Gobierno dijo que una de sus prioridades sería precisamente la frontera. La época elegida no ha sido la mejor por problemas administrativos en la adjudicación, pero eso no quita mérito a un proyecto de mejora que está siendo criticado desde antes que sea una realidad.
Pero además de las obras, también hay que poner en valor la relativa tranquilidad que se vive ahora en la frontera en comparación con épocas pasadas no hace tantos años, cuando la frontera era cortada a capricho de cualquiera, perjudicando muy mucho los intereses de cientos o incluso miles de personas. España y Marruecos viven ahora un momento de buenas relaciones que en Melilla también se palpa, incluidos los pasos fronterizos aunque se sigan dando capítulos como el cierre de Farhana en un sentido el miércoles, o el navajazo que recibió un subinspector en Beni Enzar hace varios días. Pedir que se cierre la frontera hasta que no se arregle el problema, como alguien ha llegado a pedir, es una barbaridad porque supone castigar a Melilla dejándola aislada y sin tantas relaciones económicas y sociales que mantiene con su entorno. Los melillenses y nadorenses no se merecen eso, pero sí disfrutar de una frontera en mejores condiciones para todos, objetivo en el que ya se está de camino.
