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Carta del Editor

La Operación Ópera, partidista, se desinfla

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“Se amparó y permitió judicialmente escuchas a ciudadanos múltiples (otro rasgo orweliano de la tristemente famosa, y dañina, Operación Ópera) y los dos aparatosos registros, en septiembre de 2013 y en febrero de 2014, de distintas dependencias de la Ciudad Autónoma, con una gran resonancia mediática local, nacional e internacional y de cuyas instalaciones se llevaron ingentes cantidades de documentos […] que les habían sido previa y voluntariamente ofrecidos por la propia Ciudad Autónoma, por cierto”. El miércoles pasado, 10 de septiembre, nuestro periódico -el más leído de Melilla, con una distancia sideral respecto de los demás- publicaba una muy importante noticia en su portada: "La Operación Ópera se desinfla, una vez conocido parte del sumario judicial", tras levantarse, parcialmente, el secreto del sumario en el que, desde hace más de un año, está sumido, para desesperación de los imputados, el increíblemente voluminoso sumario.

Nuestra portada del miércoles me recordó, una vez más, al escritor George Orwell y especialmente a una de sus famosas y exitosas novelas, "Nineteen Eighty-Four", en su versión original inglesa, o "1984" (un año antes del nacimiento del MELILLA HOY, por cierto), en la versión española, novela publicada en el año 1949 y que es una sátira política tras la cual se hicieron tristemente célebres el "Gran Hermano", un estado, una administración pública omnipresente y oprobiosa, o la "Policía del Pensamiento", que vigilaba que lo que no formase parte de "la lengua" no pudiera ni tan siquiera ser pensado y debía ser duramente reprimido. Orweliano se convirtió, tras la publicación de 1984, en sinónimo de sociedades totalitarias, como, y sobre todo, el comunismo y también el fascismo. A la idea de Orwell, transmitida brillantemente en su novela, contribuyó no poco lo que él mismo vio y contó sobre las checas del Frente Popular en Barcelona en el año 1937, con sus crematorios incluidos, como recogió en otro de sus libros, "Mi Guerra Civil Española", en el que decía, a propósito de la reescritura de la Historia y las mentiras: "Vi que la Historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino de lo que tenía que haber ocurrido según las diferentes líneas de partido… así que (para la Historia) la mentira se habrá convertido en verdad… de modo que el jefe o la camarilla gobernante, en un mundo de pesadilla (como el del Gran Hermano) controlará no sólo el futuro, sino también el pasado". Algo así como lo que está ocurriendo en Cataluña con los políticos independentistas, dicho sea de, conveniente, paso.

La Operación Ópera, que tanto daño, y tan irreparable, ha hecho a varias personas imputadas (José Angel Calabuig, Ramón Gavilán, José Pastor, Francisco Platero, Carlos López Rueda) en no saben qué y también, de manera muy grave, a la imagen de toda Melilla en general, tiene muchos rasgos parecidos con lo del Gran Hermano orweliano. Se inicia con la detención, hace ya mucho tiempo, de un pequeño empresario melillense, Abdelkader Kassem, al que se mantuvo 40 días en la cárcel (algo que, según todas las trazas, puede haber sido un delito) y al que se le presionó para que "confesara" a qué políticos locales, se supone que de la Consejería de Medio Ambiente y aledaños, habría estado pagando para que le concedieran obras menores. A ninguno, fue el resultado de la "confesión", que, como era de esperar y temer, no satisfizo a los orwelianos investigadores, asentados en el principio -que ni siquiera puede ser justificado por la evidente ola de corrupción que se está descubriendo en nuestro país- de que, como me decía un alto cargo de la política local, "aquí todos somos chorizos mientras no se demuestre lo contrario", un principio que repele cualquier concepto de justicia en cualquier país no orweliano, pero que no repelió ni a la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil en Melilla, mandada por un joven capitán, ni a la por entonces jueza del Juzgado de lo Penal número 4, María José Alcázar, ahora ya fuera de nuestra ciudad y que, entre otras cosas, fue la que amparó y permitió judicialmente escuchas a ciudadanos múltiples (otro rasgo orweliano de la tristemente famosa, y dañina, Operación Ópera) y los dos aparatosos registros, en septiembre de 2013 y en febrero de 2014, de distintas dependencias de la Ciudad Autónoma, con una gran resonancia mediática local, nacional e internacional y de cuyas instalaciones se llevaron ingentes cantidades de documentos -muchos de ellos con datos privados de diferentes ciudadanos cuyo uso, ilegal, me parece que se está empezando a notar- documentos que gran parte de los cuales, los que no reunían información de ciudadanos privados, les habían sido previa y voluntariamente ofrecidos por la propia Ciudad Autónoma, por cierto.
"Aquí se ha querido crear una histeria colectiva", me decía el alto cargo al que antes me refería. Aquí lo que sin duda se ha querido crear es una parálisis de la actividad de la administración pública local, ya de por sí propensa por su propia naturaleza, con este, con el anterior y, muy probablemente, con el próximo gobierno, más a la inactividad que a la actividad. ¿Quién ha querido potenciar esa parálisis administrativa local? Pues evidentemente partidos políticos, como el PPL, que, a pesar de lo que creían, no han podido lograr en las urnas acabar con el gobierno del Partido Popular en nuestra ciudad. Aunque bien es cierto que, desgraciadamente, algún premio menor sí han logrado, como por ejemplo la anunciada dimisión del actual interventor de la Ciudad Autónoma, Francisco Platero, con efectos desde el 1 de octubre de este año, una persona injusta y hasta absurdamente imputada en unos presuntos delitos cometidos muchos años antes de que él asumiera el pesado cargo de interventor y que ha llegado a la conclusión, tras un prolongado período de parálisis y angustias, de que no merece la pena tanto sufrimiento personal ni asumir tantos riesgos, tal y como están las cosas, tal y como está la Justicia española.

Porque esto de la Justicia, en España y en Melilla, merece un comentario aparte. Aquí, como allá (aunque allá, en el resto de España, se note menos) los jueces gozan, y a veces abusan, de una autonomía de gestión y de interpretación de las leyes que, bien utilizadas, son una garantía para los ciudadanos, en cuanto que signos del imprescindible equilibrio de poderes de cualquier verdadera democracia, pero que mal utilizados, como ocurre con más frecuencia de lo debido, no son más que abusos de poder y creación injusta de sufrimientos para los ciudadanos injustamente tratados que, además, son los que pagan, los que pagamos, a los jueces. Entre los jueces, como en cualquier otro colectivo, hay personas inteligentes, honradas, trabajadoras y con firmes criterios de servicio público, como hay otros zotes, tramposos, vagos y con el íntimo convencimiento de que los ciudadanos estamos al servicio de "sus señorías". Si se les mima demasiado, como ocurre en Melilla, la tentación de abusar de los ciudadanos se acrecienta. Eso está en la naturaleza humana y los jueces, aunque algunos/as se crean divinos, no dejan de ser humanos. Seres humanos que, como tantos otros administradores públicos, deberían de ser conscientes de que no están al servicio de los partidos políticos, pero tampoco deberían dedicarse a intentar acabar con los partidos que no les gustan, seres que, en resumen, están al servicio de los ciudadanos, no al revés.

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