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CARTA DEL EDITOR

Una nueva era

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Porque un suicidio colectivo es haber permitido que la situación catalana haya llegado a donde ha llegado, tras las alegres transferencias autonómica de Educación y la inhibición administrativa y el miedo político, del gobierno y de la oposición, que el separatismo ha generado

Como señalaba ayer, con acierto, Enrique Entrena en su habitual Nota en Libertad de los sábados en nuestro periódico, este domingo, 9 de noviembre, van a tener lugar dos actos de signo contrario. Por un lado la celebración del 25 aniversario de la caída del tristemente famoso Muro de Berlín que separaba las dos Alemanias, la de la libertad y la de la esclavitud, de la que todo el mundo -excepto los dirigentes del partido comunista- pretendían huir. Por otra parte, la celebración de esa consulta -o lo que sea- independentista en Cataluña propulsada, y apoyada con dinero público de todos los españoles, por el Gobierno nacionalista de esa región, en una acción casi suicida para los mismos catalanes.

El 9-N es, al mismo tiempo y como destaca Carlos Entrena en el título de su Nota en (qué bonita palabra) Libertad, el día de la reunificación, puesto que la caída del Muro de Berlín posibilitó, dos años después, la reunificación de las dos Alemanias resultantes de la II Guerra Mundial, la rica y libre del Oeste, con la paupérrima y oprimida del Este, y también el día para la separación de una parte de España que existe desde el año 1475, tras la unión de los reinos de Castilla y Aragón (Cataluña era un condado de Aragón) llevada a cabo por los Reyes Católicos, los famosos Isabel y Fernando.

El 9-N, dice Carlos en su Nota, "es una fecha memorable en la Historia de Alemania y también de Europa… es el símbolo de la victoria de la libertad frente a las dictaduras comunistas". El 9-N, añado yo, es una fecha lamentable para España, en la que coinciden la cerrazón nacionalista, la pasividad culposa del Gobierno español y el latrocinio pujolista como sustento y referencia de un gobierno nacionalista corrompido y traidor que ha señalado a España como el enemigo exterior que toda dictadura necesita para sobrevivir.

Alemania, tras su reunificación, se ha convertido en el motor económico del mundo (el militar sigue siendo Estados Unidos). España, al paso que vamos, se va a convertir en un país roto, marginal y tercermundista y es tal el hartazgo de los españoles con la situación que estamos padeciendo que preferimos suicidarnos a seguir viviendo así.

Porque un suicidio colectivo es haber permitido que la situación catalana haya llegado a donde ha llegado, tras las alegres transferencias autonómica de Educación y la inhibición administrativa y el miedo político, del gobierno y de la oposición, que el separatismo ha generado. Y porque un suicidio colectivo sin parangón en la Historia de España es lo que representa lo que el último Barómetro del CIS ha detectado: que en la intención de voto directo de los españoles Podemos (o Podéis o lo que sea) es el número 1, con el 17,6%, seguido por el PSOE, con el 14,3%, el PP (vaya papelón) el 11,7%, IU (hundimiento comunista) el 3,7% y UPyD (ya ni siquiera alternativa) el 2,1%.

Durante estos días que estoy pasando en Madrid he hablado con muchos amigos y conocidos, de todo tipo y condición. La sorpresa, ya sólo relativa, es que muchos me han dicho que, dado su hartazgo con el PP y el PSOE, con el bipartidismo político que ha dominado España durante los últimos años, van a votar a Podemos, a pesar de que les da asco el partido (o lo que sea) y muy especialmente su líder, ese producto televisivo que responde al nombre de Pablo Iglesias. Una actitud que comprendo, porque realmente hemos llegado ya demasiado lejos con el abuso de los ciudadanos por el poder, por los partidos políticos de funcionamiento y hechos antidemocráticos, por la administración pública politizada, inmensa y paralizante, por la Justicia injusta, lenta y también politizada, por los impuestos abusivos (especialmente al ver lo mal que se utiliza y lo mucho que se dilapida lo recaudado), por la corrupción generalizada (que no es de todos, por supuesto, pero sí de muchos, de demasiados). Pero una actitud, esa de votar a Podemos, que es lo más parecido a un suicidio colectivo que he visto y estudiado en muchos años, porque nadie razonable puede tener la más mínima duda de que Podemos, si llegara a gobernar, llevaría a nuestros país, a los españoles en general (excluyendo, como es habitual, a los miembros destacados del partido comunista) a una inmensa pobreza, a una asfixiante falta de libertad, a un hundimiento que nos haría retroceder siglos y colocarnos fuera de la escena mundial.

Tiene razón Luis María Ansón cuando escribe que estamos ante un cambio de era. Terminadas las eras Antigua, Media, Moderna y, ahora, Contemporánea, es cierto que entramos en una nueva era, que quizás se llame Digital, porque lo digital lo llena casi todo e implica, inevitablemente, un cambio profundo en todo, incluyendo, por supuesto, lo político, un cambio en el que volverá a aplicarse eso que dice la Constitución fundacional de los Estados Unidos: la soberanía reside en "We, the people", en Nosotros, el pueblo, en los ciudadanos, que no súbditos. No en el Rey, ni en el Partido, ni en el tirano, en Nosotros. Y somos Nosotros los que hemos de reaccionar. No suicidarnos votando a esperpentos como Podemos, sino, cada uno en su ámbito de actuación, pasando de la pasividad a la actividad, del temor a la esperanza, del miedo al compromiso, de soportar las injusticias a luchar contra ellas.

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