Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

Se cumplen 17 años desde la rotura de los depósitos de Cabrerizas

melillahoy.cibeles.net fotos 1031 rot

Un día como hoy 17 de noviembre, pero de 1997, veinte millones de litros de agua, lodo y piedras se precipitaron encabritados, en una ola de más de cuatro metros de altura, desde los depósitos situados en la zona alta de Cabrerizas en los que permanecían retenidos, hacia la zona del Rastro. La ola, que sembró el caso a su paso, se llevó por delante buena parte de las viviendas de la primitiva barriada de Averroes, así como enseres, vehículos y negocios, y sobre todo, la vida de once inocentes. Se cumplen 17 años de uno de los episodios más tristes de la historia reciente de la ciudad, una fecha grabada con la fuerza del agua y el dolor, en la memoria de todos.
Diecisiete años han pasado desde aquella aciaga mañana. El barrio de Averroes arrasado por el agua se demolió hace doce años y en su lugar se levanta una nueva urbanización con el mismo nombre. De la torrentera por la que discurrió el agua tras escapar de las paredes de hormigón del depósito no queda nada, puesto que su lugar lo ocupa una calzada amplia y asfaltada de varios carriles que conduce a los melillenses desde Cabrerizas hasta la barriada de Tiro Nacional (lugar al que fueron trasladados los damnificados casi en su totalidad), la nueva Averroes y, calle abajo, García Cabrelles. Pero queda en pie el peor de los fantasmas, el macabro esqueleto del propio depósito que parece mantener abierta al infinito, a modo de boca tétrica y desdentada, el lugar por el que reventó la pared de hormigón y escapó la ola mortal.

Siniestro
Precisamente ese es el recuerdo que mantienen en sus cabezas los antiguos moradores del barrio de Averroes. El sonido de una detonación y seguidamente, una cortina de agua rugiendo cayendo sobre sus cabezas. Los testigos relataban el pánico que se adueñó de todos ellos cuando vieron precipitarse sobre sus casas aquella masa de agua y barro. De nada sirvió que corrieran, porque la ola se llevó cuanto pudo a su paso y continuó, embravecida por la pendiente que le facilitaba el tránsito, en dirección a García Cabrelles.

Arrancó muros, como el del Comedor San Francisco en el que una de las trabajadoras perdió la vida, entró en el Colegio Mediterráneo y arrolló a viandantes y vehículos como si de juguetes se tratara. Los alumnos de Educación de Adultos, en el Centro Mezquita, fueron testigos privilegiados desde el piso superior de cómo la ola de agua sucia y lodo de cuatro metros de altura iba perdiendo altura a medida que avanzaba por la estrecha calle y arrastraba cuanto encontraba a su paso. La riada, ya con menos fuerza, continuó su tétrico recorrido por la Avenida hasta morir en la Plaza de España, sembrando el pánico entre los transeúntes que se lanzaron a la carrera buscando refugio. El desconcierto general fue mayúsculo. Nadie sabía qué había ocurrido, de donde venía esa riada cuando el sol castigaba con fuerza esa jornada otoñal. Los teléfonos, tanto los fijos como aquellos aparatosos primeros móviles, estaban inoperativos. Nerviosismo, impotencia, preocupación y miedo fueron los sentimientos compartidos por todos los melillenses, ansiosos por tener noticias de sus familiares y saberlos a salvo. Entre tanto, en Averroes y en García Cabrelles se vivían los peores momentos. Personas desaparecidas, vehículos amontonados unos encima de otro y barro, mucho barro por todas partes.

La rotura del depósito de agua produjo once víctimas mortales, entre ellas dos menores (una niña de once meses y un niño de cuatro años) y su joven madre, embarazada de ocho meses y con 23 años de edad, y 600 damnificados además de cuantiosos daños materiales cifrados en más de mil millones y medio de las antiguas pesetas (más de seis millones de euros). Los vecinos de Averroes tuvieron que abandonar sus viviendas y trasladarse, algunas, al Centro Asistencial hasta que pudieran volver a sus hogares, algo que no se produjo nunca puesto que el barrio, aquejado desde el principio de problemas y grietas, fue demolido tres años después. A lo largo de los días posteriores se vivieron momentos dramáticos con el entierro de las víctimas. Cientos de melillenses arroparon los sepelios y acompañaron a las familias en tan duros momentos. Incluso la familia real, en este caso concreto la infanta Cristina y su marido Iñaki Urdangarín, se desplazaron a la ciudad para participar en un acto ecuménico organizado en memoria de las víctimas y en el que se dieron cita todas las comunidades.

Justicia
Diecisiete años después del suceso, se mantienen vivo el recuerdo de lo ocurrido y los estertores del que un día fuera un coloso depósito, hoy convertido en un ruinoso y triste monumento a la desolación. El aspecto fantasmal de estos muros que reventaron por defectos de construcción -según consta en la sentencia condenatoria- todavía trae a la memoria los 20 millones de litros de agua que destrozaron las viviendas de Averroes -hoy reconstruida- y desperfectos en 170 establecimientos y 326 vehículos.

La acusación y la defensa del juicio iniciado a raíz del siniestro alcanzaron un acuerdo en el año 2004 por el que los responsables del depósito de agua -ocho ingenieros de Fomento de Construcciones y Contratas, la empresa Forvap y la Confederación Hidrográfica del Sur- aceptaron ser condenados a una pena de 11 meses de prisión y 14 de inhabilitación para cada uno, aunque ninguno ingresó en prisión por carecer de antecedentes penales.

El fiscal y la acusación pedían cerca de once millones de euros (unos 1.830 millones de pesetas) de indemnización para los perjudicados pero las contraprestaciones económicas a los 600 damnificados fueron asumidas por las aseguradoras Le Mans, Royal Sun Alliance y Plus Ultra dentro de los límites de sus pólizas. Por su parte, el Ministerio de Medio Ambiente asumió la responsabilidad patrimonial a la espera de que la vía judicial depurase todas las responsabilidades. El ministerio entregó 749 millones de pesetas (casi cinco millones de euros) para cubrir los daños que sufrieron los damnificados, familiares de las víctimas, vehículos, enseres, lesiones personales, daños en locales y en organismos públicos.

Tras el siniestro Melilla fue un ejemplo de solidaridad, camaradería, hermandad y unión durante esos duros momentos de la riada y en las jornadas posteriores. Todo el mundo aportó lo que pudo, ya fuese un hombro para retirar escombros en la búsqueda de víctimas, o su apoyo moral e incluso económico a las familias afectadas.

Loading

Redacción

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€