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La Virgen de la Piedad realiza su estación de penitencia arropada por música de cámara

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La Plaza de Yamín Benarroch se llenó ayer de la presencia de los centenares de melillenses que se echaron a la calle en la triste noche del Viernes Santo para arropar la salida procesional de La Piedad, portada por los hombros de hombres y mujeres anónimos que cubrían sus rostros con terceroles negros. La Cofradía del Humillado, tal como ocurriera el año pasado por su 25 aniversario, volvió a contar con la presencia del grupo de música de cámara Orfeus, que acompañó a la Madre durante todo el recorrido. También, por este aniversario, pero ya de forma institucionalizada, miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado sacaron en procesión del Cristo de la Buena Muerte. Con un cielo libre de amenazas de lluvia, a las nueve de la noche del Viernes Santo se abrían las puertas de la parroquia Castrense para permitir a la Cofradía del Humillado realizar su estación de penitencia. Previamente el páter Francisco Sierra, en su oración junto a los costaleros y penitentes, pidió a la virgen María "que nos ayude a salir con dignidad, y recordar que estamos orando en la calle. Vamos a dedicar la salida a los hermanos cristianos que están siendo perseguidos en el mundo y pidamos al Señor que seamos igual de valiente que ellos para vivir nuestra fe".

Procesión
Acto seguido se inició la salida procesional. Este año, tal como ocurriera en 2014 por el 25 aniversario de la Cofradía, un grupo de hombres, unos en activo y otros retirados, pero todos ellos integrantes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, tomaron la calle portando sobre sus hombros la cruz del Cristo de la Buena Muerte, el cristo legionario que procesionara por primera vez en la noche del Viernes Santo y junto a la Piedad en 2014. La Cofradía ha decidido institucionalizar esta incorporación a partir de ahora.

Seguidamente abandonaba el santuario de la Castrense el trono de María Santísima de la Piedad, perteneciente a la Cofradía del Humillado y obra de los maestros imagineros José María Jiménez Guerrero y Diego Fernández Rodríguez. Y lo hizo a pulso, con la única fuerza de los brazos de sus 49 portadores que, casi de rodillas y a pulso, sujetaron el trono para que pasara bajo el arco y dintel de la puerta.

Una vez en el exterior, arropados por el aplauso de los presentes y el himno nacional, se alzaba la cruz con el sudario que completa el paso. Pero la virgen, que volvió a vestir el traje de terciopelo negro que estrenara hace seis años, donativo de un cofrade, sólo tenía ojos para el hijo muerto que sujetaba en su regazo. El rostro descompuesto, las manos fijas en el cuerpo de la carne de su carne maltratado, las lágrimas mudas bañando sus céreas mejillas y el hijo, ingrávido, muerto, sangrante, que parece buscar el refugio del pecho materno en el que de niño siempre encontró consuelo. Detrás de ella, de la madre doliente, por segundo año, el trío de música Orfeus que acompañó con su música de cámara todo el desarrollo de la estación de penitencia.

Los Tercios que acompañaron a la virgen lucieron túnica y capuz en raso negro, guantes blancos y calzado negro, así como capa, cinto y manguitos de color azul. El dolor de la madre que porta a su hijo muerto en los brazos, no deja impasible a nadie que presencia el discurrir de este paso que rememora uno de los momentos más duros de la pasión de Cristo. Decenas de melillenses acompañan a María en tan triste momento y a la altura del Sagrado Corazón, los costaleros de la Cofradía de la Soledad, reciben a la Piedad a la que ofrendan un Ave María sencillo y cálido.

Delante de la virgen, en su estación de penitencia, el bacalao con el escudo de la Cofradía, una sencilla cruz, y dos jóvenes que portan sobre cojines la corona de espinas y los tres clavos que sujetaron a Cristo en la Cruz. Detrás, los hermanos mayores y los tambores de su joven banda de música. Las saetas de Isabel Navarrete, acunan a María a su paso por la Avenida, donde Melilla sí se echó a la calle para arropar su Semana Santa.

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Jesús Andújar

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