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El rincón de Aranda

“Las Navas de Tolosa”

melillahoy.cibeles.net fotos 1220 Juan Aranda web

Alguien muy sutil, con una retranca “disortográfica”, de mentirijillas, dice que si CpM gana las Elecciones entrarían en el Ayuntamiento al estilo de la Revolución Francesa, como en la Bastilla. Después de dar una lección magistral sobre el significado de las palabras: haram, fetua y yihad, que hay que agradecer, ya que, como decía mi abuela: el saber no ocupa lugar. Pone a los dirigentes de la gaviota, verdes como las hojas perennes de un ficus. Que lleve o no razón: allá ella, y con su pan se lo zampe. Pero lo de la hipotética salida de esta gente del poder, cuando dice que saldrían en silencio y: ¡Mariquita el último!; creo que, aunque esa frase está en la calle, a los que son diferentes (homosexuales), no les habrá hecho mucha gracia leerlo tan peyorativamente. Dice que su partido está por la gobernabilidad, basada en el respeto, (léase lo de ¡Mariquita el último!), y la convivencia multicultural.

Están por una Melilla mejor. Y los demás, pregunto: ¿están por lo peor?. También están por el cambio en la ciudad; y ahí sí que me gustaría dar mi modestísima opinión; sin lecciones magistrales de ojana que valgan. Bueno, verán: si verdaderamente están por el cambio, creo que sus miradas debieran dar un pequeño giro, y cada 17 de septiembre, fecha de la Conquista de la Ciudad por España, en 1497, como los 19 de marzo, fecha del levantamiento del Sitio por la tropas de Sidi Mohamed (9.12.1774-19.03.1775), debieran acudir, aunque no lo sientan de corazón, con los respetos protocolarios, como autoridades de la Nación, y representantes de muchos ciudadanos, a rendir los honores a los que cayeron en la defensa de la Ciudad, Ciudad que ellos, piensan que van a gobernar. Alguna gente cree que no acuden porque prefieren, en vez de ver a Estopiñán con el gonfalón de los Medina Sidonia al viento, en las murallas frente al Puerto, estuviese Sidi Mohamed Ben Abdalah, montado en el caballo blanco, que le regaló nuestro Carlos III, junto a la tienda de campaña, tienda que también fue obsequio de nuestro monarca; donde vigiló, durante 100 días, las murallas de Melilla la Vieja, desde su campamento general, en las estribaciones del cerro de San Lorenzo. Y de la Plaza de España, pues: retirar al Soldado de las Campañas que, con su macuto, mosquetón y salacot, que mira al Gurugú, y en su lugar colocar a Abdelkrím, kadí-kodá, con su chilaba parda: ¡ahí!, con dos cojones, y ¡viva la Pepa….. de Puerto Real!.

Y como también hace mención de la Batalla de las Navas, he sacado del cajón zapateril un artículo, ajado por el tiempo, que Pérez Reverte, el del sillón T de la RAE, escribió el 12.07.2010, titulado: “La Carga de los Tres Reyes”. Este académico cree que eso ya ni siquiera se estudia en los colegios. Se refiere a los moros y cristianos, degollándose, en una carnicería sangrienta, en ese medioevo fascista, etc.. Pero dice que es posible que, gracias a aquéllo, su hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle: “……Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la historia de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquél lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad -seguro que el término les suena- contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam la España cristiana, e invadir una Europa, -también esto les suena, imagino- debilitada e indecisa. Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquéllo, cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda”. Con su retranca habitual sigue argumentando la cosa: “……. Diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas -tropas populares, para entendernos-, y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes, -Alfonso IX de León se quedó en casa-. Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza. .

La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo, -imagino que tendría otras cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana, mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho, señor presidente, (lo dice por Zapatero) allí los cristianos eran los nuestros-; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: “Aquí, señor obispo, morimos todos”. Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.
¿Imaginan la película?; ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos?. Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura”.

Juan J. Aranda (“Licenciado” en Humanidades, y Ciencias Sociales, por la Prestigiosa Universidad de las Ágoras Públicas, y además, Cartero Urbano, Jubilado)

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