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Solo por el color de su piel

Con estas palabras resume en su portada el periódico con mayor tirada de Israel la estremecedora noticia: Mila Binsamo, un hombre de 26 años originario de Eritrea (joven país independizado de Etiopía en 1993) fue tiroteado por un agente de fronteras israelí el pasado día 18 en la estación central de autobuses de Beerseba, ciudad situada a unos 100 kilómetros al sur de Tel Aviv. Según la versión de las fuerzas de seguridad de Israel, Mila fue confundido con el hombre que poco antes había matado a una persona y herido a otras diez en aquel lugar, o con uno de sus cómplices.
Independientemente de la veracidad de la versión oficial, siempre sospechosa en todo tiempo y lugar, que buscaría ante la opinión pública internacionalel amparo de la caótica situación que se vive últimamente en Israel, con más de treinta ataques palestinos, la mayoría con arma blanca, que mantienen en vilo a las autoridades de aquel país, lo que ha escandalizado a todos, incluso a los propios israelíes, ha sido el ensañamiento inhumano contra una persona agonizante, inmóvil en el suelo, aprisionado bajo un taburete (quizá utilizado a modo de protección contra la jauría de justicieros sin criterio alguno de justicia), que recibía con una espeluznante cadencia patadas y golpes inmisericordes, ejecutados con la sola idea de acentuar el sufrimiento de sus últimos instantes de vida. Qué lejos del "tiro de gracia" con el que a menudo se pone fin a la vida de algunos animales enfermos que ya no se podrán recuperar.

Mila murió al día siguiente en el hospital, y su historia caerá más tarde o temprano en el olvido, ese monstruo que devora a las víctimas de cualquier conflicto y que nace de nuestra indiferencia ante el sufrimiento ajeno, siendo esta dignísima hija del mayor de los demonios humanos: el egoísmo. Quiero pensar que su muerte se produjo de forma indolora, que estuvo acompañado por los suyos y rodeado de un equipo médico que puso lo más noble de su vocación al servicio de esta persona, de este ser humano, de este hermano víctima de la sombra cainita que se esconde en todos nosotros. Deseo con todas mis fuerzas que sobre cada herida, magulladura y destrozo de su cuerpo inerte, los facultativos del hospital de Beerseba hayan derramado todo su saber y alguna lágrima, porque otro hombre ha muerto a manos de sus semejantes, que desde ese día son ya un poco menos humanos.

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