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RECORDANDO A LOS SOLDADOS FALLECIDOS EN EL CEMENTERIO DE LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN ( y II)

melillahoy.cibeles.net fotos 1381 Esquela 30 de octubre de 1921 DDD

En el Panteón
Después se trasladó la comitiva al panteón de los héroes del 93, donde reposan también los restos de los generales, jefes y oficiales muertos en la actual campaña, para presenciar el homenaje que la división de Orán iba a rendir a esos compatriotas.
El comandante Bouqueró después de depositar una magnífica corona, dijo muy emocionado en francés:

Quien honra a sus héroes se honra a sí mismo

Rafael Fernández de Castro y Pedrera
Cronista Oficial de Melilla

En el Panteón
Después se trasladó la comitiva al panteón de los héroes del 93, donde reposan también los restos de los generales, jefes y oficiales muertos en la actual campaña, para presenciar el homenaje que la división de Orán iba a rendir a esos compatriotas.
El comandante Bouqueró después de depositar una magnífica corona, dijo muy emocionado en francés: Admiramos vuestros éxitos y os tomamos como modelo. Sus nombres escritos están en el Panteón de los valientes y nosotros conservaremos de ellos imperecedero recuerdo.>.
Acto continuo el general Marina pronunció este no menos elocuente y sentido discurso:

.


Uno y otro discurso fueron dichos con voz vibrante y emoción intensa que trasmitióse a todos los presentes.
El general Marina presentó después a los jefes de los cuerpos de la guarnición de Melilla que con el general Real habían concurrido a la ceremonia que tuvo luego efecto en la capilla del panteón.
Fuera quedaron muchos jefes y oficiales de la guarnición y del ejército expedicionario y numeroso público.
El general en Jefe y el general Real acompañaron al comandante francés hasta el coche del segundo donde tomó asiento.
Fue un acto muy hermoso del que a nuestros militares quedarán indelebles recuerdos.

Tumbas adornadas
En la del capitán D. Isidoro Sánchez Gómez veíase una corona dedicada por el batallón de Chiclana, a que pertenecía.
En la del capitán D. Ángel Garimata, otra magnífica enviada por su madre.
En la del comandante Fresneda lucían tres, sin dedicatoria.
En la del capitán D. Gabriel Gil, una sencilla, de su esposa e hijos.
En la del teniente Velarde, una blanca, de la colonia valenciana.
En la del comandante D. Eduardo López Nuño, una del batallón de las Navas.
En la del comandante D. Salvador Perinat, una del regimiento de León, otra de sus hermanos y otra de don Tomás Mogrovejo.
En la del coronel D. Joaquín Arespacochaga, otra magnífica, de su esposa.

En el Panteón
Allí veíanse coronas enviadas por EL TELEGRAMA DEL RIF; otra de ; otra de los artilleros al capitán Guiloche; otra de a los héroes de la campaña; otra de la Academia de Intendencia; otra del general Marina a su querido ayudante D. Alberto Morris; otra magnífica de los Centros Hispano-Marroquíes de Madrid, Barcelona, Ceuta y Tánger; otra de la tercera compañía del batallón de cazadores de Alfonso XII, a sus tres oficiales muertos en la jornada del 23; otra de D. Pedro Real al heróico general Pintos; otra de la brigada disciplinaria al teniente Salcedo; otra de la Unión Recreativa a los héroes de la campaña; otra de los artilleros al capitán Roger.
El lugar donde reposan los obreros asesinados el 9, aparecía cubierto con un paño negro, sobre le cual destacábanse algunas modestas coronas. Varias mujeres y niños, vestidos de negro, lloraban amargamente, alrededor de la tumba.

En las posiciones avanzadas
En el Ciudad de Mahón recibimos cuatro grandes canastas de flores y palmeras que con antelación habíamos encargado a Málaga. Como del adorno de las tumbas del Cementerio del Carmen hubo de encargarse, con patriótico acuerdo, la Junta de Arbitrios, decidimos enviarlas a los pequeños cementerios de Sidi-Musa, segunda caseta y Zeluán, en unión de colgaduras de los colores nacionales.
Para todas las sepulturas de nuestros heróicos soldados hubo, pues, ayer, un piadoso recuerdo.”

Dos años después, en plena Campaña del Kert, Jaime Tur escribía las siguientes líneas que aparecieron el 2 de noviembre de 1911:

“En el Camposanto

La fiesta de los muertos. La visita de los vivos
En este día de tristes recuerdos, en que los cuerpos siguen pisando tierra, mientras las almas tocan al cielo, creímos cumplir un deber sagrado con la memoria de los difuntos que se anticiparon a nosotros en emprender el viaje eterno, y también con los vivos que tanto se interesan por saber las cosas de aquellos.
Con el pensamiento puesto en lo alto, ocupamos un coche que nos condujo al Palacio de la muerte, y por el camino iba nuestra fantasía divagando acerca de la bellísima estrofa cantada por el gran poeta:

“Muertos no son los que en perpétua calma
ya paz disfrutan de la tumba fría;
Muertos son, los que tienen muerta el calma
Y viven, todavía.”

La imagen sublime que fluye por estos inspirados y cortos renglones, más bien esculpidos, que escritor por la mano soberana de un Dios de la Vida, arraigó tan fuertemente en nuestro corazón, que ya no pudimos desecharla durante todo el tiempo que permanecimos en el camposanto.
´ Obsesionados por la magia del gran cantor de las verdades y de las mentiras humanas, ya no sabíamos distinguir si los que en el cementerio están, son los vivos, o si paseamos la muerte, los que en el mundo alentamos, y hacemos como vivimos.
Al punto acudieron a mi mente, torturada ya por la enorme fuerza de tal presentimiento, los recuerdos de tantos y tantos seres vivos que tienen , y que ven siempre las cosas de la Patria envueltas en los crespones de su negro pesimismo.
El arte español, es inferior al extranjero; la ciencia nacional es interior también a la de las demás naciones; la literatura patria es tan solo adaptación o plagio de la de allende el Pirineo; la política española es, asimismo para dichos seres, negros de alma, y amarillos de cuerpo, una servil esclava de los otros pueblos, grandes en riqueza, y fuertes en poder.
Esclavo nuestro ánimo de la influencia que en él ejercían estas consideraciones, decidió hacer un esfuerzo supremo para desecharlas, y confortar el alma de la dolorosa impresión que le causara la visión intelectual de esta media España, muerta por el pesimismo y por la ignorancia de sus indomables energías, eternas creadoras de la vida.
¿Cómo robustecer el espíritu, venciendo el contagio de las almas de tantos y tantos seres, que, ? Creímos que el único y más eficaz medio era visitar las tumbas de todos estos héroes que muertos y enterrados sus cuerpos, vivirán eternamente en el cielo y en la tierra, bendecidos por Dios, y admirados y envidiados de los hombres.
Entrando, y a la derecha, se yergue severo, como es el heroísmo, el mausoleo que guarda los restos de españoles tan preclaros e ilustres, como los que dieron sus vidas luchando con la morisma rifeña; allí están Pintos, Álvarez Cabrera, Ceballos, Royo, Guiloche, Salcedo, y otros muchos que viven y vivirán siempre en la región de los inmortales.
Allí admiramos suntuosas coronas dedicadas a los héroes del ejército español, por la colonia española de Orán; el ejército francés de la Argelia, la Escuela superior de guerra, y la Academia de Infantería; nuestros ojos se detienen ante una soberbia, de laurel de plata, que la región levantina colocó en las sienes de un venerable y glorioso poeta que por ser valenciano, fue todavía más español.
El insigne trovador de las glorias regionales y nacionales, se llamó Teodoro Llorente, cuyas más inspiradas frases escritas, fueron aquellas en que ofreció toda su gloria que era aquella corona, a la ilustre memoria de los que ensalzaron la Patria muriendo por su honor, y por su prestigio.
Vimos llegar el clero parroquial, con cruz alzada, y rezar solemnes responsos ante la tierra que guarda, como arca sagrada, los cuerpos inertes de los que vivirán siempre, porque no tienen muerta el alma. El nicho del general Díaz Ordóñez, aparecía cubierto por grandes coronas, que eran tributo del afecto y de la admiración. Escritas con lápiz leímos las siguientes frases anónimas: ... Sin duda, algún artillero quiso escribir un sentidísimo verso, pero su piadosa voluntad fue muy superior a sus conocimientos de la métrica. De todos modos, allí quedó grabado un hermoso pensamiento.
También vimos el nicho del teniente Laportilla, y el del general Díez Vicario, a cuyo alrededor figuran también expresivas y sentidísimas inscripciones en lápiz. Nos trasladamos luego al segundo patio y visitamos las sepulturas de los soldados muertos en la campaña de 1909, cercadas por guirnaldas de flores y con cinta negra escrita con letras doradas, que dicen:
Junto a la pared vimos unas familias obreras; las saludamos con respetuoso afecto, y observamos que rezaban a las primeras víctimas que en la mañana del 9 de Julio de 1909, sufrieron la traidora agresión de Sidi Musa, que dio lugar a la campaña de dicho año.
Después dirigimos nuestros pasos a las tumbas de los jefes y oficiales muertos en 1909 y en las recientes operaciones del Kert; debajo de hermosas coronas, leímos los nombres del capitán Bermejo, teniente Domingo, comandante Fresneda, teniente Prieto, capitán Fernández Martínez, capitán Melgar, teniente coronel González Martínez, cabo Noval, teniente Lacera, teniente Gómez García, teniente Castro, teniente Escario, comandante Perinat, capitán Giménez Ortoneda, oficial primero de Administración Militar Sr. Ramajos, capitán Fernández Giménez, comandante López Nuño, y capitanes García de la Torre, La Plaza, Moreno de Guerra y Gil.
El camposanto ofrecía un solemne aspecto. Junto a cada sepultura o nicho, se veían sentados a padres, hijos, hermanos o esposos, dedicando una oración (…) de las almas escogidas, a sus queridísimos e inolvidables muertos, a esos muertos que lo son porque hemos dado en llamarlos así, pero que todavía no hemos podido averiguar si son ellos los que viven, teniendo inertes sus cuerpos; o somos nosotros los muertos, por tener yertas las almas.”

Una década transcurrió en una “tensa calma” para desembocar en el verano de 1921 en unas jornadas de amargo recuerdo para todos. Horas, días, semanas y meses de agonía para quienes vivieron en primera persona estos sucesos. El nombre que se le ha dado es más que justo y acertado: “Desastre”.
Al igual que ocurriera en 1909 otros nombres fueron entonces, y continua siendo, sinónimo de muerte y dolor: Igueriben, Sidi Dris, Abarrán, Annual, Zeluán y Monte Arruit, por citar quizás los más emblemáticos, donde perdieron la vida miles de hombres. Jefes, oficiales, suboficiales y tropa, no hubo distinción a la hora de la muerte, ésta no tuvo contemplación alguna para segar con su afilada guadaña tantas vidas.
El país entero quedó conmocionado por lo que aquí ocurrió, algunos incluso decidieron viajar hasta Melilla y visitar aquellos lugares que las circunstancias lo permitían. En todos ellos siempre el recuerdo y agradecimiento a los que se fueron.

Finalizando el mes de octubre de 1921 visitaba la zona de Melilla la infanta Luisa de Orleáns. ¿Quién era esta dama de la nobleza?
Luisa Francisca María Laura de Orleáns había nacido en Cannes el 4 de febrero de 1882. Era hija de Felipe, conde de París y de María Isabel de Orleáns, Infanta de España, ya que era nieta de Fernando VII. Con los años se convirtió en abuela y bisabuela de bisabuela de reyes (Juan Carlos I y Felipe VI).
El 16 de noviembre de 1907 contrajo matrimonio en Word Norto (Gran Bretaña), con Carlos de Borbón-Dos Sicilias, quién había enviudado de María de las Mercedes, Princesa de Asturias e Infanta de España. De esta unión nacieron cuatro hijos: Carlos, María de los Dolores, María de las Mercedes (casada con el Infante Juan de Borbón, conde de Barcelona) y María de la Esperanza.

Durante la II República la familia tuvo que exiliarse, instalándose en Italia y Suiza posteriormente. Tras la victoria de Franco en 1939 regresaron a España, quedándose a vivir en Sevilla, ciudad en la que falleció el 18 de abril de 1958, siendo enterrada en la Iglesia del Salvador.

El 29 de octubre, en El Telegrama del Rif, se daba buena cuenta de la visita de la infanta Luisa a los cementerios de algunas de las posiciones en los que descansaban los restos de los fallecidos durante los meses anteriores.

“LA INFANTA DOÑA LUISA EN LOS CEMENTERIOS DE LA ZONA

HOMENAJE A LOS HÉROES DE LA CAMPAÑA

S.A.R. la Infanta doña Luisa, que llevada de un noble impulso y de humanitarios sentimientos a favor de los que sufren por la Patria, ha llegado a Melilla, quiso ayer rendir homenaje a la memoria de los héroes que duermen el sueño eterno en los cementerios de la zona ocupada.
A las nueve de la mañana salió de la Comandancia General en unión de la marquesa de Cavalcanti, duquesa de la Victoria, condesa de la Torre de Cela y señora de Urcola. En otros automóviles iban el general Fresneda, comandantes Herrera y Quero, duque de la Victoria, Superior de los Franciscanos y otras personas.

El Comandante General, requerido por los grandes deberes de su cargo, solicitó de S.A. que le permitiese no acompañarla y doña Luisa, no sólo accedió sino que le rogó continuara los días que en Melilla permanezca, entregado por completo a la ímporba labor que sólo le permite descansar cuatro o cinco horas, de las veinticuatro del día. Es un trabajo realmente abrumador el que pesa sobre el Comandante General.
Vió S.A. en primer término la iglesia de Nador, por la que tanto hace la esposa del Comandante General, recibiéndola a la entrada el coronel Saro en representación del general Berenguer, que guarda estos días cama, con fiebre que va cediendo, afortunadamente.

No quiso que se le tributasen honores, pues desea evitar molestias a las tropas y ser considerada como una dama más de la Cruz Roja, atenta sólo al consuelo de los heridos y enfermos.
En el Cementerio depositó soberbia corona de flores, con la siguiente dedicatoria.
.
En el de Zeluán, también profanado por los rifeños, depositó otra corona con la misma dedicatoria, después de un responso, como en Nador, cantado por los capellanes Castrenses.
Acompañada del coronel Sousa Comandante Militar de Zeluán, descansó unos momentos en la tienda del Infante don Alfonso al que no había podido ver por hallarse de servicio.
El Infante no solicitó permiso por esta circunstancia, ni anteayer ni ayer vino a la plaza, permaneciendo con su sección en la vigilancia de carreteras.
En Monte Arruit, después de cumplimentarla el general Cabanellas, se detuvo ante la fosa que al pie de la posición se abre para guardar los cadáveres de los mártires de la evacuación. Varios cadáveres acababan de ser conducidos por un camión y el triste espectáculo impresionó grandemente a la egregia señora y a las damas de su séquito. Las lágrimas asomaron a los ojos de todas ellas y S.A. pronunció palabras muy sentidas en honor de los que dieron su vida por la Patria.
Sobre la zanja cubierta, pues en Monte Arruit no hay cementerio, quedó una tercera corona, y el clero rezó también como en Nador y Zeluán, por los valerosos soldados. Tristemente impresionada por la visita, regresó a Melilla a la una de la tarde.”

Como se ha apuntado anteriormente la infanta Luisa estaba casada con Carlos de Borbón y Borbón, quién al ser bautizado recibió los nombres de Carlos María Francisco de Asis, Fernando, Antonio de Papua, Francisco de Paula, Antonio Andrés Avelino Tancredo. Nació en Gries (Italia) el 10 de noviembre de 1870; hijo de Alfonso de Borbón-Dos Sicilias y Austria y de María Antonieta de Borbón-Dos Sicilias.
Al igual que su esposa falleció en Sevilla, unos años antes concretamente el 11 de noviembre de 1949.
En el texto del diario local se hace referencia al infante Alfonso, en este caso se trataba de Alfonso de Borbón-Dos Sicilias y Borbón, nacido en Madrid el 30 de noviembre de 1901 e hijo de Carlos, anteriormente citado y de su primera esposa María de la Mercedes de Borbón, hija del rey Alfonso XII..

Esto fue lo que entonces se escribió, ahora transcurridos en algunos casos más de un siglo, todavía quedan familiares, directos o indirectos, que tienen la necesidad de venir a Melilla, de visitar las tumbas de sus seres queridos. Rememorar lo que sus mayores contaron sobre el hijo, hermano o esposo muerto en Marruecos. Nunca seremos capaces de agradecerles lo suficiente todo lo que hicieron.
Ellos ahora descansan en el cementerio de la Purísima Concepción, que gracias a ellos, a sus gestas, puede ser considerado y lo es, en el corazón de muchos, como CEMENTERIO NACIONAL DE HÉROES.

Nada mejor que finalizar con parte del texto de La muerte no es el final, escrita por el sacerdote español Cesáreo Garibain Azurmendi. La parte central del mismo, fue elegida en 1981 como himno para honrar a los difuntos de las Fuerzas Armadas.

“Cuando la pena nos alcanza
por un compañero perdido
cuando el adiós dolorido
busca en la Fe su esperanza.

En Tu palabra confiamos
con la certeza que Tú
ya le has devuelto la vida,
ya le has llevado a la luz.

Ya le has devuelto la vida,
ya le has llevado a la luz”

ISABEL Mª MIGALLÓN AGUILAR
EDUARDO SAR QUINTAS

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