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Tribuna pública

Carta a la nómada ciudadana

Hace ya mucho años, pero hoy día de los que se marcharon a ese reino donde nadie es mas ni menos, donde cada uno es como es, pues el sitio donde todos somos iguales, donde nadie puede pensar ¿quién será y porque quien fue, hoy mi nómada ciudadana?
He pensado en ti y en tantos como tu que pasaron por esta antesala llamado mundo y como la inmensa multitud nadie sabe el porque de su anonimato, créeme también por ti. Te recuerdo con tu mirada perdida o rebobinando tu pasado del que nadie supo, te confieso y me avergüenzo que hubiera querido saber quien eras, preguntar el porqué.

He visto en un lugar apartado tu tumba, solo tu nombre y un apellido de esos que la gentes llaman de buena familia y me pregunto ¿aquí no somos todos iguales?
Hoy te escribo, no se si llamarte querida, estimada, te diré Nómada Ciudadana, te confieso como muchos personajes de este extraño mundo, se que me dirías que es maravilloso.

Pero a veces tan incomprendido… si hubiéramos hablado cuantas conclusiones nos hubiéramos planteado. Bueno, teoría aparte algunos sujetos de este mundo, la primera yo, suelo poner motes y respetuosamente te digo un sobrenombre, fijaste en algunos pueblos de esta bendita tierra llamada España lo tenían, te diré que cuando yo era una niña se bautizaba sin pila. Le llamaban sirena porque la buena señora a cada poco decía me voy a bañar, pobrecita pasar de la pila de lavar a la de loza, a una nueva rica que se pasaba el día hablando de su piso y sus dos balcones, doña balconi, un pobre hombre muy correcto que cada poco en su conversación decía: perdone, el arrepentido y a una encargada de divulgar malas noticias la periodista pues siempre decía lo ha dicho la radio, te confieso que cuantos tienen un digamos sobrenombre, pocos se salvan a mi mis hijos, me llaman persiana, te diré que ya no tanto pero antes bien que me gustaba hablar, ellos tiran de mi si me paro con alguien y es cierto, conozco a tanta gente y me dicen no sea persiana, no te enrolles.

De esta mujer me daba una pena, era mas bien guapa, bestia de una manera se maquillaba, se podía decir el mejor estilo no se nota, se tiene.

Por aquellos tiempos yo tenia cronometrado el mío pateándome la ciudad y comercios y siempre me la encontraba en las terrazas de las cafeterías o en los cajeros automáticos.

La recuerdo atrapada en su soledad, con todo el mundo hablaba pero con nadie intimidaba, no querría saber nada ni de nadie y menos que de su vida le preguntaran, era joven, guapa, adinerada, no le interesaba quien gobernaba su vida, era la calle, las tertulias con otras en esos momentos desocupada, jamás según ella fregó un plato ni enchufó una plancha, jamás piso una iglesia. Yo la bautice sin pila con el nombre de nómada ciudadana pues iba de calle en calle. Se compraba los últimos modelos y para que nadie le agradeciera nada dejaba el modelo que llevaba bien nuevo y salía con el recién adquirido. Alguna atrevida le pregunto ¿no te aburres? Ella sin alterarse le contestó: Te pregunto por tu vida que si que me parece aburrida. Se paseaba por las calles mirando escaparates por las tiendas de libros de grandes autores sin interesarle y por otros de melodías a toda voz, nada le motivaba.

Yo pensaba y esta mujer enferma quien la cuida. Supe que estuvo en el hospital varios días bien cuidada con su dinero, tuvo cosa sin mucha importancia mucho sol y poca protección.

Ella seguía disfrutando de sus tertulias y de la calle, una comunicó se ha muerto Marta una gripe, creo que el otoño se presenta con una gripe mala ¡Pobre marido! y menos mal que tiene dinero, pero que solo se queda. Yo les haría pensar como Groucho Marx: Tantas cosas hay en la vida mas importantes que el dinero, pero cuestan tanto.

El otoño embustero avanzaba, miró por la ventana, que día mas hermoso y salió toda gozosa a la mitad de la mañana, no llovía diluviaba, la gente corría ella hasta coger un taxi, se puso como un frágil arbolito, toda chorreando llegó a casa, tuvo que subir los tres pisos pues se fue la luz, llego temblando, sin calefacción, temblaba, se metió en las cama. Qué mala estaba.

La señora Pepa, la portera con los vecinos decía: esta mujer que rara es, lleva dos días que no la veo, es que ella siempre baja cuando ve que no hay nadie, que rara es, tengo miedo, no quiere contacto con nadie, la policía llega y atestigua.

Esta muerta, todas se santiguan y la señora portera comenta: sabe usted Doña Mari lo que decían en mi pueblo, que las mortajas las hacen sin bolsillo pues no se van a llevar nada.

Dios mío, con tanto como tenía comentaron largo rato y que cierto es lo que dijo Julio César: Nada más fácil que censurar a los muertos.

Pensé que había dejado el desierto del bullicio, muchos dijeron que la recordarían las calles no serían igual sin ella fue un personaje extraño de lo muchos que van caminando

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