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Carta del Editor

La revolución de los burócratas

"Lo mismo nos puede pasar a nosotros, a los españoles en general, y a los melillenses en particular, si continuamos avanzando por el camino por el que vamos. Un camino que, sin duda, todavía no ha llegado a lo de Stalin y su Unión Soviética, pero que presenta, cada vez con mayor intensidad, analogías muy, muy preocupantes. La revancha de los mediocres y la revolución de los burócratas son dos de los inocultables síntomas de ese nuevo régimen"

Me ha sorprendido el número de personas que se han dirigido directamente a mí alabando entusiásticamente mi Carta del Editor de la semana pasada, con el título de La revancha de la mediocridad. En esa Carta, y tomando como una de las referencias un artículo que me había enviado el economista Daniel Lacalle, hablaba yo, entre otras cosas, de la "revolución del burócrata", algo que en Melilla ya se ha producido y que en el resto de España amenaza también con suceder, tras las elecciones del pasado 20 de Diciembre.
"Es imposible, absolutamente imposible, aumentar el gasto público indefinidamente, pensar que el dinero es gratis, no pagar y gastar más. Lo dice Daniel Lacalle, lo digo yo, lo dice cualquier ama de casa, lo dice toda persona que se detenga un momento a pensar y lo debería decir cualquier político que no mienta (aunque de esos hay pocos)", escribía yo el domingo pasado. Insisto ahora en lo mismo, y la decepción, mezclada con indignación, que sienten los melillenses ante la actual situación y que me han transmitido los que se han dirigido a mí tras la publicación de la Carta que antes citaba, me ratifican en que muchas de las cosas que desde la administración pública se están haciendo en nuestra ciudad han llevado a muchos de los melillenses a estar justa y razonablemente decepcionados e indignados.

Hablaba el pasado miércoles con un Consejero de nuestra Ciudad Autónoma en el acto de presentación del McDonalds en Melilla -mis felicitaciones a la familia Llamas por su entusiasmo empresarial, por su seriedad, por ser unos de los más importantes y verdaderos héroes, silenciosos y prudentes, de nuestra ciudad- y me confesaba (el Consejero, no la familia Llamas) que él, al frente de una de las más importantes Consejerías de Melilla, no mandaba nada, que los que mandan son los funcionarios, los burócratas. Decía la verdad, la triste y cruel verdad.

Se lamentaba conmigo un melillense, uno de los muchos que llevan años intentando que la administración pública local -ese monstruo gigantesco, omnipotente y omnipresente, casi tanto como el Gran Hermano de Orwell- le coloque de lo que sea y en donde sea, se lamentaba de que, "sin padrinos" es imposible ser colocado. Y me citaba ejemplos y más ejemplos de enchufados ubicados para trabajar (o para cobrar sin trabajar), a todos los niveles, con sueldos escandalosos la mayoría de las veces. Es una situación tan lamentable como cierta con un agravante: que en vez de ir va menos, con todo esto de los pactos políticos va a más, o sea, que cada está peor.

Stalin dirigió con mano férrea el Estado soviético desde 1929 hasta 1953. Durante esa época coexistieron, como "1984", el gran libro de Orwell, denuncia: el culto a la personalidad del líder; el proletariado adoctrinado, que es sólo una masa que trabajaba para el Partido, que era el que controlaba todo lo que se producía; la propaganda inacabable a favor del régimen; una policía secreta que reprimía cualquier atisbo de rebelión contra el poder; el envío de los opositores a los gulags (campos de trabajo forzado); el Partido falsificando el pasado y eliminando las pistas de las numerosas personas ejecutadas por el poder. En resumen: se suprime la individualidad y se produce una ausencia total de libertad.
¿Corremos hoy en España el riesgo de que la ficción de Orwell, su distopía (o antiutopía) se convierta en realidad? Mi opinión es que sí, que corremos ese riesgo, por increíble que parezca que hayamos llegado a esta situación en la que nos encontramos. España no es Venezuela y nunca lo será, decía el miércoles pasado uno de esos innumerables tertulianos televisivos, tan ignorantes como convencidos de la importancia de sus tontas opiniones. Y Daniel Lacalle, que estaba como invitado en esa tertulia, le vino a decir lo mismo que me escribía a mí la semana pasada: eso es lo mismo que decían los venezolanos respecto de Cuba: Venezuela no es Cuba y nunca lo será. Pues el hecho es que hoy ya lo es. Lo mismo nos puede pasar a nosotros, a los españoles en general, y a los melillenses en particular, si continuamos avanzando por el camino por el que vamos. Un camino que, sin duda, todavía no ha llegado a lo de Stalin y su Unión Soviética, pero que presenta, cada vez con mayor intensidad, analogías muy, muy preocupantes. La revancha de los mediocres y la revolución de los burócratas son dos de los inocultables síntomas de ese nuevo régimen que tan amenazadoramente se vislumbra y que sólo no ve el que no quiere verlo.
¿Quiero decir con esto que el actual régimen no debe cambiar? No, en absoluto quiero decir eso. Coincido con los que opinan que el actual régimen está agotado y que, salvo en términos económicos -que son muy importantes- el actual PP ha perdido la inmensa oportunidad que su mayoría absoluta le brindaba para acometer reformas estructurales, profundas, constitucionales, anti independentistas, electorales, educacionales, etc, etc, que eran, y siguen siendo, imprescindibles para que España siga siendo un gran país, con libertad. Incluso me atrevo a decir, con pesar, que en general hemos avanzado, en España y en Melilla, en el sentido contrario, en el de la merma de libertad, en el de la burocratización, en el del enchufismo por encima del mérito, en el del miedo al riesgo en vez de la defensa de la verdad y la libertad, empezando por la empresarial, porque si no hay más empresas no se creará riqueza y no habrá nada que repartir ni estado del bienestar que pueda sobrevivir, por mucho que lo digan los que nunca han dado un palo al agua (y quieren seguir sin darlo el resto de sus días) o los políticos populistas que venden lo que ni existe ni puede existir: el aumento indefinido del gasto público, la distopía totalitaria, que lleva no sólo a la infelicidad, sino a la ruina, especialmente la de los más necesitados.

Posdatas.

Ha pasado otra semana más y seguimos sin noticias sobre la resolución del caso de terrorismo callejero del que fuimos víctimas, sobre todo acerca de la localización del o de los que ordenaron el delito. Empieza a ser muy preocupante para los que hemos sido víctimas de un atentado muy grave que, insisto, no puede quedar impune.

Nos ha dejado, a los 86 años, un gran, un entrañable melillense: Juan Jesús Martín Casaña. Todos somos mortales, pero algunos dejan una huella más profunda que otros. El gran Casaña deja una huella imborrable e inolvidable de larga y profunda bonhomía. No le olvidaremos nunca.

Ha llegado 2016, año bisiesto. Espero y deseo que, a pesar de todos los negros vaticinios, sea un buen año para los españoles, melillenses especialmente incluidos. Lo necesitamos.

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