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El problema no es el formato

El interés de la ciudadanía por la actividad de la Asamblea y la Ciudad Autónoma no depende solo del formato de los plenos de control, sino de la forma de hacer política de las instituciones y quienes forman parte de ellas. Ahí está el quid de la cuestión La resaca del pleno de control al Gobierno que celebró el martes la Asamblea nos dejó ayer reflexiones coincidentes en los dos principales partidos de la oposición, PSOE y CpM, que entre ambos suman 9 de los 25 diputados autonómicos. Ambos quieren que se cambie el formato del pleno de control. Esta demanda no es nueva, ya que desde hace varias legislaturas ha surgido esta reivindicación de manera recurrente y los cambios que se han introducido en las últimas reformas del Reglamento de la Asamblea han sido mínimos. Lo más probable es que se vuelva a retomar este asunto ahora que de nuevo se ha abierto la puerta a reformar este reglamento y el del Gobierno, ya que la realidad es que el pleno de control no contenta a prácticamente nadie. Ni al propio Ejecutivo, que pierde al completo un día de gestión, lo que afecta directamente al ciudadano, ni a la oposición, que ciertamente saca poco jugo de estos plenos donde el debate está tan encorsetado y las posturas son prácticamente inamovibles.

Este tipo de plenos se celebran cada dos meses, con dos interpelaciones por cada grupo y un bloque de preguntas cuyo número varía en función de la representación parlamentaria. En la actualidad, son 15 para CpM y 5 para PSOE y Ciudadanos. En total, 6 interpelaciones y 25 preguntas. Es decir, 31 temas que la oposición plantea de golpe al Gobierno, con un tiempo máximo de debate que suman entre todos 330 minutos. O lo que es lo mismo, cinco horas y media de turnos de palabra que casi nunca llegan a ninguna parte porque lo habitual es que cada bancada defienda su postura de cara a la galería, con pocas probabilidades de acercamiento a la parte contraria. Ahora aún más que los plenos se retransmiten en directo por la televisión pública y no en diferido a altas horas de la noche, lo que teóricamente facilitaría una mayor audiencia, si bien parece poco probable que eso ocurra por el escaso interés que suele suscitar entre la opinión pública.

En esta legislatura, al menos, reina el buen ambiente y se ha desterrado la crispación de antaño que hacía de estos plenos un verdadero campo de batalla entre el Gobierno de Imbroda y la oposición que abanderaban Mustafa Aberchán y Dionisio Muñoz en sus tiempos de socios políticos. Esta cortesía parlamentaria hace que la Asamblea goce de una mejor salud y los plenos de control sean más distendidos, pero no menos aburridos para los ciudadanos. Dicho de otro modo: probablemente sí sea necesario cambiar el formato de este tipo de sesiones plenarias para evitar el bombardeo de información, lo cual causa rechazo más que interés, que es lo que deberían buscar los 25 diputados y los miembros no electos del Gobierno. Pero todos ellos deberían tener en cuenta también que el interés de la ciudadanía por la actividad de la Asamblea y la Ciudad Autónoma no depende solo del formato de los plenos de control, sino de la forma de hacer política de las instituciones y quienes forman parte de ellas. Ahí está el quid de la cuestión, y no en el número de interpelaciones, preguntas y turnos de palabra que se establezcan, que es menos relevante de lo que se está dando a entender.

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